viernes, 6 de febrero de 2009

LA PAREJA PERFECTA. DELIRIO VANO É QUESTO! CREATURA Nº 36

La pareja perfecta había sido presentada por unos amigos, como todas las parejas perfectas. Y sus amigos, gente original sin duda, les dijeron antes de presentarlos: “Has de concerlo, es perfecto para ti” y al revés. Y una vez presentados y emparejados decían a todo el mundo: “Hay que ver, que pareja más perfecta hacen estos dos”. Y quienes les habían presentado sacaban pecho y decían: “nosotros, hemos sido nosotros los que los hemos presentado” como diciendo, “sí, sí, son muy perfectitos, pero si nosotros no los presentamos y se lo decimos aún seguirían solteros los muy merluzos, o aún peor, estarían con una pareja que no sería la suya, la perfecta para ellos.”
¿Por qué eran la pareja perfecta? Bueno, todos conocéis alguna de esas parejas que son perfectas, que terminan las frases del otro, que son iguales de guapos, que tienen unos gustos similares, que saben besarse en el momento exacto, que llevan una ropa similar y perfecta la una para el otro, como si se hubieran llamado y se hubieran combinado expresamente antes de salir para parecer perfectos.
Además siempre eran muy atentos el uno con el otro, siempre juntitos, diciéndose sus bondades, sin tonterías, sin estupideces, dándose cariño y dándose amor sin cortapisas y en el momento justo. Eran pues la pareja perfecta y como tal eran la envidia de todos los que los miraban y que pensaban o decían: “Yo quiero eso” “Yo quiero que me cojan de la mano y que me abracen y que me paguen las copas y que me den un pañuelo si tengo mocos y que me den dinero para pagar las copas y que me quieran como ellos se quieren, yo quiero eso.”
Su boda, ni que decir tiene, fue perfecta. ¿Esperaban ustedes otra cosa? Se casaron en la iglesia más bonita, con el más bonito día de primavera de la historia, la novia iba guapísima y el novio dijo unas palabras fantásticas, propias del mejor y más enamorado de los poetas. Las palomas aquel día abandonaron la plaza de la iglesia y en lugar de arroz una lluvia de pompas de jabón, pétalos de rosa y algodón de azúcar cayó sobre los novios al abandonar la perfecta iglesia que acaba de asistir a la confirmación ante Dios y ante los hombres de su amor perfecto.
La luna de miel fue perfecta. Y la aprovecharon para aliviar la miseria de algunos pueblecitos del país que visitaron. ¡Qué encantador detalle!
Su casa era perfecta, más que las de las revistas, y su coche era tan brillante que por la carretera de noche y con niebla se sabía que en él iba aquella perfecta pareja. Sus amigos no se cansaban nunca de ellos, siempre eran ingeniosos, educados, preocupados, eran los amigos perfectos. Daban unas cenas estupendas, donde, a pesar de ir todos borrachos, una perfecta borrachera, nadie decía impertinencias y era todo perfecto, hasta los chistes tontos de los borrachos. La pareja perfecta se pasaba el día juntos, trabajaban juntos y hacían un gran trabajo. No precisaban de nada ni de nadie más. Hacían mucho dinero y grandes negocios, pues todo el mundo se fiaba de ellos.
Todos querían saber el secreto de aquella perfección y cuando lo preguntaban, ambos se miraban tiernamente y decían “Somos así, eso es todo”.
Y eso era todo.
Eran así.
Empezaron a aparecerles imitadores, gentes que querían ser como ellos eran, gente que quería esa perfección y esa felicidad que destilaba la pareja perfecta.
Trataban de sonreír igual, de imitar su vestuario, su comportamiento, eran amables, atentos, educados con su pareja. Pero no les funcionaba. Al cabo de cuatro o cinco semanas estaban tan casados y aburridos el uno del otro que no querían volver a verse jamás en la vida.
Algunos consiguieron aguantar años enteros haciendo lo mismo que ellos y se querían y eran felices, pero su felicidad siempre acababa truncada por algunas cosas, detalles pequeños que al principio parecían encantadores, pequeños fallos que eran el alma de su relación de repente se fueron convirtiendo en momentos de una abrumadora pesadumbre. En un constante cabreo. Reprimido, sí, pero cabreo. Pero disimulaban y daban un paseo y se daban, en secreto, escondiendo en el coche las botellas, a la bebida. Volvían a casa borrachos y ya dispuestos a aguantar lo que nunca hubieran aguantado si no fuera porque veían que esa felicidad era perfecta y que se podía conseguir. Los más listos, los que más se querían, se daban cuenta después de un tiempo de mucho sufrimiento, que lo mejor era no imitarlos. Y que si tenían que irse tres días de borrachera con los amigos, o ver el fútbol o eructar delante de su pareja, no habría problema, pues al fin y al cabo se querían y si se querían que más daba que fueran o no perfectos.
El resto fue infeliz. Y una ola de infelicidad cubría gran parte de la ciudad por culpa de aquella pareja perfecta.
Ellos mientras tanto seguían siendo igual de perfectos, igual de guapos y de bien avenidos, igual de estupendos y encantadores. A nadie le extrañaba verlos siempre juntos, sonriendo, verlos siempre con ese aire de felicidad.
Lo que nunca nadie supo era el secreto de su felicidad. Ese secreto que ambos conocían y que no querían contar, y que no podían contar porque sería ya un poco tonto y porque habían mantenido su posición y su fama durante muchos, muchos años.Ese gran secreto era que no se querían, que no se habían querido nunca, que simplemente se toleraban, que estaban juntos por no estar solos, que actuaban ante los demás, para parecer lo que no eran y que actuando a veces hasta conseguían un esbozo de felicidad, pero no eran felices sólo lo parecían. Y nunca conocieron el amor, y el enfadarse por quererse, y la pasión, y la reconciliación y el miedo a la pérdida. Sólo fueron capaces de fingir.

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