jueves, 29 de noviembre de 2007

Realidad y ficción. Creatura Nº 23.

Doce de la noche de un día cualquiera. Andreu Buenafuente comienza su monólogo diario en su programa de televisión. Los monólogos de Buenafuente, como todos los monólogos humorísticos, van contados en primera persona, con lo cual es el propio Andreu el protagonista de la narración, pues no es otra cosa un monólogo que una narración. Así son también los que inician los episodios de Seinfeld, o los de cualquier humorista. En el monólogo Andreu va contando sus experiencias propias en torno a un tema de mayor o menor actualidad. Funcionan sus monólogos un poco como un artículo de opinión, toman un punto de partida en un tema actual y después se vuelven a la propia experiencia del autor. La pregunta surge al pensar si lo que Buenafuente nos cuenta es real o no, es cierto o no, es realidad o ficción. Los personajes que se suceden en sus narraciones: él mismo, su madre, el famoso de turno, sus amigos, sus ligues, existen en la realidad, pero ¿son reales? La respuesta es evidente: no. Ni siquiera el Andreu de los monólogos es real, por más que sea él mismo el que nos lo cuenta de viva voz y con vivos gestos. Los monólogos de Andreu son una ficción. Una ficción con apariencia real, pero ficción al fin y al cabo. Tomemos otro ejemplo. Otro humorista. Joaquín Reyes. Conocido por sus “imitaciones” de personajes famosos, es fácilmente comprensible que los personajes que presenta en sus gags Joaquín Reyes no son reales. Ni siquiera, como sí ocurría en el caso de Andreu, realistas. Son una ficcionalización de la realidad para volverla más humorística, más conveniente a su propósito de, en principio, hacer humor.
Es decir, que tanto Andreu como Joaquín toman la realidad como punto de partida y a partir de ella la cuentan a su forma para conseguir un propósito: hacer humor. Ficcionalizan la realidad al contarla. La modelan a su manera para lograr un propósito, para contar una historia. ¿Falsean la realidad? No estrictamente, pero lo que cuentan es claramente mentira.
Generalicemos. Podemos decir que todo aquello que se contiene en una narración literaria o con un propósito de literaturización es ficticio. Todo aquello que se cuenta en una novela, pese a que pueda estar basado en la realidad, es ficticio. Incluso novelas históricas (dejemos a un lado la supuesta nueva novela histórica y fijémonos en la del siglo XIX) como La espada de San Fernando o El señor de Bembibre que narran hechos que ocurrieron en la realidad no son más que artificios, narraciones, ficciones al fin y al cabo por mucha realidad que contengan. Es, en consecuencia, posible afirmar que todo aquello que es narrado con afán de ser “literario” en un sentido amplio de esta palabra es ficción. Incluso si cuenta una historia real y verdadera que aconteció a personas reales y verdaderas de un tiempo y un lugar reales y verdaderos.
No parece posible, pues, la confusión entre la realidad y la ficción. Sólo lo narrado con vocación de contar una experiencia, estamos refiriéndonos a las narraciones orales de cualquier persona que cuenta algo que un día le sucedió, es en principio y con salvedades, real. Cabría añadir aquí que una definición correcta de qué es un hombre no puede menoscabar la afirmación de tantos profesores de gramática: el hombre es un ser narrativo. Continuamente estamos narrando al resto de hombres nuestras vivencias, experiencias que sí son en precipicio reales, pero una vez introducidas en un ámbito literario, por mínimo que sea, dejan de ser realidad para convertirse en ficción, se han ficcionalizado. Así sucede en la novela, en el teatro, en el cine, en los monólogos humorísticos.
Confusión realidad y ficción.
Si el camino que separa a la realidad de la ficción se muestra tan claro, por qué sucede entonces la confusión. Podemos afirmar que en ocasiones esa
confusión es buscada por el autor. Buenafuente busca
que sus monólogos sean realistas, tengan una apoyatura fuerte en lo real y puedan así ser más creíbles. Estamos ante un nuevo término: realismo. A lo más que puede aspirar una narración es a ser realista, nunca será real por las razones que hemos ido exponiendo, por la fuerza de la narración literaturizada que hace que todo lo narrado se convierta en ficción.
La confusión entre realista y real es más plausible, aún así es evidente que lo real y lo realista no son coincidentes. No creemos en la existencia de ese Buenafuente oficinista ni en la de los personajes de Dickens por más realistas que ambos sean.
La confusión entre realidad y ficción es mucho más complicada de explicar en otros ámbitos. Nadie cree las historias de Superman, ni las de Groucho Marx. No son realistas. No son verosímiles. No son reales. Son ficción pura y dura y la confusión ahí es mucho menor, pese a que ocurra en ocasiones. Cómo alguien puede pensar en la realidad de estas narraciones escapa a nuestro entender. Tal vez la fuerza de la narración, la sugestión de los personajes o la inexperiencia de los receptores de la narración.Concluyamos esta somera y un tanto confusa aproximación a lo real y lo ficticio con un pensamiento de Javier Marías: “No es bueno confundir la realidad con la ficción”.
A Cristina. En realidad debiera estar dedicado a otra persona. Pero como esa persona no quiere que se le dedique nada va para Cristina, que defiende, empero, que todo vaya para esa persona.

3 comentarios:

Creatura dijo...

Yo también defiendo que todo vaya para esa persona

Anónimo dijo...

Está claro que siempre que no se lo pueda dedicar a Soriano, es mejor que vaya todo para ella. Y mejor para ella que para la otra.

Julio Vegas dijo...

Pues dedicámelo a mo