jueves, 29 de noviembre de 2007

Realidad y ficción. Creatura Nº 23.

Doce de la noche de un día cualquiera. Andreu Buenafuente comienza su monólogo diario en su programa de televisión. Los monólogos de Buenafuente, como todos los monólogos humorísticos, van contados en primera persona, con lo cual es el propio Andreu el protagonista de la narración, pues no es otra cosa un monólogo que una narración. Así son también los que inician los episodios de Seinfeld, o los de cualquier humorista. En el monólogo Andreu va contando sus experiencias propias en torno a un tema de mayor o menor actualidad. Funcionan sus monólogos un poco como un artículo de opinión, toman un punto de partida en un tema actual y después se vuelven a la propia experiencia del autor. La pregunta surge al pensar si lo que Buenafuente nos cuenta es real o no, es cierto o no, es realidad o ficción. Los personajes que se suceden en sus narraciones: él mismo, su madre, el famoso de turno, sus amigos, sus ligues, existen en la realidad, pero ¿son reales? La respuesta es evidente: no. Ni siquiera el Andreu de los monólogos es real, por más que sea él mismo el que nos lo cuenta de viva voz y con vivos gestos. Los monólogos de Andreu son una ficción. Una ficción con apariencia real, pero ficción al fin y al cabo. Tomemos otro ejemplo. Otro humorista. Joaquín Reyes. Conocido por sus “imitaciones” de personajes famosos, es fácilmente comprensible que los personajes que presenta en sus gags Joaquín Reyes no son reales. Ni siquiera, como sí ocurría en el caso de Andreu, realistas. Son una ficcionalización de la realidad para volverla más humorística, más conveniente a su propósito de, en principio, hacer humor.
Es decir, que tanto Andreu como Joaquín toman la realidad como punto de partida y a partir de ella la cuentan a su forma para conseguir un propósito: hacer humor. Ficcionalizan la realidad al contarla. La modelan a su manera para lograr un propósito, para contar una historia. ¿Falsean la realidad? No estrictamente, pero lo que cuentan es claramente mentira.
Generalicemos. Podemos decir que todo aquello que se contiene en una narración literaria o con un propósito de literaturización es ficticio. Todo aquello que se cuenta en una novela, pese a que pueda estar basado en la realidad, es ficticio. Incluso novelas históricas (dejemos a un lado la supuesta nueva novela histórica y fijémonos en la del siglo XIX) como La espada de San Fernando o El señor de Bembibre que narran hechos que ocurrieron en la realidad no son más que artificios, narraciones, ficciones al fin y al cabo por mucha realidad que contengan. Es, en consecuencia, posible afirmar que todo aquello que es narrado con afán de ser “literario” en un sentido amplio de esta palabra es ficción. Incluso si cuenta una historia real y verdadera que aconteció a personas reales y verdaderas de un tiempo y un lugar reales y verdaderos.
No parece posible, pues, la confusión entre la realidad y la ficción. Sólo lo narrado con vocación de contar una experiencia, estamos refiriéndonos a las narraciones orales de cualquier persona que cuenta algo que un día le sucedió, es en principio y con salvedades, real. Cabría añadir aquí que una definición correcta de qué es un hombre no puede menoscabar la afirmación de tantos profesores de gramática: el hombre es un ser narrativo. Continuamente estamos narrando al resto de hombres nuestras vivencias, experiencias que sí son en precipicio reales, pero una vez introducidas en un ámbito literario, por mínimo que sea, dejan de ser realidad para convertirse en ficción, se han ficcionalizado. Así sucede en la novela, en el teatro, en el cine, en los monólogos humorísticos.
Confusión realidad y ficción.
Si el camino que separa a la realidad de la ficción se muestra tan claro, por qué sucede entonces la confusión. Podemos afirmar que en ocasiones esa
confusión es buscada por el autor. Buenafuente busca
que sus monólogos sean realistas, tengan una apoyatura fuerte en lo real y puedan así ser más creíbles. Estamos ante un nuevo término: realismo. A lo más que puede aspirar una narración es a ser realista, nunca será real por las razones que hemos ido exponiendo, por la fuerza de la narración literaturizada que hace que todo lo narrado se convierta en ficción.
La confusión entre realista y real es más plausible, aún así es evidente que lo real y lo realista no son coincidentes. No creemos en la existencia de ese Buenafuente oficinista ni en la de los personajes de Dickens por más realistas que ambos sean.
La confusión entre realidad y ficción es mucho más complicada de explicar en otros ámbitos. Nadie cree las historias de Superman, ni las de Groucho Marx. No son realistas. No son verosímiles. No son reales. Son ficción pura y dura y la confusión ahí es mucho menor, pese a que ocurra en ocasiones. Cómo alguien puede pensar en la realidad de estas narraciones escapa a nuestro entender. Tal vez la fuerza de la narración, la sugestión de los personajes o la inexperiencia de los receptores de la narración.Concluyamos esta somera y un tanto confusa aproximación a lo real y lo ficticio con un pensamiento de Javier Marías: “No es bueno confundir la realidad con la ficción”.
A Cristina. En realidad debiera estar dedicado a otra persona. Pero como esa persona no quiere que se le dedique nada va para Cristina, que defiende, empero, que todo vaya para esa persona.

miércoles, 24 de octubre de 2007

La mujer que no podía dejar de hacer preguntas y el hombre que sólo podía decir no. Escena de amor. Creatura Nº 22.

Delirio vano è questo!

La mujer que no podía dejar de hacer preguntas y el hombre que sólo podía decir no. Escena de amor.

La escena es una cafetería. Mesas, sillas, ocupadas o llenas al fondo. En primer plano un hombre y una mujer. Ella es rubia y con el pelo rizado. Él no. Hay, sobre la mesa, un café, los restos de un azucarillo, un bolso y un refresco del que él bebe de vez en cuando. Cuando sube el telón la conversación ya hace rato que ha comenzado.

Mujer: ¿Quieres venir al cine el viernes?
Hombre: (Sorprendido) No.
Mujer: ¿Y el sábado?
Hombre: (Turbado) No.
Mujer: ¿Y el domingo?
Hombre: (Más turbado todavía) No.
Mujer: (Empezando a enfadarse) ¿Será posible? ¿No te gusta el cine?
Hombre: (Sincero) No.
Mujer: (Más calmada ya) ¿Es que te asusta la oscuridad?
Hombre: (Seguro) No.
Mujer: (Un poco incitante) ¿Tienes miedo a que te ataque cuando se apague la luz?
Hombre: (Tontín) No.
Mujer: (De nuevo enfadada) ¿Por qué no? ¿Es que crees que no puedo hacerlo?
Hombre: (Abstruso) No.
Mujer: (Confusa) ¿Lo crees o no lo crees?
Hombre: (Frío) No.
Mujer: (Aliviada) ¿Es posible entonces que vengas al cine conmigo?
Hombre: (Sincero) No.
Mujer: ¿Entonces podemos ir al teatro?
Hombre: (Convencido) No
Mujer: ¿No te gusta tampoco el teatro?
Hombre: (Mentiroso) No.
Mujer: ¿Es porque es aburrido?
Hombre: (Sin convicción) No.
Mujer: ¿Es porque ya no hay buenos autores?
Hombre: (Confuso) No.
Mujer: (Escamada). ¿Crees que hay buenos autores?
Hombre: (Recuperando la seguridad) No.
Mujer: ¿Ves?
Hombre: (Rotundo) No.
Mujer: ¿No ves que nos gustan las mismas cosas?
Hombre: (Más rotundo) No.
Mujer: ¿No ves, amor mío, que somos almas gemelas?
Hombre: (Rotundísimo) No.
Mujer: (Llorando a moco tendido) ¿Es que no me quieres?
Hombre: (Con la mosca tras la oreja) No.
Mujer: (Llorando más aún) ¿Es que no soy atractiva?
Hombre: (Valorándola) No.
Mujer: (Al borde de la apoplejía por llanto) ¿Tan fea soy?
Hombre: (Mirándola el escote) No.
Mujer: (Calmada de repente) ¿No soy fea?
Hombre: (Sonriente) No.
Mujer: (Con cierto aire de suripanta) ¿No crees que hay por ahí muchas mujeres mucho más guapas que yo?
Hombre: (Engatusándola) No.
Mujer: (Casi melosa) ¿Crees que soy más atractiva que Scarlett Johansson?
Hombre: (Casi jurando sobre la Biblia) No.
Mujer: (Una vez más enfadada) ¿Serás…?
Hombre: (Inconsciente) No.
Mujer (Pensativa) ¿Crees que Elsa Pataki es más atractiva que yo?
Hombre: (Mintiendo como un bellaco) No.
Ella se acerca y lo besuquea por todas partes, él se muestra un poco indiferente, sobre todo al principio, luego resignado y finalmente complacido. Cualquiera podría pensar que ella ya le ha cogido el truco a él.
Mujer: ¿Así que soy la mujer más atractiva de España?
Hombre: (Con certidumbre) No.
Mujer: (Sorprendida) ¿No?
Hombre: (Con más certidumbre) No.
Mujer: (Volviendo a enfadarse porque, aunque parezca mentira, no ha cogido el truco, aunque tal vez lo vaya pillando ya) ¿Soy la más atractiva de Toledo?
Hombre: (Con tanta certidumbre que asusta) No.
Mujer: (Empezando a perder los nervios) ¿Soy la más atractiva de Illescas?
Hombre: (Certidumbre y media) No.
Mujer: (A punto de darle de bofetadas) ¿Me quieres decir quién es más atractiva que yo en este pueblo?
Hombre: (Asustado) No.
Mujer: (Comprendiendo de repente) ¿Hay en Illescas una mujer más atractiva que yo?
Hombre: (Meloso) No.
Mujer: ¿Hay en Toledo una mujer más atractiva que yo?
Hombre: (Tierno) No.
Mujer: (Manejando ya la situación) ¿Me odias?
Hombre: (Más meloso) No.
Mujer: ¿Me detestas?
Hombre. (Todavía más meloso) No.
Mujer: ¿Estarías con cualquier otra antes de estar conmigo?
Hombre: (Timándose con ella) No.
Mujer: ¿Es cierto que no me quieres?
Hombre: (Pudoroso) No.
Mujer: (Que en el calor del momento se equivoca) ¿Así que me quieres?
Hombre: (Confuso) No.
Mujer: (Con la felicidad extrema de quien ha conseguido lo que quería) ¿Hay una mujer en el mundo a la que quieres más que a mí?
Hombre: (Rojo de vergüenza) No.
Mujer: (Extasiada) ¿Podríamos ser más felices?
Hombre: (Feliz) No.
Mujer: (Viendo su oportunidad) ¿Te gustaría casarte con mi hermana?
Hombre: (Negando también con la cabeza) No.
Mujer: (En el momento más feliz de su vida porque por fin ha sido mejor que su hermana) ¿Quieres que no nos casemos en mayo?
Hombre: (Sincero) No.
Mujer: (En el paroxismo mismo del disfrute) ¿No es fantástico?
Hombre: (Resignado) No.
Pagan, se marchan de la cafetería y se alejan ambos cogidos de la mano, mientras estúpidamente cae el TELÓN.
[Dedicado a los amigos que desde México visitan tan frecuentemente este blog.]

miércoles, 26 de septiembre de 2007

El camelo de la poesía. Creatura Nº 21.

El camelo de la poesía.

Es un hecho fácilmente comprobable que la poesía es el género literario que más fácilmente cala en un lector, en un receptor. De ahí que cualquier persona sea capaz de repetir un romance, una coplilla o al menos el estribillo de una canción. Sin embargo, es también la poesía el género literario más difícil de comprender para el lector, para el receptor. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos demasiado que más de la mitad de las personas entrevistadas en una hipotética encuesta no sabría decirnos con claridad qué quiere decir un poeta en su poema. De ahí esa realidad dura pero innegable de la inutilidad de la poesía. Si existen poemas perfectos, de una belleza insoslayable, pero incomprensibles, son del todo inútiles, al menos mucho más inútiles que ese otro que dice “Que por mayo era por mayo…” ¿Por qué ocurre esto? No somos tan atrevidos como para dar respuestas concluyentes a esta pregunta, pero tal vez podamos centrarnos en otros aspectos que puedan aclarar algo este hecho.
Mirando un poco hacia la historia literaria española podemos comprobar que es sobre todo a partir del siglo XVII con la aparición de las formas poéticas barrocas (culteranismo y conceptismo) cuando empieza a suceder esto. Es cierto que anteriormente ya había poemas sumamente crípticos como Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, pero ya decimos que sobre todo a partir de la aceptación del barroco cuando este hecho toma cuerpo definitivamente. La poesía va volviéndose más críptica, más difícil y su significado va dependiendo cada vez más de la inferencia, del resultado del cálculo que vamos haciendo tras descifrar cada verso. Esto hace que la poesía rompa sus lazos con la realidad y también con el lenguaje. La exaltación exagerada de la metáfora hace que el signo lingüístico pierda su referente con la realidad volviéndose así incomprensible para el lector, al menos para el lector no iniciado en los trucos del poeta. Queda así la poesía desconectada de la realidad y ligada a la propia realidad del poeta. De esto modo el poeta crea su propio lenguaje, de fácil comprensión para él mismo y para sus seguidores pero inextricable para los demás. Lleva esto a la desesperación del lector que no entiende lo que el poeta quiere decirle. Todo acto lingüístico, y un poema lo es, tiene su carga comunicativa, pero el poema pierde así su capacidad de comunicar con el lector y la poesía se vuelve un mero objeto, muy bello, muy delicado, pero un objeto al fin y al cabo.
Sucede que el referente y lo referido no son interpretables por el lector, sólo lo son por el emisor. Se vuelve así la poesía individualista e incomprensible, como cuando un niño que empieza a hablar y aún no tiene toda su competencia lingüística crea su propio lenguaje que es comprensible por él y tal vez por su madre, pero que no deja de ser un enigma para todos los demás. Esta transformación de la poesía en un mero objeto, en una especie de jarrón, en un elemento de decoración, se acentúa tras el éxito del barroco. Sucede que el barroco se alarga incansablemente en el siglo XVIII pero va degradándose y se van perdiendo los pocos apoyos que sustentaban en la realidad a las metáforas gongorinas. Así hasta 1750 triunfa el rococó, arte decorativo por excelencia, que nos deja poemas de una gran expresión plástica pero que son puros camelos ya no ininteligibles, sino simplemente faltos de significado. Esto se corrige (la historia de la literatura es una lucha entre acción y reacción y ahora tocaba la reacción) con la aceptación de la poesía neoclásica, fría y desnaturalizada (la reacción es igual de fuerte que la acción que la provoca), pero básicamente comunicativa.
Trasladémonos al siglo XX. Desde el comienzo del siglo, asimilada ya la toda la poesía española y extranjera desde la antigua Grecia hasta el romanticismo, la poesía sigue el camino de la incomprensión. Comienza el siglo con la lucha entre los naturalistas y los modernistas. Las polémicas de entonces nos suenan iguales a las que comenta Luzán en el siglo XVIII. La poesía modernista es de una belleza abrumadora, está rendida a la metáfora y a la sinestesia, pero no tiene capacidad comunicativa, nadie entiende lo que los poetas melenudos y bohemios quieren decir, ni siquiera saben si realmente esos poetas quieren decir algo. Interviene aquí un nuevo factor a la hora de entender la poesía: el elitismo.
La poesía, el arte en general, se vuelve elitista, no va hacia el público, hacia la masa, sino que van hacia una minoría de elitistas que manejan, con su particular diccionario, los tipos y los tópicos del nuevo arte. Para la mayoría, empero, sigue siendo la poesía un arte inaccesible, ciertamente bello, pero incomprensible.
Queda así el modernismo como un arte menor, sobre todo cuando tras ellos y tal vez como una revisión de sus formas llegan los del 98 y dan un contenido a todo ese arte bohemio y preciosista.
Más tarde llegarán las vanguardias (los movimientos de acción y reacción se aceleran como se aceleran los medios de comunicación y de transporte) y estas ya no sólo dejaran de ir hacia el público sino que irán contra el público. El arte además se deshumaniza, pierde su componente vital y se deja estar un limbo extraño donde no es accesible para nadie. El arte termina por desconectarse de la realidad, ya no va contra ella ni a su favor, no pretende consignarla ni representarla, sino que simplemente deja de considerarla. El lector de un poema vanguardista tomará el texto y le dará cuatro o cinco vueltas y no será capaz de entender nada. No es extraño, pues, el fracaso de las vanguardias literarias, pese al sorprendente éxito que tienen entre comentaristas e investigadores. Y no es extraño tampoco que se tilde de camelo a la poesía en general dado su elitismo, su desconexión de la realidad, su utilización de un lenguaje tan distinto al común, su ruptura, finalmente, con su carga comunicativa.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Vamos al Chad, ese. Cuento de amor. Creatura nº 19.

13x21 Delirio vano é questo!

Vamos al Chad, ese. Cuento de amor.

Como Isak Dinesen, Ana tenía una granja, vale que no la tenía en África, pero la tenía en la famosa y cosmopolita villa de Esquivias, que no es África, pero de noche lo parece. ¿Por qué lo parece? Por la misma razón que de noche nosotros nos parecemos a George Clooney.
Ana era, por lo tanto, granjera y estaba muy contenta con serlo. Por la mañana ordeñaba las vacas y por la noche no, porque no siempre se pueden hacer las mismas cosas. Por la noche Ana se dedicaba a otros menesteres como ver la tele, fumar, cenar y otras cosas que no hace falta decir porque no se me ocurren ahora mismo. El caso es que Ana lo pasaba bastante bien siendo granjera, aunque a veces pensaba que estaría mejor ser otra cosa como bombera, pero como las bombas le asustaban bastante pensaba que ser granjera era lo suyo. Sólo una pega encontraba Ana a su vida, estaba un poco sola. Sí, tenía a sus caballos, sus vacas, sus cerditos y sus bichos en general, pero echaba de menos una compañía humana. De pequeña Ana había ido a la escuela y había hecho muchos amigos, pero ahora, viviendo en su granja pocos iban a verla. Además el trabajo de la granja era muy engorroso, y le fastidiaba el fin de semana y los festivos y así no había manera de hacer vida social de ninguna clase. Y por supuesto Ana no podía encontrar así un buen novio que se convirtiera en un buen marido que se convirtiera en un buen padre que se convirtiera en un buen abuelo que se convirtiera en un buen organillo que se convirtiera en un buen perchero que se convirtiera en un buen cristiano… Creo que me he liado, pero así era al fin y al cabo.
Así que muchas noches Ana las pasaba preguntándose si algún día conocería a alguien y cómo sería y tal y cual. La verdad es que con ese tema Ana se ponía un poco pesada y Marcial que era el cerdo más bonito de la granja se hartaba de ella cuando le contaba estas cosas y le tiraba mordiscos a ver si conseguía que de una vez dejara de contarle aquellas cosas que a él, sinceramente, le daban igual porque tenía a todas las cerdas que quería allí mismo.
De repente un día entró el siglo XXI en la granja de Ana: se compró un ordenador y una línea ADSL para internet. Al principio Ana no sabía muy bien que hacer con aquello. El aparato aquel no daba leche ni jamones ni era como el tractor, que movías una palanca y levantaba el arado. Era un aparato poco colaborador que hacía más bien lo que quería y que se quedaba como muerto cuando le daba la gana. Ana supo entonces que la informática es un engaño de los grandes. Aún así Ana le encontró el lado bueno a eso de internet. Todas las noches se las pasaba conectada a diversos chats de esos. Los chats esos son de un aburrido infamante pero a Ana le hacían gracia, porque podía hablar con la gente de Marcial y de sus gallinas que tenían nombres extravagantes como Julia, Francisca, Juana o María. Con el tiempo Ana llegó a ser una experta en eso de los chats y tenía en ellos muchos amigos y amigas.
Además a Ana el ordenador le sirvió para más cosas, como llevar la economía de la granja y anunciar su leche en internet. Sucedió que una gran marca de leche aceptó su oferta y todos los días venía un camión a llevarse la leche de sus vacas. Como los camiones son así de chulos tenía que venir un chico conduciéndolo. Se llamaba Pascual, estaba un poco harto de la broma fácil y era poco hablador. Pese a ello Ana le contaba todo lo que le ocurría en los chats esos, aunque la verdad es que Pascual no le prestaba mucha atención.
El tiempo fue pasando y Ana se iba divirtiendo con su ordenador como una energúmena con un tentetieso o más. Sucedió que un día Ana conoció por internet a un tipo que podríamos llamar siniestro, pero ocurriría que si lo llamamos así mentiríamos, y ya nos dijeron de pequeños que mentir está mal, así que no diremos que era siniestro, sino agradable. La verdad es que el tipo era la mar de simpático, iba por la calle siempre dando palmas y a la mínima se ponía a bailar sevillanas y otras cosas de esas que se bailan. Para este hombre cuyo nombre no sabemos pero al que todo el mundo conocía por Pepe, la vida era una juerga y se lo pasaba fenomenal el tío con cualquier cosa. Veía una mosca y ¡hala! diversión, veía un tranvía y ¡hala! diversión, veía un accidente de tráfico y ¡hala! diversión. Era un tipo la mar de salado y sucedió lo que suele suceder en estos casos y en otros que no son estos casos pero se parecen, es decir, que Ana y Pepe se enamoraron mutuamente entre sí. Se pasaban las horas hablando por el chat ese y diciéndose tonterías, que en realidad es lo que hacen todos los novios sólo que los otros novios lo hacían en vivo y en directo que es como más cursi. Estuvieron así mucho tiempo, un año o más, tal vez menos, no lo sé porque no entiendo bien los calendarios. Decidieron que en el aniversario de no se qué cosa debían conocerse y quedaron citados en la plaza de la famosa y cosmopolita villa de Esquivias. Ana llevaría una rosa en la boca y él la llevaría en la oreja. A la hora de esperar Ana se quitó la rosa de la boca porque no podía respirar. A las dos horas Ana decidió sentarse porque se le iban cansando las piernas. A las cuatro horas decidió volver a la granja porque ya llevaba tres horas lloviendo y no era plan de constiparse. Ana se puso muy triste y lloraba a todas horas y estornudaba como una burra porque había cogido un constipado de toma pan y moja. Pepe le explicó que no podía ser más su novio porque su mujer no le dejaba. Y es que realmente la mujer de Pepe para esas cosas era muy desaboría. Así que Ana se quedó otra vez sola, pero con su ordenador del alma conoció a otro novio y luego a otro y a otro, total que tenía tres novios y pensó que así sería mejor porque podría elegir y tendría un recambio por si acaso. Pero pasó que Ana acabó casándose con Pascual que un día la raptó y se la llevó a conocer Zamora en su camión.
- Vamos al Chad, ese. Le sugirió Pascual tras el volante.
- No que está muy lejos. Contestó Ana sobeteándole.

Este cuento NO está dedicado a Ana de Esquivias. Y sobre todo y para que quede bien clarito, NO está escrito para Ana de Esquivias. La gente para la escribo sabe bien quien es. A los otros sólo les dedico, cariñosamente, lo que escribo, sin que eso signifique que escribo para ellos o de ellos (qué vulgaridad). Quede claro como el agua clara que baja del monte.
Sí está dedicado a Zaira, porque me da la gana. Y para Javier Aguirre, por no fichar a Riquelme. Y para el pato de peluche de mi sobrina, que dice cua cua cuando le aprietas la barriga, que ya es mucho decir para cualquiera y más si se es de peluche.

lunes, 6 de agosto de 2007

No hay que follarse a Ramón (verdad verdadera) Creatura Nº 18 Creatura Fantasma

13 X 21 Delirio vano è questo!

No hay que follarse a Ramón (verdad verdadera)

Yo ya lo sabía. Era una idea que tenía de siempre en la cabeza y que había llegado allí sin que yo supiera cómo. Pero allí estaba como una de esas verdades que se tienen en la cabeza sin saber por qué pero que son ciertas siempre: que las rubias ligan más, que las rubias son tontas, que las rubias no se depilan el bigote, que las rubias son del Madrid, que las rubias, en fin, son rubias naturales todas.
Claro que yo ya lo sabía. Y hasta lo aplicaba en la vida real desde bien pequeñita. Bien es cierto que al único Ramón que yo conocía era un primo de mi padre y era evidente que con él no iba a hacer eso nunca, y no sólo por el parentesco, también tenía que ver su olor corporal (calificado por su mujer como perfume de rosas y por mi madre como perfume de fosas), su cabello pelirrojo (¡Aquí pelirrojos no! era mi lema de cabecera hasta ese momento) y sobre todo por el excesivo tamaño de su cabeza que hacía de él lo más parecido del mundo a un tentetieso. De hecho se balanceaba al caminar cómicamente igual que si fuera un tentetieso o un poeta que acabara de cobrar.
Y aunque yo ya lo sabía un día me desperté sobresaltada por la idea, la grité en sueños y empapada en sudor levanté la cabeza y lo que no es la cabeza de la almohada con los ojos casi en blanco y la repetí varias veces al derecho y al revés como la niña de esa película: Pocahontas. Había sido como una revelación. Y la revelación me decía que debía difundir la palabra. Yo era como una profetisa, como una Jesucrista (con perdón a la Iglesia y a la Real Academia). Debía difundir mi mensaje. Pero tenía varios problemas para hacerlo:
1. ¿Cómo difundir el mensaje? Había muchas posibilidades de hacerlo: por la televisión, por los periódicos, por internet, por un megáfono atornillado a la baca de un coche, asomándome a la ventana y gritándolo.
2. ¿Quién era ese Ramón del que hablaba mi profecía?
Estos problemas y otros que no eran estos, como que me pondría para lo boda de mi prima, me atormentaban continuamente. No podía dormir, no podía comer, no podía beber, no podía fumar, no podía esnifar Vicks VapoRub pese a estar brutalmente constipada y no podía hacer ninguna de las otras cosas que hacen el mundo maravilloso como tirar tartas de crema a la cara de mujeres gordas que fue siempre mi entretenimiento favorito y la disciplina en la que fui campeona provincial amateur.
Me propuse ir por partes y resolver primero la forma de difundir mi mensaje. En primer lugar pinté varias pancartas con letras bien grandes y las colgué en las ventanas y en los balcones de mi casa. La gente llamaba a mi puerta para pedirme explicaciones. “Nena, ¿Quién es ese Ramón y qué te ha hecho que le parto la boca?” Me dijo mi hermano. “Hola, me llamó Ramón, ¿Es eso una insinuación?” Me dijo un tipo asqueroso que además llevaba pantalones pirata. “Oye, mi marido se llama Ramón, ¿Te importaría darme un cartelito de esos para que lo ponga en la cama a ver si capta por fin el mensaje?” Me dijo una señora de casi cuarenta años y con pinta de tener un amante cubano. Y así fui recogiendo multitud de mensajes pero ninguno me encaminaba al Ramón al que yo me refería. Decidí ser más agresiva y salí una noche a hacer pintadas en los muros de las calles más céntricas. Así seguro que encontraba a ese Ramón. Después de dos pintadas me paré en una casa con una pared blanca y enorme. Ya había terminado de escribir “NO HAY” cuando me cayó del balcón un cubo de agua que me hizo desistir de mi tarea. Busqué una nueva pared y la encontré, pero con tan mala suerte que al minuto de empezar a pintar apareció la policía y me detuvo. Aún hoy me pregunto como llegaron tan rápido. Y me contesto que seguramente tenga que ver con el hecho de haber intentado hacer una pintada en el muro de la comisaría. Soy una profetisa, pero no soy muy lista. Tampoco así logré encontrar al Ramón que yo buscaba. Mi mensaje, empero, se iba difundiendo y muchos Ramones me llamaban a casa diciendo que hacía meses que no conseguían tener relaciones por mi culpa. Otros Ramones me llamaban para felicitarme porque ahora ligaban más que nunca. El mundo es raro.
Mi siguiente paso fue abrir un blog en internet. Allí difundí la palabra, el mensaje y mis opiniones sobre ballet ruso contemporáneo. Después de Prokofiev no hay nada. Tampoco conseguí mi propósito. En realidad yo no sabía cuál era mi propósito y por eso me conformaba con difundir la palabra y con lo del ballet ruso. Después de varios meses empecé a cansarme del tema. Mis amigos me habían abandonado. Mi hermano no me hablaba. Mi madre ya no me hacía natillas. Mi perro se fue con otra más guapa. La vida se volvió asquerosa. Decidí dejar el tema. Nada bueno podría para mí salir de aquello. Cerré el blog y descolgué las pancartas. Mi vida volvió a su normalidad. Mis amigos volvieron a hablarme, mi perro volvió a sacarme de paseo y dejó a la guapa, mi hermano volvió a pedirme dinero. Mi madre nunca más me ha hecho natillas. Es una rencorosa. La cosa siguió como antes de mi obsesión por aquel mensaje que se me apareció en sueños. Pasados dos años conocí a un chico en el supermercado y empecé a salir con él. Se llamaba Enrique Castro, aunque todos le llamaban, no sé por qué Quini. El día que estuve en su casa por fin conseguí entenderl0 todo: su perro se llamaba Ramón Ramírez.
A Cristina, también eximia y en ocasiones hasta excelsa.

martes, 5 de junio de 2007

El viejo y las Palomas. Creatura 17. Especial Bizarro

El buen señor siempre estaba en aquel banco del parque, sentado, echando migas de pan a las palomas. Con su pelo blanco y su bastón ya viejo lo miraba mientras trabajaba y me preguntaba si no se aburriría de estar todo el día allí sentado echándole de comer a las palomas esas tan burras que acababan siempre dándose de picotazos por el último trozo de pan que el hombre aquel les echaba.
Se notaba en el hombre que había sido importante. No sé bien en qué, tal vez en sus dos medallas de la guerra franco – prusiana que siempre llevaba en la pechera. Tal vez fuera en el birrete de doctor que llevaba cuando hacía sol. Tal vez fuera que llevaba el pan de las palomas en un cucurucho hecho con billetes de 50 euros. No sé bien en qué sería pero se lo notaba ese porte de los hombres de bien que tienen una historia que contar. Yo quería que me contara esa historia, pero no sabía cómo hacer para entablar amistad con él.
Un día mientras yo pasaba mi cepillo gigantesco cerca de su banco le pregunté por el libro que estaba leyendo.
- Buenos días, ¿qué lee usted?
- Las uvas de la ira.
- ¿Y qué tal?
- Bien, explica muy bien cómo pisar las uvas para que el vino salga bueno.
- ¿Cómo hay que pisarlas?
- Con ira.
A partir de ahí comenzó una amistad basada en nuestro mutuo gusto por la literatura. Yo le hablaba de mi afición por Marina Castaño y él me contaba cosas de su admirado Antonio Gala. El señor Matías, que así se llamaba, había sido general de división en cinco de las últimas cuatro guerras. No sé bien cuáles eran porque a él no le gustaba hablar de la guerra, decía que era muy aburrido, todo el rato matando gente, ahí, como si las balas fueran gratis.
Por fin un día conseguí que me contara la historia triste que le hacía ir todos los días a echar miguitas de pan a las palomas. De joven, siendo capitán, se había enamorado de una joven costurera hija ilegítima de un conde arruinado por su afición a saltar a la comba: se le gastaban tanto los zapatos y los bajos de los pantalones que no le daba el dinero para reponerlos. El caso es que todos los días seguía a esta chica desde su taller de costura a su casa que estaba tres calles más allá. Un día se decidió a hablarle, pero cuando la llamó, “Fulgencia”, para alcanzarla y declararle su amor, un yunque cayó de la ventana de una pescadera y mató a la costurera. Desde entonces fue un hombre triste y no pudo mitigar esa tristeza ni con sus millones, sus medallas, sus catorce mujeres y sus veintitrés hijos, que por cierto formaron un equipo de rugby y ganaron el seis naciones.
Un día ya no volví a verlo, me enteré de que se marchó a Benidorm a vivir y allí había muerto porque le cayó, misterios de la vida, un yunque en la cabeza mientras seguía a una sueca por el paseo marítimo.

"Palabras" Creatura 17. Especial Bizarro.

“Palabras”

1.
Algunas tardes creo que son mi soledad y mi sordera lo que me empujan a ti. Otras tardes creo que es únicamente el broche de tu sostén.

2.
La precisión exacta
Que hace falta
Para desabrochar un botón,
Normalmente el primero,
De tu blusa,
Es el gesto que más me gusta
De cuantos mis manos
Son capaces de hacer.

3.
Mi amor por ti se cuela por entre tus intersticios: tu esternón, la juntura de tus muslos, la separación diversa de tus dedos, el espacio entre tu ropa y tu cuerpo. Se cuela por ahí y quiere quedarse pegado, pero se despega según tú te vas alejando.

4.
Como tengo cierto temor a la oscuridad lo calmo pensando en ti. También el miedo a la soledad. Desgraciadamente no me sirves para el miedo a los payasos.

5.
La historia de nuestro amor es en realidad la historia de una impostura. Es la historia mal contada de una mentira.

lunes, 7 de mayo de 2007

La poesía de David González. Creatura 16.

La mejor forma de tomar consideración de lo que una obra literaria, un escritor, un poeta representa, se puede y se debe tomar con el paso del tiempo. Pocas obras se consagran a la primera, en su tiempo, necesitan de la revisión de profesores, investigadores, apasionados aunque tardíos lectores. De ahí que la crítica universitaria pose su mirada tan poco en la literatura más actual y sea la crítica periodística (si es que realmente existe una crítica periodística y no una mera maquinaria publicitaria) la que refleje el transcurrir de la última literatura. Es leída, es considerada, pero la opinión final, excepto prominentes excepciones, la dará el tiempo. Pese a ello y a todas las dificultades que esta y otras circunstancias nos imponen vamos a tratar de acercarnos a la poesía de uno de estos actuales poetas.
David González (San Andrés de Tacones, Gijón, 1964) es hombre de complicada biografía. Vive su infancia y su adolescencia en barrios marginales de la zona de Gijón, marcados por la pobreza, la necesidad y el gran auge del consumo de droga que se produce en los setenta y los ochenta. Diferentes avatares llevan al poeta a la cárcel. Tal vez sea el de la cárcel un tópico literario. Bécquer, Miguel Hernández, Cervantes, José García Nieto ya pasaron por allí, si bien el caso de David González no viene sino a desmentir este tópico: no es la cárcel una experiencia literaria, sino un aldabonazo que lo despierta a la literatura. En los casos citados anteriormente la cárcel viene al escritor cuando este ya es escritor y tiene conciencia de tal. En el poeta que nos ocupa la cárcel con su “reposo” y su obligada introspección llevan al poeta definitivamente a la poesía.
Es complicado separar en él su obra de su biografía, pues su obra se nutre especialmente de su biografía: su infancia picaresca, su adolescencia nebulosa, su paso por la cárcel y su posterior conciencia poética.
Su misma biografía de marginado lleva al poeta a tomar una especial conciencia de la vida y su devenir. Para él la vida no es un problema filosófico, ni epistemológico, no se trata de qué es la vida o de cómo comprender la vida. Tampoco es la vida un problema amoroso, su problema no son las relaciones personales. Su problema está circunscrito a su mismo nacimiento, a su infancia, a su experiencia vital: es un problema social. Su condición de paria de la sociedad le lleva a una visión crítica, dolida y escéptica de esa sociedad que lo ha llevado al margen, que lo ha desechado. “Mi primera peseta la gané/ nadando entre borra, raba, brea/ y cagayones.” Nos dice el poeta en uno de los poemas iniciales de su último libro. Evidentemente se despiertan recuerdos de su infancia, de su lucha primera por la vida y por lo injusto de esa vida que hace que unos, los no presentes en el poema, ganen su primer dinero sin esfuerzo, en su cuna, mientras otros, los del poema, deben nadar entre
desperdicios para ganarse una vida mísera, una mísera peseta. Así construye David González su poesía, a base de su biografía, de su lucha con la vida, vida mísera o triste o en ocasiones ni lo uno ni lo otro, simplemente vida:
“La tira de esparadrapo/ en la garganta de Inés Toledo,/ poeta. Laringe estrecha con las cuerdas/ vocales recompuestas, me dice./ Para que no me ahogue, me explica.”
Ese mismo hecho de circunscribirse a lo real y a lo propio del autor resta, en ocasiones, interés a este tipo de poesía. Si el autor consigue dar forma a sus vivencias y a su experiencia conseguirá una poesía de gran toque humano. Pero puede ocurrir por el contrario que esa poesía quede reducida a un largo fluir de episodios que por su propio carácter personal se vuelvan incomprensibles al lector, es decir que sean tan netamente personales y estén tan fuertemente contextualizados que si se sacan de ese contexto y no se ha vivido la situación quede la poesía reducida a la incapacidad.
Es sumamente difícil no caer en ese efecto cuando la poesía gravita en torno a la vida del poeta, cuando la poesía cuenta sobre todo la propia vida del poeta. En ocasiones le ocurre a la de David González. Nos encontramos con poemas de un corte tan personal, e íntimo que su comprensión, a pesar de ser clara y concisa, no llega al receptor como un poema en sí, sino más como una confesión que carece de interés al ser el poeta un personaje alejado de la vida del lector, al vivir el receptor en un contexto lejano al del poema.
Esta realidad, recurrente en toda la llamada “poesía de la experiencia” que recorre la literatura española desde finales de los setenta, podemos encontrarlo también en poetas de mayor fama y alejados del contexto social como Francisco Díaz de Castro o Luis García Montero.
Formalmente la poesía de David González cuenta con los grandes, y tal vez los mejores, argumentos de la poesía moderna. Es una poesía narrativa, antirretórica, antipoética en muchas ocasiones. Es una poesía clara con una gran carga comunicativa, que busca al lector por el lado más claro, que busca que ese lector entienda todo lo que se le dice y no tenga que interpretar y hacer extrañas cábalas hasta llegar a un posible significado de lo señalado en el poema. Dice lo que dice, significa lo que significa. Paradigma de esta forma de hacer poesía es el poema Metamorfosis: “sobre la almohada,/ en su lado de la cama,/ lo que a primera vista/ parece ser/ el pétalo de una rosa/ se revela, luego/ visto más de cerca,/ como un simple trozo,/ de cinta aislante.”
Si bien la poesía de David González se mueve en estos cauces formales, encontramos, en ocasiones, verdaderas gotas de poesía en la forma más clásica de la palabra: “La cara es el espejismo del alma.”
Es, pues, la de David González una poesía de experiencia, social, narrativa y que recorre el camino que más aciertos ha dejado la poesía española en su historia: el de la búsqueda de la verdad.
Dedicado a José Paulino Ayuso, profesor y maestro, por su antología y su bondad.

jueves, 19 de abril de 2007

Utilidad y significación de la poesía. Creatura 15.

No vamos a enredarnos en discusiones estériles sobre qué tiene que ser la poesía o que es. Vamos a quedarnos en un punto más cercano, menos abstracto ¿qué significa la poesía? No qué significa un poema, sino que significa la poesía en el mundo, para la gente. También buscaremos respuestas a la pregunta ¿para qué sirve la poesía?
Significación de la poesía.
¿Qué representa la poesía en el mundo actual? La respuesta es bastante obvia, la poesía en el mundo actual no representa nada. No le importa a nadie. Las cifras de venta de libros de poesía son ridículas, apenas hay editoriales que publiquen poesía. Ninguna de las grandes tiene un catálogo considerable de poetas o de libros de poesía, apenas si Seix Barral publica algún libro y siempre de autores consagrados. La poesía suele ser publicada por pequeñas editoriales que sí tienen un catálogo extenso, pero que tienen una difusión y una distribución limitada o prácticamente inexistente. Algunas de ella sí publican un número considerable de títulos al año. Nos referimos a Visor, a Lumen, a Pre - Textos, Caballo Griego para la Poesía. Aún así es conveniente señalar que las ediciones de un libro de poesía son cortas, no suelen superar el millar de ejemplares, ejemplares que suelen quedarse sin vender.
¿Qué quiere decir todo esto? Que la poesía no le interesa al público, que no se vende, que apenas se publica, que no tiene trascendencia, que es prácticamente clandestina. Evidentemente esto va en detrimento de los poetas, ¿cuántos poetas actuales podría señalar un estudiante medio de secundaria? Me atrevería a decir que ninguno, tal vez uno si saben que Joaquín Sabina ha publicado un libro de versos. Alguien podría señalar que la poesía también vive del pasado, pero ahí tampoco deben andar mucho mejor las cosas, excepto algunas ediciones para escolares y universitarios, las de Cátedra y Castalia, la poesía no se reedita, tiene una vida limitada y acaba muriendo de olvido en los montones de papelote de los distribuidores.
¿Qué significa entonces la poesía? Nada. El común de la gente no atiende a la poesía, le da lo mismo, no le importa. Tal vez esta realidad enfade a los (pocos) lectores de poesía que aún quedan, pero es cierto, la cosa es así. La poesía no tiene ninguna repercusión en el mundo actual, en la sociedad actual. ¿Es esto importante? ¿Es peligroso? No lo parece. Nadie leyó nunca la poesía de Valle, ni la de Darío, ni la de Villaespesa, no digamos ya la de los vanguardistas, Huidobro es un desconocido, la más actual de los novísimos acumula polvo en la Biblioteca Nacional. El mundo siempre ha vivido de espaldas a la poesía y si no fuera por Bécquer nadie sería capaz de juntar dos versos si le preguntáramos a traición por la calle. A pesar de ello el mundo, la literatura y la sociedad han continuado existiendo, por eso es conveniente señalar que la poesía es indiferente a la sociedad, pero seguirá existiendo sin fin por razones que no se nos escapan pero que están ahora de más.
Utilidad de la poesía.
Una nueva pregunta ¿Para qué sirve la poesía? Realmente no sirve para nada, pero veamos la pregunta desde diferentes ángulos.
¿Para qué sirve escribir poesía? Para nada. Uno de los grandes objetos de la poesía ha sido impresionar o llamar la atención al ser amado. Es decir, que la poesía es al poeta lo que a otro es pasar delante de la chica haciendo un caballito con la moto. ¿Es esto útil? Lo del caballito suele serlo, lo de la poesía no. No sirve la poesía para hacer que te quieran, no sirve para que la chica del Mirinda con una luna menguante negra tatuada en el hombro derecho se enamore de repente de alguien que la sonetea desde un taburete. Para otras cosas tampoco es demasiado útil la poesía: no cambia la sociedad, no mejora el mundo, no sirve más que para que las cosas sean dichas y para eso vale cualquier palabra, poesía o no.
¿Sirve la poesía para hacerse rico? Evidentemente no. Un poeta no puede vivir de la poesía debe ser además periodista, profesor o cualquier otra cosa. Un poema no vale más que el avión que podemos hacer con el papel en el que está escrito.
¿Sirve entonces para hacerse famoso? No creo que digan mucho los nombres de Andrés Sánchez Robayna, Antonio Gamoneda o José Antonio Muñoz Rojas. ¿Sirve para hacerse un nombre? Tal vez esta vez podamos contestar sí. Entre los aficionados y el resto de los poetas, los autores publicados y de cierta fama suelen alcanzar alguna relevancia social, aunque no deja de parecer que es más el jefe de una pandilla que alguien con una relevancia real en la sociedad. Escribir poesía pues, no sirve de nada.
¿Es útil la poesía a la sociedad? Ya hemos destacado antes que la poesía no se lee prácticamente. Es evidente que su utilidad para la sociedad es limitada, si no inexistente. Se podría objetar que existe un gran repertorio de poesía social y más o menos combativa, pero esa poesía tampoco es útil, porque una palabra es inútil a aquel que necesita un hecho y además esa palabra no suele llegar justamente al que necesita de ayuda, sino al que tranquilamente lee en su casa sobre la desgracia de otro.
¿Vale de algo entonces leer poesía? Generalmente no, ya que la poesía sólo sirve de desahogo al poeta y se hace críptica e indescifrable para el lector. Sin embargo, hemos de admitir que lo más útil de la poesía es su lectura, porque además de ser un acto comunicativo, con todo lo que ello conlleva, es, a veces, muy entretenida. Concluyendo podemos decir que la poesía es un arte inútil, excepto para la propia poesía ya que es absolutamente autorreferencial, útil solamente a sí misma. La poesía no sirve para nada. Se nos presentan ahora nuevas preguntas sobre la autorreferencialidad de la poesía o sobre la utilidad de lo inútil. Buscaremos respuestas en otra ocasión.

sábado, 17 de marzo de 2007

El cuerpo está sobrevalorado. Creatura nº 14.


Delirio vano è questo!

El cuerpo está sobrevalorado.

Mi amigo imaginario decía siempre que el cuerpo está sobrevalorado. Yo le respondía “sí, sí” mientras miraba distraído bien al cielo bien a mi vecina del cuarto.
El caso es que claro, si eres imaginario tienes bastante claro que el cuerpo está sobrevalorado. Por eso mismo mi amigo imaginario se hartaba el tío de panceta, bacon, costillas y no sé que burradas más. Como nadie lo veía excepto yo al tío le daba lo mismo estar gordo, tener granos y llevar siempre la camisa sucia y los pantalones rotos. Tenía el burro el colesterol por las nubes y los triglicéridos ni te quiero contar. El caso es un día, ¡pam! le dio un infarto y se murió. Es lo que tiene tener el colesterol tan alto y comer tanta panceta. Pero como era imaginario pues fui y lo resucité, porque sin él, la verdad, estaba un poco solo. Lo bueno que tiene ser imaginario es que te puedes morir y resucitar. Y sin esperar tres días ni nada.
Pese a sus ideas sobre el cuerpo le obligué a apuntarse a clases de gimnasia y para que no se saltara las clases fui y me apunté con él. La verdad es que me apunté yo solo, porque lo bueno que tiene ser imaginario es que puedes ir a donde quieras sin pagar, así que me ahorré su cuota y de paso me ponía en forma.
Las clases de gimnasia eran muy divertidas, aunque al principio a él le costaba mucho todo. De hecho durante el primer mes se moría siempre a la mitad de la clase. Lo bueno que tiene ser imaginario es que te puedes morir en cualquier momento sin que nadie se de cuenta. Durante el segundo mes de clase se moría cuando íbamos a hacer abdominales. Yo creo que a veces se moría de mentira, que me hacía teatro para no seguir haciendo esas cosas que la profesora nos obligaba a hacer.
- ¡Venga que sólo queda una serie! ¡Un poco más abajo! ¡Vamos, que es dolor sano!
En el tercer mes se moría al llegar a casa, que bien visto estaba mejor que morirse en público, porque así no tenía que llevar yo su cadáver metido en la mochila.
Ya por fin el cuarto mes no se moría, aunque le daban unos infartos y unas anginas de pecho que no se las saltaba un gitano.
Al final el hombre le fue cogiendo afición, no a lo de morirse, a lo de la gimnasia, y casi me obligaba a ir con él. Además dejó la panceta, el bacon y las costillas y se pasó a la ensalada y los filetes de pollo a la plancha. A pesar de todo no dejaba de decir que el cuerpo está sobrevalorado. El suyo, pese a ser imaginario, estaba cambiando mucho. Le estaban saliendo unos bíceps considerables y su barriga se había reducido en un 75%. Yo, sin embargo, estaba cada día más gordo y más cansado.
- ¡Vamos, que es dolor sano!
Como soy un crédulo yo estaba convencido de que en realidad ese dolor era sano. Sólo había que ver a mi amigo imaginario, que ahora parecía sacado de la imaginación de una adolescente con exceso de hormonas. Se parecía el tío a los de las fotos que tenía mi hermana en la carpeta. A él el dolor aquel le sentaba de maravilla. A mí no tanto, aunque notaba que la vecina del cuarto me miraba de una forma distinta. Tal vez era verdad que el cuerpo está sobrevalorado y por eso mi vecina me miraba.
Mi amigo imaginario se tomaba las clases con mucha seriedad. Lo hacía todo más rápido y mejor que los demás. Cuando la profesora pedía correr, el corría dos vueltas más que los demás, cuando ordenaba hacer abdominales él hacía dos series de más. Y así todo. Me tenía impresionado. Empezó a salir a correr con unas compañeras de la clase que como se aburrían se iban a trotar por los caminos cuando terminábamos. La verdad es que ellas no sabían que mi amigo imaginario iba con ellas. Es lo bueno que tiene ser imaginario que puedes ir donde quieras sin invitación ni permiso ni nada.
Por las tardes en lugar de nuestra habitual sesión de consola él se dedicaba a hacer pesas con unas mancuernas imaginarias que se había agenciado no sé dónde. Me tenía preocupado. Seguía repitiendo que el cuerpo está sobrevalorado pero lo hacía ya sin ninguna convicción.
Cada vez le veía menos, no sabía dónde se metía. Aparecía por casa a horas intempestivas. Venía a cambiarse de ropa y volvía a irse. Olía a perfume de mujer. Sospeché que tenía una aventura, pero yo no le había creado una amiga imaginaria. Temía por su salud mental, tal vez se estuviera volviendo loco e imaginara una novia. Comencé a tener fuertes dolores de cabeza, la idea de que amigo imaginario tuviera una novia imaginaria me parecía estrafalaria
incluso para mí, pero lo cierto es que él era una creación mía. Empecé a dudar de mi buena salud mental. “¿Estaré loco?” me preguntaba continuamente.
Mi gran consuelo eran las clases de gimnasia. Eran dolorosas pero divertidas. La verdad es que verlas debía ser más divertido que hacerlas, pero hacerlas tenía también su gracia. “¡Vamos, que es dolor sano!” comenzó a ser una de mis frases favoritas.
Un día en el portal mis dudas sobre mi supuesta locura terminaron, no estaba loco, mi amigo imaginario sí tenía una novia, pero no era imaginaria, era la vecina del cuarto. Mi amigo imaginario trató de disculparse pero yo estaba tan aliviado al conocer mi buena salud mental que les di a ambos la enhorabuena.
Mi amigo imaginario me dijo “Lo bueno de ser imaginario es que nunca defraudaré sus expectativas.” Una vez más tenía razón.
Un día mientras hacía abdominales con las piernas levantadas a noventa me dio un dolor súbito.
- ¡Vamos, que es dolor sano!
- ¿Estás segura?
- Claro.
Pese a la seguridad de la profesora morí al minuto siguiente. Entonces me di cuenta de la lucidez de mi amigo invisible, ciertamente, el cuerpo está sobrevalorado. Rubén Bravo.

Para Raquel y su dolor sano y para las compañeras de la clase de gimnasia. Y para todos aquellos que no se han apuntado a mis clases porque saben que no es el cuerpo lo que está sobrevalorado.

Un poeta, un poema. Jaime Sabines, Hay un modo... Creatura nº 14

Un poeta, un poema. Jaime Sabines. Hay un modo…

Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío: muérete.

El Poeta.
Jaime Sabines (1926 – 1999) es un poeta mexicano de poco renombre, al menos en nuestro país, más si es comparado con otros autores mexicanos: Sor Juana Inés de la Cruz, el Nóbel Octavio Paz o Juan Rulfo. Su limitada difusión internacional hace de él un poeta desconocido incluso entre los estudiosos de la literatura en español. Tal vez tenga que ver con el hecho de coincidir en fechas con Octavio Paz y más o menos en época con otros poetas sudamericanos que suelen estudiarse juntos pese a sus diversas procedencia y tendencia. Puede que también haya influido que los grandes valedores de la obra de Sabines en España hayan sido Joan Manuel Serrat, que cantó una de sus composiciones, y sobre todo Miguel Bosé.
Esta poca difusión se traduce en una limitada publicación de su obra en nuestro país. De hecho apenas si puede encontrarse una corta y no muy bien editada antología con el título Uno es el poeta.
Su obra poética se inicia en 1950 con Horal, aunque sus obras mayores comienzan en 1956 con Tarumba. Entre este grupo de obras mayores podemos destacar Yuria, Diario Semanario y poemas en prosa o Maltiempo ya en 1972.
La obra de Sabines se caracteriza por la búsqueda de la sinceridad y de la claridad expresiva: lo importante de su poesía es que sea entendida. De hecho una de sus primeras antologías mexicanas se titula Poesía de la sinceridad. En sus comienzos tiende hacia una poesía más poética, más cargada de imágenes y florida, aunque poco a poco va desnudándola en la forma y centrándose más en qué decir que en cómo decirlo. Logra así llegar a una poesía cargada de sinceridad, de realidad, un tanto prosaica, antirretórica, casi antipoética. Escribe normalmente en versos blancos y en prosa aunque podemos encontrar en tramos distintos de su obra algunos sonetos.
Temáticamente se centra en describir la realidad, en trasladarla a su poesía de la forma más directa posible, como podemos ver en el poema. Temas principales son el vitalismo y el pesimismo, el amor y la muerte tan presentes en la cultura mexicana.
Otro de sus temas recurrentes es el del cuerpo, su sufrimiento y su placer: el dolor y el sexo. “¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla?”…” se pregunta o Las anginas te tumban como una pulmonía…”. Fundamental en su producción es el tema del amor y también su relación con la formulación física de este sentimiento: el sexo “No es que muera de amor, muero de ti […] de urgencia mía de mi piel de ti…”
El poema.
El poema, sin título como la mayoría de los del autor, pertenece al libro Diario semanario y poemas en prosa de 1961. Se compone de una única frase, directa, que se queda grabada a la primera lectura, que es casi un golpe para el lector. Parece un poema de completo y entregado amor, pero acaba despertándonos con su imprecación final, tan impropia de un poema amoroso: “muérete”. Pese a la corta extensión del poema podemos encontrar que mantiene un ritmo muy preciso, con cuatro paradas que marcan la entonación, el normal discurrir del discurso amoroso y al final la sorpresa: “modo” “feliz” “amor mío” “muérete”.
Como vemos no es un marbete vacío el de “poesía de la sinceridad” cuando lo aplicamos a la obra de Jaime Sabines. ¿Qué hay más sincero que esta imprecación a su amada, que este deseo de que se muera y le deje tranquilo de una vez para siempre? Es decir, ¿qué hay más pesado que el continuo zumbido del amor en un poemario, en una vida, en dos personas amándose, acariciándose en un banco de un parque? ¿No es lógico sentir ese deseo de paz ante ese zumbido aunque no se diga? Ahí se centra el poema de Sabines en el hartazgo del amor, en su momento pegajoso, empalagoso, insufrible que además ha servido para iluminar gran parte de la producción romántica de la humanidad desde los cancioneros medievales hasta las melosas canciones de algún que otro ejecutante. Estamos, pues, ante un poema a la contra. Pide al amor que lo deje tranquilo, que si quiere verlo feliz lo mejor es que desaparezca. En un poema de amor lo que se encuentra es lo contrario, es la solicitud implacable y repetitiva del poeta hacia el amor, el deseo de más y más amor.
Por otra parte, también está escrito a la contra en el sentido de que pide la muerte de la amada. Lo habitual en la poesía (obsérvese a Garcilaso, Dante y demás) es clamar contra esa muerte, no pedirla, y mucho menos conseguir la felicidad a través de esa muerte. Podríamos colegir que lo que persigue el poeta es que la amada sea convertida en ideal por su muerte, aunque parece esta una interpretación demasiado literaturizada y poco probable si nos atenemos al resto de la obra del poeta.
Otra posible interpretación, tal vez la más certera, nos dice que el poeta siente tanto su amor que lo mejor es que ella muera. Es decir, que el amor es tanto y tan doloroso y angustioso que la mejor manera de resolverlo no es fomentarlo, no es estar juntos siempre, sino lo contrario, la muerte, la desaparición de la amada y así conseguir que la amada sea un bonito recuerdo y no un dolor constante, y preciso siempre presente.
En el resto de la obra de Sabines podemos ver que el tratamiento del tema del amor, tratamiento negativo, toma tintes similares a los del poema: “¿quién podría quererte menos que yo, amor mío?” o “En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se las puede prender fuego.” o “Sólo una tonta podría dedicar su vida a la soledad y al amor.”
Para quitar ese buen mal sabor de boca que dejan estas citas acabemos con una de amor sincero, pues las hay y muchas en la obra de Sabines: “No es nada de tu cuerpo, ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre, […] Es sólo este lugar donde estuviste, estos mis brazos tercos.”
Rubén Bravo.

viernes, 16 de marzo de 2007

Miguel Gila sin teléfono. Creatura nº 8.

Miguel Gila sin teléfono.

Miguel Gila no nació como él tantas veces nos ha intentado hacer creer un día que no había nadie en su casa. Tampoco es cierto que su padre estuviera en la cárcel y que escapara y se hiciera pasar por un taxi para ir a verle a él, recién nacido. No. Miguel Gila nació en Madrid el 12 de Marzo de 1918, su padre se llamaba Miguel y su madre Jesusa. Para más datos su padre era carpintero y que sepamos no visitó nunca la cárcel. Gila no fue muy dado a los estudios y menos cuando a sus 18 años estalló la Guerra Civil y le pilló de lleno. De esa experiencia nacen sus tragicómicas historias de guerra. Después se hizo mecánico, locutor de Radio Zamora y por fin se decidió a dedicarse al humor. Pero no como actor, sino como dibujante. En 1945 entra como dibujante en La Codorniz con el significativo pseudónimo de XIII. Sus dibujos eran muy del gusto de la revista ya que se pueden emparentar con los de Tono y con los de Enrique Herreros. Son unos dibujos deshumanizados con hombres de grandes narices, tan grandes casi como su cabeza. Además sus personajes son casi todos iguales y uno de los que aparece en escena suele ir apoyado en otro mucho más bajito que le sirve de bastón. A Herreros se parece en el trazo: oscuro, grueso, de formas redondeadas. A Tono se parece en los textos: infantiles, absurdos, antitópicos, antirrealistas, deshumanizados. Sirva como ejemplo esta viñeta:
Vemos la actualización de una frase hecha y como juega con los tópicos lingüísticos. Típicamente codornicista: anticonvencional, sorprendente, absurdo, antirrealista… Después Gila comenzó a escribir textos: cuentos y novelas. Entres sus obras destaca El capitán que se estableció por su cuenta novela difícil de leer, no por su complicación intelectual, sino por lo difícil que es encontrarla hoy en día siquiera en las librerías de lance. Tanto en esta como en las otras obras escritas Yo muy bien ¿y usted? o Encuentros en el más allá, ya de sus últimos años, sigue practicando el humor absurdo, ingenuo y tierno con un extraño punto de crueldad que siempre le caracterizó y que tanto practicaron los de La Codorniz.
Sin embargo como todos sabemos, Gila abandonó su labor de dibujante (aunque la recuperó a finales de los 90 en el Periódico de Cataluña) y de literato por la de actor cómico o de caricato como gustaba de llamarlos Miguel Mihura. Pese a ello los textos que utiliza para todo (dibujos, novelas, actuaciones) son muy parecidos, sólo que en los escenarios él mismo representaba los textos que escribía y se servía de su conocidísimo teléfono únicamente como instrumento útil para hacer factible sobre el escenario los diálogos que había en sus novelas y en su cuentos.
Tuvo mucho éxito con este número del teléfono, tanto que lo repitió durante casi cuarenta años. De hecho su éxito fue tan exagerado que a finales de los años 50 hubo de exiliarse en Buenos Aires ya que su primera mujer, de la que se había separado para vivir con otra, le reclamaba a la justicia como huido del hogar familiar. Dejó así sus tertulias en Richmond con Mingote, Tono, Azcona y los demás, sus actuaciones y su todo y se marchó a Buenos Aires, de donde, afortunadamente, pudo un día volver para seguir con su labor de humorista con o sin teléfono.



Bibliografía:

Gila, Miguel, El Capitán que se estableció por su cuenta, Taurus, Madrid, 195?.

Gila, Miguel, Yo muy bien, ¿y usted?, Temas de hoy, Madrid, 1994.

Gila, Miguel, Encuentros en el más allá, Temas de hoy, Madrid, 1999.

Gila, Miguel, Encuentros en la tercera edad, El Periódico, Barcelona, 2000.

VV.AA.. Antología del humor español, Taurus, Madrid, 1957.

VV.AA., La Codorniz, Antología 1941-1978. EDAF, Madrid, 1998.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Mingote narrador. Creatura nº 10.

Mingote, narrador.

Ángel Antonio Mingote Barrachina (Sitges, Barcelona, 1919) es universalmente conocido por su labor de humorista gráfico, que ha desarrollado en prestigiosas publicaciones tales como La Codorniz, Don José (fundada por él mismo en 1951) y sobre todo por su viñeta diaria en ABC. Pero Antonio Mingote es mucho más que un simple viñetista, que un dibujante, es ante todo un humorista y ha desarrollado su profesión con todos los medios que han estado a su disposición: con sus dibujos, con sus relatos, con sus novelas, con sus obras teatrales y sus guiones televisivos, con sus propias apariciones televisivas.
Vamos hoy a dar un breve repaso a su vida y su producción fijándonos sobre todo en las partes menos conocidas de su obra.
Hijo de militar, pese a nacer en Cataluña Mingote siempre es tenido como aragonés, dada su ascendencia y a que muy pronto pasó a vivir a esta región. Aunque si hay algún lugar que ha marcado su vida y su obra es Madrid. En Madrid, siendo todavía militar con graduación, capitán de carros de combate en concreto, entró gracias a su talento a formar parte de los colaboradores asiduos de La Codorniz con su conocido personaje del enterrador. Pronto deja el ejército y ya a partir de 1945 su trabajo es fundamentalmente el de colaborador en esta revista ya bajo la dirección de Álvaro de Laiglesia, pero aún bajo la influencia, sobre todo en su caso, de los Tono, Mihura y compañía. De hecho es considerado el heredero de esa conocida Otra generación del 27, por su humor de carácter más poético y fantástico (no es este, precisamente, el que practica en su colaboración diaria en ABC).
Casi a la vez que su labor de humorista gráfico comienza su labor de novelista de humor, su primera novela Las palmeras de Cartón aparece en 1947 editada por una pequeña librería, la Librería Clan de Madrid y causó gran impacto sobre todo en la crítica. Joaquín de Entreambasaguas la eligió en su selección de Las Mejores Novelas Contemporáneas de esa época junto con novelas como Nada o narraciones de Ana María Matute.
Esta novela es la principal muestra de humorismo de la segunda generación de humoristas narradores de la literatura española. Si el principal representante hasta ese momento había sido Enrique Jardiel Poncela, en la segunda generación y gracias a esta novela Mingote se pone en cabeza de toda una generación que, desgraciadamente, no seguirá su camino (el camino de la generación anterior, de los Neville, López Rubio y el propio Jardiel) de un humor antirrealista, poético, vanguardista y con un punto de melancolía. A diferencia de Mingote el resto de narradores (Óscar Pin, Remedios Orad, Evaristo Acevedo, Álvaro de Laiglesia…) seguirá una línea más realista, alegre, irónica y tradicional. Desgraciadamente Mingote no seguirá escribiendo más que pequeños relatos para La Codorniz o Don José y algunas pequeñas novelas publicadas en colecciones de novela corta similares a las colecciones de principios de los años veinte tales como La Novela Semanal. Entre estas obras destacamos suLos revólveres hablan de sus cosas o La última aventura de Tarzán. Son estas novelas menores tanto en su extensión como en sus pretensiones humorísticas.
Para encontrar una nueva novela de gran vuelo y extensión hemos de esperar hasta 1991 (¡44 años!) con Adelita en su desván estupenda parodia de las novelas sentimentales y los cuentos de hadas.
La narrativa de Mingote se caracteriza por su búsqueda de lo insólito y la mezcla de diversos mundos, el real y el irreal, en la narración. No encontramos los típicos chistes fáciles ni la inquina, la ironía ni el ácido del sarcasmo. Es un humorismo limpio, con tendencia a lo fantástico y buscando un lado divertido sin buscar la herida, buscando un lado amable y en muchas ocasiones melancólico.
Además, dentro de la obra de Mingote podemos destacar obras de teatro como El bombón del Peluquín en colaboración con Tono y Jorge Llopis o guiones de televisión, como los que preparó para la serie Este Señor de Negro para Televisión Española.
Como podemos observar hay más en Mingote de lo que muestra cada mañana en ABC, tanto, que su valía le ha llevado a ser desde 1988 miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Rubén Bravo.

Bibliografía:


- Acevedo, Evaristo, Treinta años de risa, Vol. 1, Editorial Magisterio Español, Madrid, 1973.

- Mingote, Antonio, Las Palmeras de Cartón, Librería Clan, Madrid, 1947; Editorial Cremades, Tetuán, 1958.

- Mingote, Antonio, Los revólveres hablan de sus cosas, “La Novela del Sábado”, Madrid, 1953; Luca de Tena Editores, Madrid, 2004.

- Mingote, Antonio, Adelita en su desván, Planeta, Barcelona, 1991.

- Mingote Antonio, De muerte natural, Espasa Calpe, Madrid, 1993.

- Mingote, Antonio, Obra Escrita, ed. de María Luisa Burguera Nadal, Madrid, 1996.

- VV.AA, La Codorniz, Antología 1941 – 1978, EDAF, Madrid, 1998.

lunes, 12 de marzo de 2007

Vivir con un músico. Creatura nº 9.

¡Qué bonita es la música! ¡Y qué estupendos son los músicos! ¡Cómo nos hacen disfrutar! ¡Cómo marcan tendencias! ¡Cómo los admiran las niñas y los niños, los abuelos y las abuelas! Pero, claro, ¿Se imaginan ustedes cómo debe ser vivir en casa de Mick Jagger? Sí, no mientan, se lo imaginan: piscinas, mayordomos, camas de 3 X 3 (sí, las de 2 X 2 son como de estrellas del rock pobres), cócteles, fiestas, cambios continuos de ropa, un médico pendiente de uno 24 horas al día, etc. Y, claro, ustedes que son unos ilusos se imaginan esto porque no viven ustedes con un músico. No estoy hablando de Mick Jagger, que al fin y al cabo es un músico de los que menos molesta porque no toca ningún instrumento y se dedica únicamente a hacer inocuos gorgoritos, sino que estoy hablando de los más pesados de todos los músicos: los guitarristas.
Un guitarrista es el ser más pesado del mundo. Coge su guitarra por la mañana, pongamos que a las 12, porque los guitarristas no gustan mucho de madrugar, y comienzan a hacer sus escalas de calentamiento. Por supuesto en ese momento no molesta demasiado, mira que bien do-re-mi-fa-sol-la-si-do. 45 minutos más tarde se da cuenta de que puede, y debe, hacer la escala al revés do-si-la-sol-fa-mi-re-do. Encuentras agradable el cambio porque el locutor del partido de baloncesto que estás viendo por la tele ya te estaba sonado a escala cromática y policrómica o cómo demonios se llame. Además habías percibido en las animadoras una tendencia extraña a bailar inarticuladamente, como siguiendo la dichosa escala. Así que el cambio te parece bien. 45 minutos más tarde ya tiene las manos calientes y es hora de empezar con ejercicios más difíciles. Si nuestro guitarrista es un guitarrista flamenco, repetirá la entrada de las sevillanas durante 15 minutos. Notas que el gato mira raro y que tu hermana, que siempre ha sido una cursi, trata de mover los brazos como cogiendo manzanas (que así te han dicho siempre que se bailan las sevillanas y así te imaginas Sevilla, llenita hasta arriba de plantaciones de manzanos) pero no lo consigue. Pasado el tiempo de hacer la entrada se da cuenta de que ya puede tocar el primer compás y entonces sí tu hermana hace lo de los brazos y por un momento te confundes y piensas que le quiere quitar el robote a Carlos Jiménez. “Es un ilusa” piensas y le das una patada al gato que ya te está fastidiando con la mirada rara. Si por el contrario es un guitarrista pop, arranca con el ritmo básico, dos rasgueos abajo, uno arriba, uno abajo, uno arriba y vuelta a empezar. Este ejercicio le lleva al guitarrista no menos de 50 minutos y si es un guitarrista con alma se pondrá a cantar. Si en el colmo de los colmos se vive con un guitarrista heavy sacará la púa y la calibrará para ver si está bien compensada, una vez hecho esto comenzará a aporrear la guitarra, porque no nos engañemos él dice que toca y que suena armónico y melódico y jónico, dórico y corintio pero eso suena como si fuera el gato el que estuviera tocando o como cuando tu hermana, que es una cursi pero muy bestia, le pega a la puerta del baño con el gato porque no la dejas peinarse.
Tres horas más tarde, sea el guitarrista del tipo que sea, de lo único que se tiene ganas es de matar al guitarrista o en su defecto cortarle una mano, pero conociéndole, seguro que es capaz de tocar con sólo una mano así que se concluye que lo mejor es aprovechar que este dormido y tirarle encima una estantería, pero se desiste de la idea ya que seguro que sobrevive y hace de esto una canción. Descorazonado ya, la única opción, dado que el guitarrista seguirá tocando durante al menos 5 horas más, es irse a pasear al gato, que no quiere salir de casa pero que es mejor opción que pasear a tu hermana.
Esto mismo es aplicable a flautistas, pianistas, bateristas, clarenitistas, saxofonistas, trapecistas, y demás terroristas.
Por eso el consejo que queremos dar a los padres consumados o a los futuros padres es que no compren un instrumento a su hijo, que no le conviertan en un músico. Es mucho mejor que le animen a hacerse judoka, baloncestista o malabarista, actividades todas ellas que se tienen que realizar fuera de casa.
Tampoco es mala idea que se dediquen a la filología, la filosofía o la arqueología que son actividades silenciosas.
Si, angustiados por su educación, quieren que su hijo o similar tenga una instrucción más profunda dedíquenle a la pintura, a la escultura, a la arquitectura, a la fabricación de castillos de arena, a la lectura (sí, angustiados amigos, la lectura es buena idea) o déjenles ver la tele hasta que se harten que seguro que tarde o temprano y pese a que ya no salgan Epi y Blas algo aprenderán, aunque sea cómo hacerse rico dando gritos o patadas siendo tertuliano o futbolista.
Pero, por favor, por su tranquilidad y la de los suyos, por su buena salud mental no deje que su hijo se haga músico. Con el tiempo lo agradecerá.

Dedicado a Maite, por todo lo que está haciendo por mí, y por todo lo que ha aguantado, aguanta y tendrá que aguantar.

viernes, 9 de marzo de 2007

Yo no soy underground. Creatura nº 13.

Yo no soy underground.
- ¡Tenemos que ser más undergroud!– Me despertó mi primo con su grito. Había vuelto a dormirme en otra de las reuniones de redacción. Él me había llevado a aquella revista más que nada por pena y porque mi madre le había insistido tanto que ni él ni yo pudimos negarnos. Así empecé a trabajar en esa revista que por lo que gritaba ahora mi primo debía ser de otra forma distinta a lo que era. O más de lo que era. No lo sé. Tal vez tenga cierto retraso mental, pero tardo bastante en enterarme de las cosas cuando los otros me las dicen. Por otra parte las palabras de mi primo habían tenido gran acogida entre la redacción y pensé que estaba en lo cierto, que teníamos que ser más eso que él había dicho, fuera lo que fuera.
Lo primero que hice fue enterarme de lo que había dicho, así que me fui hacia Sara que es la que me cuenta las cosas de forma que yo las entienda. También es mi novia. Tal vez por eso me explica las cosas. Tal vez así aprovecha para hacer lo que ella quiere de mí. No lo sé.
- Tu primo quiere que seamos más underground.
- ¿Más qué?
- Más UN-DER-GRO-UND.
- Vale. Lo tengo. Deletréamelo.
Y me lo deletreó. Cuando no me entero bien de las cosas aunque Sara me las explique acabo por apuntarlas y luego me busco la vida por mi cuenta.
- No te has enterado, ¿verdad?

La asquerosa me conocía bien.
- No, no mucho, pero tranquila, que ya me enteraré, ya sabes que sólo me hace falta un diccionario o algo así.
- Vale, tú mismo, si ves que no sacas nada me lo dices. Anda dame un beso.
Le di un beso administrativo y mecánico porque estaba pensando en eso que mi primo había dicho.
La verdad es que él era un tío muy listo. Ya desde pequeño era el primero de la clase y mi madre siempre me decía que tenía que ser como él era:
- A ver si te fijas en José Manuel y eres más como él.
- ¿Más bajito?
- No, hijo, ¿cómo vas a ser más bajito si sólo mides 1,80?
- Pero soy más alto que él.
- Él mide 1,90.
- ¿Y eso no es menos que lo mío?
- No, hijo, no. Anda ve con él y a ver si se te pega algo.
Efectivamente se me pegaron muchas cosas de él. En primer lugar me pegó varias enfermedades, mononucleosis infecciosa incluida, aunque nunca me enteré bien de cómo me infecté precisamente de esa. Además me pegó un deje raro en el hablar que nos hace parecer andaluces de Jaén aceituneros altivos. También me pegó la afición por la música clásica checa, razón por la cual puedo hablar con cualquiera de Dvórak sin temor a hacer el ridículo que hago cuando intento hablar de otras cosas como la reglamentación del tráfico en las ciudades de más de quince mil habitantes. También me pegó la afición por el fútbol y, cosa rara, por el ciclismo y digo cosa rara porque nunca he sido capaz de montar en bici, impedido por un problema crónico de equilibrio que también me impide practicar el sexo encima de los árboles, aunque bueno, tampoco a Sara le entusiasma la idea. Su inteligencia en cambio no se me pegó. Nunca saqué más de un bien en ninguna asignatura del instituto, ni ningún notable en mi carrera de filología y no como él que se licenció con matrícula en Geografía. Por eso es capaz de saber cual es la capital del Chad sin tener que mirarlo en internet.
Está bastante claro que mi primo es mi ídolo, bueno él y Lee Alexander, aunque este por razones distintas. Por eso me tomé en serio eso de que debía ser más underground, fuera lo que fuera, y me puse a investigar.
Lo primero que averigüé es que underground significa debajo de la tierra, pero me di cuenta de que por ahí no iba a sacar nada, ya que él no iba a querer que fuésemos o estuviésemos debajo de la tierra como los morloks o los topos. Después descubrí que Underground es el nombre que recibe el metro en Inglaterra y Estados Unidos. Muy lógico, pensé, si va por debajo de la tierra, llamarle por debajo de la tierra y no como aquí que se llama Metropolitano, sin saber por qué o por qué no y que parece el nombre de un niño raro “¿Cómo te llamas bonito?- Metropolitano como mi tío Joaquín.” También descarté que mi primo nos pidiera que fuésemos más como el metro, porque ninguno de nosotros tenía raíles. O eso creo.
Después encontré la definición que parecía la buena: forma de cultura moderna que huye de lo tradicional, con formas y expresiones artísticas propias. Como éramos una revista de albañilería artística pensé que lo quería mi primo era eso. Pero no sabía cómo conseguirlo, así que fui a verle a su despacho:
- ¿Qué quieres? - No sé cómo ser underground.
- Claro, tú eres un tipo tradicional, con tu novia de toda la vida, tu María Moliner en la estantería, tus discos de Ella, Sarah y Concha Piquer…
- ¿Eso quiere decir que a los underground no os gustan los diccionarios, ni la copla, ni mi novia?
- Tu novia no le gusta a nadie. Y lo otro menos.
- ¿Por qué?
- No lo sé, pero eso es muy burgués. No nos gusta lo burgués, lo clásico, lo tradicional.
- ¿Y qué os gusta?
- Se supone que no nos gusta nada, aunque ya sabes que a mí me gusta mucho Kate Moss.
Entonces cerré la puerta de un portazo y comprendí que mi primo era mi superior en todos los aspectos menos en ese de Kate Moss. También comprendí que no soy ni podré ser underground, que yo ya era todo lo que podía ser en la vida: gilipollas.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Un poeta, un poema. Luis Rosales, Autobiografía. Creatura Nº 12

Un poeta, un poema. Luis Rosales, Autobiografía.

AUTOBIOGRAFÍA.
COMO EL NAÚFRAGO METÓDICO QUE CONTASE LAS OLAS QUE LE BASTAN PARA MORIR,
Y las contase, y las volviese a contar, para evitar
Errores,
Hasta la última,
Hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre
La frente,
Así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo
De cartón en el baño,
Sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
Sino en las cosas que yo más quería.

El poeta.
Luis Rosales (1910 – 1992) es un poeta granadino de la llamada Generación del 36 (en otro momento, con más calma, hablaremos de la gratuidad con que se emplea el término “generación” en los estudios de literatura) junto a otros poetas de parecido estilo y tendencia: Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o Luis Felipe Vivanco. Sería posible mencionar también dentro o cerca de este grupo a José García Nieto o incluso a Germán Bleiberg.
Rosales comienza su obra poética en 1935 con el libro Abril, pegado aún a la estética y la temática clásica que marca la obra de todo el grupo mencionado.La poesía de estos autores está muy influida por Garcilaso y el resto de la lírica clásica española, así como por Pedro Salinas, revitalizador de la obra y la idea poética de Garcilaso en la literatura española del siglo XX.
Entre el resto de su producción podemos destacar Rimas (obra a la que pertenece este poema), La casa encendida o Diario de una resurrección.
La publicación de Rimas le valió la concesión del Premio Nacional de Poesía en 1951. Tal vez los más escépticos pongan en duda la validez de este premio dada la situación de la cultura y la política española en el momento y teniendo en cuenta la propia situación de Luis Rosales, falangista militante y convencido (participó desde el comienzo de la Guerra Civil en el aparato de propaganda de la Falange), pero la autenticidad de este premio es indudable una vez es observado objetivamente el poemario. No nos detendremos ahora a glosar la compleja relación entre política, posicionamiento y literatura, sobre todo en tiempos tan turbulentos como los mencionados. Trataremos de abordar el tema en el futuro.
La obra de Rosales a partir de Rimas va alejándose de los modelos clásicos y va tomando un rumbo prosaico, que le lleva a abandonar las formas poéticas tradicionales y a escribir poemas sin rima (tendencia iniciada precisamente en un libro titulado Rimas) y con predilección a la simplificación, a la expresividad más cercana y asimilable por el lector.
El poema.
Autobiografía es el título de este poema que abre la mencionada obra Rimas publicada como ya hemos indicado en 1951, cuando el autor cuenta con 41 años.
En el poema el autor echa una mirada a su vida, a lo que ha sido hasta ahora, a lo que está siendo y a lo que será. De ahí el título tan significativo con que lo dota el poeta.
En el poema Rosales trata de explicar, de explicarse a sí mismo, en que ha consistido su vida, tal vez de explicar de un modo más amplio en que consiste la vida en general. ¿Cuál es la visión que de la vida tiene el poeta? No parece muy optimista “Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir […] así he vivido yo…” Es decir, la vida no es más que esperar la muerte, contar cada instante que falta para morir. El hombre no es más que un náufrago, un ser perdido, solo ante el mundo.
En eso centra el poeta la primera parte del poema, en la que nos indica qué es la vida, cómo la concibe, qué espera de ella. En la segunda parte señala como ha vivido él su propia vida, que ha hecho de su tiempo, de su contar olas y olas. Dice ahora claramente “así he vivido yo…”. ¿Cómo ha vivido el poeta, aparte de esperando la muerte en cada ola? Lo ha hecho de manera prudente. Es destacable el uso de la palabra “prudencia” pues no es de las mejores ni las más lucidas a la hora de contar una vida. No parece precisamente la mejor manera de vivir. Además un tipo de
prudencia muy concreta “…vaga prudencia de caballo de cartón en el baño…” es decir que el poeta ha vivido con el miedo de ser tan quebrable como el cartón, con el miedo de haber vivido rodeado de peligro, del peligro constante de ser mojado y deshacerse y morir. En un poema de su madurez escribirá el poeta “Hay personas a las que el miedo no les da nunca cesantía”.
Termina el poema con una sentencia categórica llena de seguridad y a la vez de una inseguridad latente que proviene de la idea de que todo lo que ha querido lo ha perdido por su propia incapacidad “..sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería.” Una frase que todos podríamos firmar, casi una verdad absoluta que todos hemos percibido alguna vez como cierta a la hora de hacer examen de conciencia. Entra el poema en esa zona de la poesía que no se ocupa de transmitir la belleza de la realidad, sino la propia percepción de la realidad, la verdad al fin y al cabo, aunque sea la verdad propia, siempre tan inútil por lo personal, única e indemostrable que es. Tal vez sea esa la mejor zona que ha transitado la poesía española en el siglo XX, la de la verdad propia que nos ha transmitido cada poeta. Volveremos convenientemente sobre el tema de los diversos caminos que toma la poesía.
Hemos de prescindir, a nuestro pesar, del análisis de la forma y las fuentes del poema, imposible por falta de espacio. Rubén Bravo.

Dedicado a Ana, Ana, Cristina y Zaira, por traerme a la memoria este y otros poemas casi ya olvidados.

martes, 6 de marzo de 2007

13 X 21
Ana la yelera.

Ana la yelera no tenía una caperuza roja. Ni siquiera tenía caperuza de color alguno. Tampoco tenía ricitos de oro. Ni tenía rueca con la que pincharse un dedo. Pero pese a ello y debido a su curioso nombre y a quién sabe qué otra razón Ana la yelera se sentía un personaje de cuento. A ella le hubiera gustado ser un personaje de cuento de amor: una Cenicienta, una Bella Durmiente, una Blancanieves, o algo parecido. Pero Ana la yelera no tenía suerte. Nunca tuvo una madrastra que la tuviera todo el día revolcándose entre la ceniza, ni una bruja la hechizó para que durmiese durante años y años (con lo que le gustaba a ella dormir eso hubiera estado bien y no como ahora que apenas si dormía seis horas) ni comió nunca una manzana envenenada, si bien alguna de las que había comido tenían gusano o estaban extremadamente ácidas. De verdad de verdad, lo que le hubiera gustado a Ana es que un príncipe hubiera venido a rescatarla cada vez que se metía en un problema. O aunque no se metiera. Así, cada vez que sonaba el despertador para ir a trabajar Ana se decía (porque pese a tener esas ilusiones Ana es una persona como nosotros y gusta mucho de hablar consigo misma):
- Si tuviera yo un príncipe se iba a levantar a trabajar la ratita presumida.
Pese a todo Ana se levantaba como una campeona del mundo, es decir, como todos aquellos que han de levantarse siendo aún de noche, mientras nosotros, vagos consumados,
seguimos durmiendo y soñando como degenerados.
Por todas partes adonde iba, Ana quería ver si podía al fin convertirse en protagonista de un cuento. Tenía la deliciosa ilusión de que su nombre fuera el título de un cuento y que los papás cursis le contaran su historia a las niñas pesadas antes de dormir:
“Érase una vez, en un pequeño pueblo, un chica muy guapa que se llamaba Ana, Ana la yelera…”
Así, Ana solía hacer cosas típicas de los cuentos, tiraba miguitas de pan tras de sí para no olvidar el camino y para ver si tras alguna esquina aparecía un ogro o una aventura (sí, queridos niños Ana era una temeraria así que no hagáis vosotros lo mismo, por favor). También salía a pasear con una cestita llena de queso y miel camino de la casa de su abuelita. Y cuando llegaba a la casa de su abuela le decía:
-Abuelita, que ojos más grandes tienes.
A lo que su abuela respondía:
- Cállate, tonta, que son unas gafas de sol nuevas que me he comprado en el rastrillo.
Nada le salía bien a Ana. No obstante no dejaba de intentarlo y comía con fruición las manzanas que en el mercadillo de su pueblo vendía una señora mayor con una verruga en la nariz y con un cierto aire a Doña Rogelia.
También gustaba Ana de frecuentar los animalitos de las granjas.
- No estaría mal – pensaba- hacer un viaje como el pequeño Nils o hacerme amiga de los tres cerditos.
Pero los animales se empeñaban en no hablarle y en morderle el bajo de los pantalones.
Ana se iba haciendo mayor y empezaba a tener dudas acerca de sus posibilidades de hacerse protagonista de un cuento. Le fue tomando manía a algunos de los protagonistas de esos cuentos, como a Juan sin miedo, mira que era idota ese Juan. O a los siete cabritillos, cuya historia le daba repelús, no por ser comida por un lobo, sino por lo mal que se tenía que pasar encerrada en el estómago de un lobo con siete imbéciles tan grandes como los cabritillos aquellos. Al que más manía tenía era al flautista de Hamelín, y no sólo porque no le gustasen los ratones y las ratas, sino porque aquel tipo era muy siniestro, y un malandrín de cuidado dejando caer por el precipicio a todos los estúpidos niños aquellos, que tal vez lo merecieran, vale, pero era muy exagerado cuando les podía haber hecho otra cosa como haberles enseñado a tocar la flauta que es mucho más molesto para los padres que lo otro.
Ana, para matar el tiempo, empezó a salir con un chico. No era un príncipe, ni tampoco azul, aunque era mejor que no lo fuera, porque tener un novio azul, como los pitufos, iba a ser un poco raro y muy difícil de explicar. El novio no era ni bueno ni malo. No se transformaba en lobo, ni tenía joroba, ni caballo, ni era una bestia encantada o similar. No estaba mal, aunque claro, Ana hubiera preferido otra cosa.
- El mundo es conformarse. Le decía su hermana mayor.
Y Ana se empezaba conformar. Para distraerse y no pensar más en los cuentos Ana se hizo shopping adicta. Se compró collares que le daban al menos tres vueltas al cuello, con pendientes a juego, por supuesto; zapatos a mogollón: blancos, rojos, negros, sandalias, botas, muy parecidos algunos a los de los toreros. También se compró un surtido de diademas de goma partidas en dos por arriba. Al ponérselas se hacía a veces la ilusión de que se ponía una corona de princesa.
Un día estando con su novio en un bar perdió la diadema pero no se dio cuenta. Un joven, tal vez apuesto tal vez no, yo no lo sé porque soy muy despistado y no me he fijado, la encontró y corrió hacia Ana, pero Ana ya se había marchado. Pero el joven la buscó por todo la comarca hasta que la encontró y le puso su diadema en el pelo. Entonces Ana besó al joven que la había buscado, que no era un príncipe pero que acertó un día una primitiva. Y se casaron y vivieron felices y comieron perdices. Y me pagaron por escribir este cuento llamado Ana la yelera.

Rubén Bravo.

Dedicado a Soriano, eximio creador de nuestros días. Y a Ana la yelera, por supuesto.

Comentarios, sugerencias: rbr33@hotmail.com