lunes, 27 de abril de 2009

FERNANDO PERDIGUERO - ÓSCAR PIN. CREATURA Nº 39

Fernando Perdiguero es un nombre básico en el humor español. Es un doble nombre. El de un padre y un hijo que, cada uno en su tiempo y a su manera, hicieron que un género o una forma de contar las cosas llegara a cotas difícilmente igualable. Dice Antonio Mingote que no es que ya no haya un género humorístico, sino que ese género ha conseguido introducirse en todo, acoplarse a todo y que así es muy difícil encontrarle solo. En parte estas palabras son ciertas. Hay mucho humor mezclado en muchas cosas. Pero por desgracia aún no está en todo.
Fernando Perdiguero es el nombre del gran factótum de La Codorniz, su secretario. Perdiguero, conocido como Cero o Menda en sus alías más famosos, era el brazo ejecutor de la gran revista humorística, espejo de muchas que nunca consiguieron ese reflejo. Álvaro de Laiglesia era el director, la cara. Perdiguero era el secretario, el brazo, la cabeza, las piernas y la cabeza de la revista.De este hombre injustamente tratado, detenido y afortunadamente indultado es hijo el otro Fernando Perdiguero, del que hablamos hoy. El segundo Perdiguero, que siempre ha firmado como Óscar Pin y al que así llamaremos para no complicar mucho la cosa, inicia su colaboración en la revista muy jovencito. Desde muy niño, imitando a su padre, se encierra en su habitación a escribir, a hacer humor. Escribe las cosas que le divierten, que le hacen reír. Su padre en principio dibujante pasa después a la palabra. Pin es narrador desde el principio y su obra resume perfectamente la evolución y el esplendor del humor en la segunda mitad del siglo XX.
Cero comienza con Mihura, Tono y Neville en las revistas de los años 20, y su humor tiene mucho que ver con la vanguardia. Ruptura de tópicos, visión atípica de la realidad, desmontaje de la sociedad, sobre todo a través del lenguaje que es lo que configura la realidad, la vida a las gentes.
Con ese bagaje llega la segunda generación de humoristas. Más realistas, por necesidades del guión (recrudecimiento de la situación económica, social y sobre todo política) y por la petición del público (o del director de la revista en nombre de ese público). Este humorismo más realista cuenta con nombres ilustres que aún perduran, con su obra o en nuestra memoria. Mingote, Azcona, Gila, Chummy Chúmez, Evaristo Acevedo, Laiglesia, Pin, y muchos más publican en periódicos, revistas, novelas, teatro, cine. Su obra vuelve la cara a la realidad, no para criticarla (no se puede, la censura aprieta, el régimen castiga), pero sí para contarla y que ella misma se retrate.
En ese ambiente, protegidos por el idealismo de la primera generación y aupados por el éxito y la necesidad de un humor más realista, los nuevos autores combinan las dos expresiones consiguiendo un producto que sirve a la vez de regocijo y conocimiento de la realidad, siquiera sea por omisión.
Conviven con la antigua tendencia, pero su visión es distinta, necesariamente.
Las novelas y los cuentos de Óscar Pin tienen, dentro de lo posible, un píe en cada extremo de las posibilidades. Jugando con lo real y con la imaginación. Con el ataque al tópico y la visión de lo real y criticable. Esta combinación es difícil y por ello hay que prestar mucha atención en lo leído para encontrar lo que decimos. La obra de Óscar Pin es extensa y se extiende hasta prácticamente nuestros días (prepara una nueva novela y hace un año salió una Antología Breve). Se inicia con El rey y Mari Pepi, un debut más que interesante. Es una novela en la que encontramos todo lo bueno del humor del 27, destrucción de tópicos lingüísticos y sociales, configuración de un mundo particular donde las reglas son parecidas a las del mundo real, pero no son las del mundo real, dándole un cierto aire de parodia. Tal vez destaque la creación de un gag que después será muy aplaudido cuando Mihura lo incorpora a Maribel y la extraña familia, el padre de Mari Loli trabaja de visita en casa de unos señores. Y no sólo eso, también de “coco”. Destacables también son Cuando no hay guerra da gusto, Los náufragos del Queen Enriqueta, Divina comedia dos, Devuélveme la visa, nena o El Cambiazo, donde encontramos a un hombre atrapado en un ministerio casi eternamente por culpa de la burocracia. Una obra rica, divertida, con matices, de un escritor, que como todos los de su género es poco apreciado.

domingo, 5 de abril de 2009

PANTOFILIA. DELIRIO VANO É QUESTO! CREATURA Nº 38

- ¡Pantofilia!
- ¿Pantofilia?
- Sí, pantolofilia.
- Pantofilia…
- Sí, y deje ya de repetirlo, pantofilia, pantofilia, pantofilia.
- ¿Qué es la pantofilia, doctor?
- Una vez más te repito que no soy doctor, que soy psicólogo.
- ¿Qué es la pantofilia, psicólogo?
- No me llames psicólogo, sabes como me llamo.
- ¿Qué es la pantofilia, Jacinto?
- La pantofilia es un trastorno poco grave, no tienes que preocuparte.
- ¿En qué consiste?
- Bueno, yo sólo le pongo nombre, la definición seguro que tú la conoces mucho mejor que nadie. Es básicamente lo que te pasa a ti. De hecho, no la he descubierto en ti, pero casi, casi, hay pocos pacientes de esto en el mundo.
- Pantofilia… Me dices más o menos en qué consiste, es para explicárselo a mis amigos y a la gente que me pregunte.- Viene del griego, “Pan”, todo, “filia” amor. Es decir que te gusta todo, que todo te parece bien, te parece bonito, amable, necesario, que todo te atrae.
- Ajá.
- Sí. Mira esta foto de Elsa Pataki, ¿qué te parece?
- Me gusta mucho, doctor.
- No me llames doctor.
- Bueno, me sigue gustando mucho.
- Vale, mira esta de mi portera barriendo el portal, con el pelo sucio y sus 63 años.
- Me gusta mucho.
- Vale, mira esta foto de George Clooney.
- Me gusta mucho.
- Bien, y esta del feo de los Calatrava…
- Me gusta, ¿por qué dice que es feo? No es nada feo, tiene una belleza fabulosa.
- ¿Ves? A eso me refiero con lo de la pantofilia, con lo de que todo te gusta, no sabes discriminar lo bello de lo no bello y todo te gusta y te parece bien.
- ¿Por eso mi extraña afición última de alabar la belleza de los hombres?
- Sí.
- ¿Y por eso que todo me parecía bien y me gustaba?
- Sí.
- ¿Y por eso me gustaba hasta la comida del bar de debajo de mi casa?- Por eso mismo.

Después de toda esta conversación Damián salió de la consulta del psicólogo. Estaba más tranquilo. Había pasado unos últimos días muy duros. Todo le parecía bien. Todo era bello y bonito.
Veía un hombre por la calle y le daban ganas de decirle un piropo retrechero y de seguirle y de pedirle el teléfono y de invitarle a una copa o dos, o de ponerle un piso.
Pero le pasaba también si se cruzaba con una señorita. Y si se cruzaba con una mujer. Y si se cruzaba con un perro.
Todo esto le sumía en una confusión enorme. ¿Seré homosexual? ¿Seré tonto? ¿Estaré volviéndome loco?
Sólo la última respuesta era válida. Ahora tenía que aprender a vivir con este trastorno tan raro, aprender a no hacerle caso a lo que antes no le hacía caso y seguir haciéndole caso a lo que le hacía caso.
Los consejos del psicólogo habían sido que se relajara que no pensara las cosas que siguiera viéndolo todo y que aprendiera, que con el tiempo el estado de ansiedad en el que vivía se pasaría.
Se puso a ello con temor, le resultaba muy difícil, no sabía discriminar lo feo y todo era bueno y bello. Todas las gentes hermosas, todas las cosas bellas, todas las cosas deseables. El problema principal era conservar su estatus de heterosexual. Le resultaban atractivas las mujeres. Y ahora veía a los hombres también como hermosos. Lo único que los diferenciaba era que a los hombres no quería practicarles las mismas cosas que a las mujeres.
Pero la vida le resultaba dura. Miraba a los hombres por la calle. Y eso no le parecía bien. Y miraba a las mujeres por la calle. Y eso no le parecía bien. Vivía una vida distinta a la que quería.
Incluso miraba a los perros. Y él odiaba de siempre a los perros.
Necesitaba un sistema para poder abstraerse de todo. Se le ocurrieron dos: rechazar las ideas y sumergirse en ellas.
Rechazar las ideas era difícil y le hacía poner caras raras. Así nunca conseguiría novia.
Sumergirse en las ideas era duro. Seguía sus ideas hasta lo más absurdo, hasta el momento en que besaba o peor a un hombre, a un perro, a una marmota. Hasta encontrarlas el punto divertido. Era divertido imaginarse morreando a un loro, a una tortuga, a una marmota (qué bigotes más bonitos y más suaves tenían las marmotas) pero encontrarle la gracia a verse morreándose con el conductor de la EMT era difícil al principio. Luego le fue cogiendo el punto. Y se veía morreando a todo el mundo. Al cobrador del frac, al estanquero, al perro policía, a la vecina. Eso sí que era pantofilia. Todo el mundo amado y querido por él.
Un día le sucedió que no consiguió imaginarse con una mujer. Esa habría de ser la suya.