jueves, 4 de noviembre de 2010

18 DE AGOSTO DE 2010. CREATURA 57. DELIRIO VANO È QUESTO!

8 de Agosto de 2010. Conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida. Conducir ha producido en mí, al fin, ese efecto sedante que ya no esperaba encontrar. Semanas después oiré una frase similar - cuando me canso de todo salgo a conducir - de la boca de una mujer a lo que unos minutos más tarde besaré, de una boca que minutos más tarde y de una forma accesoria y poco edificante, poseeré. Poco después, cuando su cuerpo haya ya cumplido su función, la presencia de esa mujer se me hará insoportable y buscaré una excusa para que se vaya de mi lado. La mujer perfecta es aquella que sigues amando después de eyacular. Mandaré ese mensaje para culminar una conversación que tendré días antes de la cita y que sólo en ese momento podré rematar. La idea habrá estado vagando por mi cabeza y ver salir a aquella mujer de mi casa y sonreírme mientras avanza hasta su coche hará que pueda, al fin, ponerla en palabras. No la despediré con un beso. Me zafaré de ella sin ese compromiso. El coche de esa mujer tendrá, al irse, problemas al arrancar y por un momento temeré que tenga que quedarse conmigo más tiempo. Al tercer intento arrancará y desaparecerá de mi vida. En ese momento desearé que para siempre, pero no me engaño, cuando nadie más me haga caso volveré a llamarla y volveré a sentir esa repulsión por mí mismo que siento ahora, aquí, pensando en ella y en ese momento. Pero conducir ha producido en mí ese efecto sedante que ya no esperaba encontrar. Las últimas semanas no he conseguido encontrar la calma más que en algunas costumbres. Debajo del chorro de agua de la ducha todo se ve, por momentos, claro. El frío del agua me estimula y me da la impresión de que mi cuerpo es fuerte y de que controlo las situaciones, como controlo ahora el coche que conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida. Esta calma repentina e inesperada que he hallado sin buscar conduce al fin con rigor mis pensamientos. El coche circula a menos de la velocidad permitida, pero mis pensamientos alcanzan tanta velocidad que por momentos no termino de entender yo mismo a dónde voy a ir a parar. Así que no puedo evitar que mis pensamientos lleguen al final a ti. A la mujer que quiero creer será perfecta, a la que al final seguiré queriendo después de eyacular. Todo el resto de intentos han sido vanos. Mejores o peores, más o menos innobles, más o menos ridículos. O simplemente he sentido miedo y los he dejado pasar, por si ocurría, por si finalmente sucedía que una mujer pudiera seguir a mi lado después y no tuviera ganas de que se fuera, de expulsarla, que tuviera miedo a tener que seguir viéndola todo el rato, miedo a tener que verla y sentir hacia ella necesidad e incluso amor. Al pensar esa palabra la he pronunciado en voz muy baja y sin darme cuenta. Creo que por primera vez soy consciente de que puedo sentir amor, y me siento en peligro y frágil y siento que puedo estar condenado a huir para siempre o a estar pegado a algo de una forma irremediable. Mi sensación de libertad será en ese momento más falsa que nunca, más falsa aún que mientras conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida sabiendo que lo hago por el camino que hay, no por el que quiero conducir. Sonrío al comprender mi gran capacidad para mentirme. Bajo el espejo del quitasol para comprobar que estoy sonriendo, y es cierto, estoy sonriendo. La sonrisa no se me borra en un buen rato. Lo sé porque noto una sensación extraña en los músculos de la cara. Incluso algo dolorosa. Seguramente es la falta de costumbre. La repentina fragilidad de mi vida, de mi libertad, saber que no sólo estoy sometido al deseo, sino también a realidades menos comprensibles y tangibles, me produce un desasosiego repentino, el mismo que tendría si ahora se acabara la carretera y no hubiera lugar donde dar la vuelta. Pero acelero, y el efecto sedante que conducir ha producido en mí sigue ahí. El desasosiego va desapareciendo y transformándose en otra cosa que no puedo identificar ni definir. Sé que tengo muchas ganas de llamarte, pero sé que no tengo nada que decir, así que si lo hago me quedaré un rato en silencio al otro lado del teléfono sin nada que decir, sólo intentando controlar mi respiración agitada. Meses después este hecho sucederá. Y al no saber qué decir no diré nada, ni siquiera la verdad, ni siquiera te echo de menos, o me gusta pensar en ti. No diré nada y me sentiré derrotado y ridículo una vez más, como cuando he terminado de usar un cuerpo y no quiero verlo más. Y entenderé entonces no sólo que puedo sentir amor, sino que lo siento. Pero ahora conduzco por la autovía antes de que todo esto pase, antes de ser consciente del amor y la fragilidad y la falta de libertad. Y el efecto sedante se me antoja que es en realidad felicidad.