viernes, 28 de agosto de 2009

EN LA CAMA. CREATURA Nº 43

Como ya habían terminado de hacer lo que tenían que hacer estaban los dos en la cama, quietos y silenciosos sin saber qué decir ni qué hacer. Ya habían conseguido lo que querían y sabían que este tiempo les sobraba. En el bar donde se habían conocido ya se lo habían dicho todo. Qué brazos tienes. Gracias voy al gimnasio. Un guiño, una sonrisa. Todo hecho, todo dicho. Luego a la casa, los besos, la desnudez, los gemidos, el sudor, los líquidos. Y se acabó. Ahora ya no tenían nada que decirse. Ambos buscaban una excusa para quedarse solos, uno para irse, la otra para que se fuera. Ahora mismo ya se molestaban. Qué tío más pesado, por qué demonios no se va ya con su mujer o con su madre, lo que sea que tenga. Qué tía más plasta a ver cuando puedo largarme, que se haga ya la dormida. Ella lo cogió, se hizo la dormida, o la despistada. Él aprovecho para quitarle un cigarro y un billete de diez y se fue. Bueno, antes trató de averiguar cómo se llamaba, pero no lo consiguió. Bueno, pues María mismo, que es universal.
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Como ya había terminado de hacer lo que tenían que hacer estaban los dos en la cama, quietos, esperando que el otro hablara. La situación era un poco ridícula. Claro que había sido ridícula desde el principio. No te llamas Carmen. No. Pues yo me enamoré de una Carmen, era más fea que tú. Risitas tontas. Toma una copa. Toma un cigarro. No fumo, eso es malo para hacer ejercicio. Qué ejercicio haces. El amor. Será para menos. No, soy un profesional. Habrá que comprobarlo. Claro. Besos y esas cosas. Y luego a la casa de él. No era la casa de un atleta. La nevera estaba llena de refrescos para mezclar con alcohol. El congelador lleno de hielo. En el baño múltiples artículos depilatorios. Muchos perfumes y cremas. Parecía su casa y era la de él. Después del ejercicio, sudor, gemidos, te gusta ¿eh? No digas que no te gusta, besos, abdominales cuidados, cama perfecta, condones de sabores, líquidos, estaban ahora los dos tumbados. ¿Por qué no me dice ya lo bueno que soy? ¿A qué espera? Joder, este tío es un gilipollas. Y no es tan bueno. Me han hecho cosas mucho mejores. Y ya en voz alta, ¿A qué ha gustado, eh? ¿A qué no mentía? Y ella pensando en la compra.
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Como ya había terminado de hacer lo que tenían que hacer estaban los dos en la cama, quietos, hablando, sin dejar de hablar, eran como dos cotorras. Y encima se reían. Qué buen rollo pensaba él. Qué buen rollo pensaba ella. No habían dejado de hablar desde el principio. Desde que se habían conocido en el bar. De dónde eres. A qué te dedicas. Estás sola. Esas son mis amigas. Son más guapas que tú. Imbécil. No habían dejado de reírse todo el rato. Parecían un poco tontos. Incluso durante los besos, las caricias, los gemidos, les había salido también la risa. Un poco se habían cortado. No lo estaré haciendo tan mal que se está riendo de mí. Y un poco sí era así. Pero eran dos inexpertos. Y lo importante era ahora. Reírse. Hablar. Seguir con los vaciles. El rollito que se traían. Podrían quedar otro día. Seguir hablando, riéndose, mejorando sus técnicas. Él tenía que mejorar muchas cosas. Ella también. La había mentido. No lo hacía tan bien como ella creía. Pero así podría mejorar. No pensaban callarse. Parecía que iban a estar así toda la noche. Que les quedaba mucha cuerda. El vecino pensó que se podían callar de una vez, joder.
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Como ya habían terminado de hacer lo que tenían que hacer estaban los dos en la cama, quietos. Ella hablaba y hablaba. No había dejado de hablar en todo el rato. Él no había hecho nada en realidad. Sólo había dicho su nombre y había puesto las orejas. Ella había hablado de su ex, de su madre, de su perro, de su trabajo y había dicho justo cuando él ya tenía la excusa perfecta para largarse ¿vamos a mi casa? Y se habían ido a su casa. Allí ella no había dejado de hablar en ningún momento. Temió por las partes importantes de su anatomía, porque ni siquiera con la boca llena parecía que iba a dejar de hablar. Por suerte lo hizo. O más bien se dejaba la boca vacía y hablaba. Era una pesadilla. Describía hasta el placer, palabras todo el rato. Le había desconcentrado. Claro que eso le había hecho aguantar más. Ahora ella seguía hablando ya no sabía bien de qué, tendría que escucharla para ver si cogía algo y decir sí o no o algo. Repescó la excusa para largarse que tenía pensada y la usó. Pero ella seguía hablando y no se dio por enterada. Rezó para que algún día parara. Pero también habló en sueños.

1 comentario:

"El Lobo Estepario" dijo...

Me gusto el artículo de la permanencia de la idea Quijotesca Rubén