domingo, 3 de julio de 2011

CREATURA 66. JULIO 2011. CULPA.

A ti no te importa. Pero es culpa mía. No es la misma culpa. No es esa culpa. Pero es culpa mía. Buscaba excusas para calmarme. Para huir. Pero era la culpa. Ya te conocía a ti. Aquella mujer era pequeña. Mucho más que tú. Podía cogerla en brazos fácilmente. La asomaba al espejo. Cogida de mis brazos. La minifalda se le subía y ella la bajaba de una manera estúpida porque en unos minutos su sexo y mis manos y mi boca y mi sexo se iban a mezclar. Yo me desnudaba rápidamente y dejaba la ropa tirada en la cama. Ella hacía lo mismo, pero su ropa siempre acababa en el sillón que había al lado de la cama. Tenía muchos peluches alrededor. Yo le regalé alguno de aquellos peluches. No quería que me quisiera. Sólo que me perdonara. Mi ropa luego se quedaba perdida entre las sábanas y tardaba un rato demasiado largo en encontrarla. Cuando ella me abría su puerta yo era un hombre feliz. La besaba tiernamente en los labios durante mucho rato. Ella, después, en la habitación, me decía que le había encantado la manera en que le había mordido el labio inferior. Que le había gustado mucho ese beso. Aún estaba vestida. Cuando acababa me pedía que me quedara dentro de ella. Abrazado a ella. Y yo me quedaba pegado a ella durante un rato. Entonces la culpa crecía y crecía en mi interior. Y mi sexo empequeñecía. Menguaba y menguaba en su interior. Buscaba mi ropa con la mirada mientras mi oreja estaba pegada a su pecho. La oía respirar. Oía su corazón latir todavía muy rápido. Me acariciaba el pelo. Yo buscaba la salida. Empezaba a buscar excusas. Palabras convincentes que taparan mi huida. Mentiras. Pensaba en el siguiente peluche que compraría. A veces pensaba en ti. Pero a ti no te importa. Porque la culpa es mía. Esa culpa no te incumbe. Ninguna culpa. Y no es la misma culpa. En mi casa, después de una despedida demasiado larga en la que había mentido demasiado bien para ser yo, demasiado bien para ser el hombre que presumo ser, buscaba la forma de quitar de mi mano el olor de su sexo. Pero no había manera de quitarlo. Ese olor permanecía. Llamaba y daba una excusa. Voy a tardar más en llegar. Inventaba una mentira. Lavaba mis manos del olor y de la culpa. Pero el olor se me pegaba aún más. Pero ese olor a culpa seguía ahí cuando llegaba al bar y te encontraba, rodeada ya de gente. Entonces tenía dos motivos de culpa. Tú y el olor. La mentira y el olor. Y escondía todo el tiempo mis manos. Y buscaba una excusa que no iba a necesitar porque a ti no te importaban mi olor o mis manos. Esa noche no podía dormir tranquilo y soñaba con que te buscaba y no te encontraba. Siempre sueño eso cuando me siento culpable. Pero a ti no importa. Y no es esa culpa. Y tampoco es la misma culpa. Cuando mi semen resbalaba por su cara yo cerraba los ojos fuerte para que esa imagen no se quedara grabada en mi memoria. Pero fracasaba. Y mi semen resbalando por su cara y su risa tonta mientras intentaba limpiarse con la mano se han quedado en mi memoria más fijamente que la primera vez que te vi. Que la primera palabra que te dije. Entonces también soñaba que te buscaba sin encontrarte. Pero entonces no sabía lo que significaba. Lo supe después. Cuando entendí la otra culpa. A ti tampoco te importa. No te importan ninguna de mis culpas. Porque es culpa mía. Es culpa mía que no me quieras. Es culpa mía. No es culpa tuya. No tiene que ver contigo. Es culpa mía. Siempre es culpa mía. No es culpa de tus pies. No es culpa de tu cuerpo ni de tus brazos. Es culpa mía. Es culpa de mis pies. Es culpa de mi cuerpo y de mis brazos. Es culpa de mi manera tan terca de ser. De mi manera tan estúpida de querer. Fue culpa mía otras veces y también lo es esta y lo será después. Porque siempre es culpa mía. Todo es culpa mía. El olor en mis manos. El semen que resbala. Las mentiras para huir. Mirarte a los ojos y negar. Quererte. Y que tú no me quieras. Eso sí que es culpa mía. Esa es mi culpa. A ti no te importa. Pero es culpa mía.