martes, 6 de marzo de 2007

13 X 21
Ana la yelera.

Ana la yelera no tenía una caperuza roja. Ni siquiera tenía caperuza de color alguno. Tampoco tenía ricitos de oro. Ni tenía rueca con la que pincharse un dedo. Pero pese a ello y debido a su curioso nombre y a quién sabe qué otra razón Ana la yelera se sentía un personaje de cuento. A ella le hubiera gustado ser un personaje de cuento de amor: una Cenicienta, una Bella Durmiente, una Blancanieves, o algo parecido. Pero Ana la yelera no tenía suerte. Nunca tuvo una madrastra que la tuviera todo el día revolcándose entre la ceniza, ni una bruja la hechizó para que durmiese durante años y años (con lo que le gustaba a ella dormir eso hubiera estado bien y no como ahora que apenas si dormía seis horas) ni comió nunca una manzana envenenada, si bien alguna de las que había comido tenían gusano o estaban extremadamente ácidas. De verdad de verdad, lo que le hubiera gustado a Ana es que un príncipe hubiera venido a rescatarla cada vez que se metía en un problema. O aunque no se metiera. Así, cada vez que sonaba el despertador para ir a trabajar Ana se decía (porque pese a tener esas ilusiones Ana es una persona como nosotros y gusta mucho de hablar consigo misma):
- Si tuviera yo un príncipe se iba a levantar a trabajar la ratita presumida.
Pese a todo Ana se levantaba como una campeona del mundo, es decir, como todos aquellos que han de levantarse siendo aún de noche, mientras nosotros, vagos consumados,
seguimos durmiendo y soñando como degenerados.
Por todas partes adonde iba, Ana quería ver si podía al fin convertirse en protagonista de un cuento. Tenía la deliciosa ilusión de que su nombre fuera el título de un cuento y que los papás cursis le contaran su historia a las niñas pesadas antes de dormir:
“Érase una vez, en un pequeño pueblo, un chica muy guapa que se llamaba Ana, Ana la yelera…”
Así, Ana solía hacer cosas típicas de los cuentos, tiraba miguitas de pan tras de sí para no olvidar el camino y para ver si tras alguna esquina aparecía un ogro o una aventura (sí, queridos niños Ana era una temeraria así que no hagáis vosotros lo mismo, por favor). También salía a pasear con una cestita llena de queso y miel camino de la casa de su abuelita. Y cuando llegaba a la casa de su abuela le decía:
-Abuelita, que ojos más grandes tienes.
A lo que su abuela respondía:
- Cállate, tonta, que son unas gafas de sol nuevas que me he comprado en el rastrillo.
Nada le salía bien a Ana. No obstante no dejaba de intentarlo y comía con fruición las manzanas que en el mercadillo de su pueblo vendía una señora mayor con una verruga en la nariz y con un cierto aire a Doña Rogelia.
También gustaba Ana de frecuentar los animalitos de las granjas.
- No estaría mal – pensaba- hacer un viaje como el pequeño Nils o hacerme amiga de los tres cerditos.
Pero los animales se empeñaban en no hablarle y en morderle el bajo de los pantalones.
Ana se iba haciendo mayor y empezaba a tener dudas acerca de sus posibilidades de hacerse protagonista de un cuento. Le fue tomando manía a algunos de los protagonistas de esos cuentos, como a Juan sin miedo, mira que era idota ese Juan. O a los siete cabritillos, cuya historia le daba repelús, no por ser comida por un lobo, sino por lo mal que se tenía que pasar encerrada en el estómago de un lobo con siete imbéciles tan grandes como los cabritillos aquellos. Al que más manía tenía era al flautista de Hamelín, y no sólo porque no le gustasen los ratones y las ratas, sino porque aquel tipo era muy siniestro, y un malandrín de cuidado dejando caer por el precipicio a todos los estúpidos niños aquellos, que tal vez lo merecieran, vale, pero era muy exagerado cuando les podía haber hecho otra cosa como haberles enseñado a tocar la flauta que es mucho más molesto para los padres que lo otro.
Ana, para matar el tiempo, empezó a salir con un chico. No era un príncipe, ni tampoco azul, aunque era mejor que no lo fuera, porque tener un novio azul, como los pitufos, iba a ser un poco raro y muy difícil de explicar. El novio no era ni bueno ni malo. No se transformaba en lobo, ni tenía joroba, ni caballo, ni era una bestia encantada o similar. No estaba mal, aunque claro, Ana hubiera preferido otra cosa.
- El mundo es conformarse. Le decía su hermana mayor.
Y Ana se empezaba conformar. Para distraerse y no pensar más en los cuentos Ana se hizo shopping adicta. Se compró collares que le daban al menos tres vueltas al cuello, con pendientes a juego, por supuesto; zapatos a mogollón: blancos, rojos, negros, sandalias, botas, muy parecidos algunos a los de los toreros. También se compró un surtido de diademas de goma partidas en dos por arriba. Al ponérselas se hacía a veces la ilusión de que se ponía una corona de princesa.
Un día estando con su novio en un bar perdió la diadema pero no se dio cuenta. Un joven, tal vez apuesto tal vez no, yo no lo sé porque soy muy despistado y no me he fijado, la encontró y corrió hacia Ana, pero Ana ya se había marchado. Pero el joven la buscó por todo la comarca hasta que la encontró y le puso su diadema en el pelo. Entonces Ana besó al joven que la había buscado, que no era un príncipe pero que acertó un día una primitiva. Y se casaron y vivieron felices y comieron perdices. Y me pagaron por escribir este cuento llamado Ana la yelera.

Rubén Bravo.

Dedicado a Soriano, eximio creador de nuestros días. Y a Ana la yelera, por supuesto.

Comentarios, sugerencias: rbr33@hotmail.com

5 comentarios:

Julio Vegas dijo...

Hello Rubén. Pues ya veo que te has apañado con lo de los enlaces. He añadido uno a tu página desde "El Hombre Irónico". También le tienes desde "Creatura" y de aquí a un rato desde "Las Freaky Portadas".

Me da que con esto de los blogs lo vamos a pasar bastante bien ¡Ahora sólo queda mi hermano!

Unknown dijo...

Jo! al final me voy a tener que animar y hacer ese de "los mundos de soriano y cristina" jajajaja.
El cuento de Ana la leyera es la leche... aunque eso de que Soriano te haya inspirado me da que pensar jajajaja.

Kebran dijo...

vale rubén, bienvenido al universo bloggero. a ver si me apaño yo con los links. venga tío animate y escribe y escribe y escribe

Rubén dijo...

Bueno, gracias a todos. La verdad es que esto es un poco tonto pero bastante entretenido. Aún estoy un poco perdido, pero bueno voy probando cosillas nuevas para el blog este.

Anónimo dijo...

Hola Rubén, para que veas que yo también me paso por aqui. Me parece genial que utilices las posibilidades que nos da la técnica para que escribas y divulgues tus cosillas, un beso