sábado, 17 de marzo de 2007

El cuerpo está sobrevalorado. Creatura nº 14.


Delirio vano è questo!

El cuerpo está sobrevalorado.

Mi amigo imaginario decía siempre que el cuerpo está sobrevalorado. Yo le respondía “sí, sí” mientras miraba distraído bien al cielo bien a mi vecina del cuarto.
El caso es que claro, si eres imaginario tienes bastante claro que el cuerpo está sobrevalorado. Por eso mismo mi amigo imaginario se hartaba el tío de panceta, bacon, costillas y no sé que burradas más. Como nadie lo veía excepto yo al tío le daba lo mismo estar gordo, tener granos y llevar siempre la camisa sucia y los pantalones rotos. Tenía el burro el colesterol por las nubes y los triglicéridos ni te quiero contar. El caso es un día, ¡pam! le dio un infarto y se murió. Es lo que tiene tener el colesterol tan alto y comer tanta panceta. Pero como era imaginario pues fui y lo resucité, porque sin él, la verdad, estaba un poco solo. Lo bueno que tiene ser imaginario es que te puedes morir y resucitar. Y sin esperar tres días ni nada.
Pese a sus ideas sobre el cuerpo le obligué a apuntarse a clases de gimnasia y para que no se saltara las clases fui y me apunté con él. La verdad es que me apunté yo solo, porque lo bueno que tiene ser imaginario es que puedes ir a donde quieras sin pagar, así que me ahorré su cuota y de paso me ponía en forma.
Las clases de gimnasia eran muy divertidas, aunque al principio a él le costaba mucho todo. De hecho durante el primer mes se moría siempre a la mitad de la clase. Lo bueno que tiene ser imaginario es que te puedes morir en cualquier momento sin que nadie se de cuenta. Durante el segundo mes de clase se moría cuando íbamos a hacer abdominales. Yo creo que a veces se moría de mentira, que me hacía teatro para no seguir haciendo esas cosas que la profesora nos obligaba a hacer.
- ¡Venga que sólo queda una serie! ¡Un poco más abajo! ¡Vamos, que es dolor sano!
En el tercer mes se moría al llegar a casa, que bien visto estaba mejor que morirse en público, porque así no tenía que llevar yo su cadáver metido en la mochila.
Ya por fin el cuarto mes no se moría, aunque le daban unos infartos y unas anginas de pecho que no se las saltaba un gitano.
Al final el hombre le fue cogiendo afición, no a lo de morirse, a lo de la gimnasia, y casi me obligaba a ir con él. Además dejó la panceta, el bacon y las costillas y se pasó a la ensalada y los filetes de pollo a la plancha. A pesar de todo no dejaba de decir que el cuerpo está sobrevalorado. El suyo, pese a ser imaginario, estaba cambiando mucho. Le estaban saliendo unos bíceps considerables y su barriga se había reducido en un 75%. Yo, sin embargo, estaba cada día más gordo y más cansado.
- ¡Vamos, que es dolor sano!
Como soy un crédulo yo estaba convencido de que en realidad ese dolor era sano. Sólo había que ver a mi amigo imaginario, que ahora parecía sacado de la imaginación de una adolescente con exceso de hormonas. Se parecía el tío a los de las fotos que tenía mi hermana en la carpeta. A él el dolor aquel le sentaba de maravilla. A mí no tanto, aunque notaba que la vecina del cuarto me miraba de una forma distinta. Tal vez era verdad que el cuerpo está sobrevalorado y por eso mi vecina me miraba.
Mi amigo imaginario se tomaba las clases con mucha seriedad. Lo hacía todo más rápido y mejor que los demás. Cuando la profesora pedía correr, el corría dos vueltas más que los demás, cuando ordenaba hacer abdominales él hacía dos series de más. Y así todo. Me tenía impresionado. Empezó a salir a correr con unas compañeras de la clase que como se aburrían se iban a trotar por los caminos cuando terminábamos. La verdad es que ellas no sabían que mi amigo imaginario iba con ellas. Es lo bueno que tiene ser imaginario que puedes ir donde quieras sin invitación ni permiso ni nada.
Por las tardes en lugar de nuestra habitual sesión de consola él se dedicaba a hacer pesas con unas mancuernas imaginarias que se había agenciado no sé dónde. Me tenía preocupado. Seguía repitiendo que el cuerpo está sobrevalorado pero lo hacía ya sin ninguna convicción.
Cada vez le veía menos, no sabía dónde se metía. Aparecía por casa a horas intempestivas. Venía a cambiarse de ropa y volvía a irse. Olía a perfume de mujer. Sospeché que tenía una aventura, pero yo no le había creado una amiga imaginaria. Temía por su salud mental, tal vez se estuviera volviendo loco e imaginara una novia. Comencé a tener fuertes dolores de cabeza, la idea de que amigo imaginario tuviera una novia imaginaria me parecía estrafalaria
incluso para mí, pero lo cierto es que él era una creación mía. Empecé a dudar de mi buena salud mental. “¿Estaré loco?” me preguntaba continuamente.
Mi gran consuelo eran las clases de gimnasia. Eran dolorosas pero divertidas. La verdad es que verlas debía ser más divertido que hacerlas, pero hacerlas tenía también su gracia. “¡Vamos, que es dolor sano!” comenzó a ser una de mis frases favoritas.
Un día en el portal mis dudas sobre mi supuesta locura terminaron, no estaba loco, mi amigo imaginario sí tenía una novia, pero no era imaginaria, era la vecina del cuarto. Mi amigo imaginario trató de disculparse pero yo estaba tan aliviado al conocer mi buena salud mental que les di a ambos la enhorabuena.
Mi amigo imaginario me dijo “Lo bueno de ser imaginario es que nunca defraudaré sus expectativas.” Una vez más tenía razón.
Un día mientras hacía abdominales con las piernas levantadas a noventa me dio un dolor súbito.
- ¡Vamos, que es dolor sano!
- ¿Estás segura?
- Claro.
Pese a la seguridad de la profesora morí al minuto siguiente. Entonces me di cuenta de la lucidez de mi amigo invisible, ciertamente, el cuerpo está sobrevalorado. Rubén Bravo.

Para Raquel y su dolor sano y para las compañeras de la clase de gimnasia. Y para todos aquellos que no se han apuntado a mis clases porque saben que no es el cuerpo lo que está sobrevalorado.

Un poeta, un poema. Jaime Sabines, Hay un modo... Creatura nº 14

Un poeta, un poema. Jaime Sabines. Hay un modo…

Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío: muérete.

El Poeta.
Jaime Sabines (1926 – 1999) es un poeta mexicano de poco renombre, al menos en nuestro país, más si es comparado con otros autores mexicanos: Sor Juana Inés de la Cruz, el Nóbel Octavio Paz o Juan Rulfo. Su limitada difusión internacional hace de él un poeta desconocido incluso entre los estudiosos de la literatura en español. Tal vez tenga que ver con el hecho de coincidir en fechas con Octavio Paz y más o menos en época con otros poetas sudamericanos que suelen estudiarse juntos pese a sus diversas procedencia y tendencia. Puede que también haya influido que los grandes valedores de la obra de Sabines en España hayan sido Joan Manuel Serrat, que cantó una de sus composiciones, y sobre todo Miguel Bosé.
Esta poca difusión se traduce en una limitada publicación de su obra en nuestro país. De hecho apenas si puede encontrarse una corta y no muy bien editada antología con el título Uno es el poeta.
Su obra poética se inicia en 1950 con Horal, aunque sus obras mayores comienzan en 1956 con Tarumba. Entre este grupo de obras mayores podemos destacar Yuria, Diario Semanario y poemas en prosa o Maltiempo ya en 1972.
La obra de Sabines se caracteriza por la búsqueda de la sinceridad y de la claridad expresiva: lo importante de su poesía es que sea entendida. De hecho una de sus primeras antologías mexicanas se titula Poesía de la sinceridad. En sus comienzos tiende hacia una poesía más poética, más cargada de imágenes y florida, aunque poco a poco va desnudándola en la forma y centrándose más en qué decir que en cómo decirlo. Logra así llegar a una poesía cargada de sinceridad, de realidad, un tanto prosaica, antirretórica, casi antipoética. Escribe normalmente en versos blancos y en prosa aunque podemos encontrar en tramos distintos de su obra algunos sonetos.
Temáticamente se centra en describir la realidad, en trasladarla a su poesía de la forma más directa posible, como podemos ver en el poema. Temas principales son el vitalismo y el pesimismo, el amor y la muerte tan presentes en la cultura mexicana.
Otro de sus temas recurrentes es el del cuerpo, su sufrimiento y su placer: el dolor y el sexo. “¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla?”…” se pregunta o Las anginas te tumban como una pulmonía…”. Fundamental en su producción es el tema del amor y también su relación con la formulación física de este sentimiento: el sexo “No es que muera de amor, muero de ti […] de urgencia mía de mi piel de ti…”
El poema.
El poema, sin título como la mayoría de los del autor, pertenece al libro Diario semanario y poemas en prosa de 1961. Se compone de una única frase, directa, que se queda grabada a la primera lectura, que es casi un golpe para el lector. Parece un poema de completo y entregado amor, pero acaba despertándonos con su imprecación final, tan impropia de un poema amoroso: “muérete”. Pese a la corta extensión del poema podemos encontrar que mantiene un ritmo muy preciso, con cuatro paradas que marcan la entonación, el normal discurrir del discurso amoroso y al final la sorpresa: “modo” “feliz” “amor mío” “muérete”.
Como vemos no es un marbete vacío el de “poesía de la sinceridad” cuando lo aplicamos a la obra de Jaime Sabines. ¿Qué hay más sincero que esta imprecación a su amada, que este deseo de que se muera y le deje tranquilo de una vez para siempre? Es decir, ¿qué hay más pesado que el continuo zumbido del amor en un poemario, en una vida, en dos personas amándose, acariciándose en un banco de un parque? ¿No es lógico sentir ese deseo de paz ante ese zumbido aunque no se diga? Ahí se centra el poema de Sabines en el hartazgo del amor, en su momento pegajoso, empalagoso, insufrible que además ha servido para iluminar gran parte de la producción romántica de la humanidad desde los cancioneros medievales hasta las melosas canciones de algún que otro ejecutante. Estamos, pues, ante un poema a la contra. Pide al amor que lo deje tranquilo, que si quiere verlo feliz lo mejor es que desaparezca. En un poema de amor lo que se encuentra es lo contrario, es la solicitud implacable y repetitiva del poeta hacia el amor, el deseo de más y más amor.
Por otra parte, también está escrito a la contra en el sentido de que pide la muerte de la amada. Lo habitual en la poesía (obsérvese a Garcilaso, Dante y demás) es clamar contra esa muerte, no pedirla, y mucho menos conseguir la felicidad a través de esa muerte. Podríamos colegir que lo que persigue el poeta es que la amada sea convertida en ideal por su muerte, aunque parece esta una interpretación demasiado literaturizada y poco probable si nos atenemos al resto de la obra del poeta.
Otra posible interpretación, tal vez la más certera, nos dice que el poeta siente tanto su amor que lo mejor es que ella muera. Es decir, que el amor es tanto y tan doloroso y angustioso que la mejor manera de resolverlo no es fomentarlo, no es estar juntos siempre, sino lo contrario, la muerte, la desaparición de la amada y así conseguir que la amada sea un bonito recuerdo y no un dolor constante, y preciso siempre presente.
En el resto de la obra de Sabines podemos ver que el tratamiento del tema del amor, tratamiento negativo, toma tintes similares a los del poema: “¿quién podría quererte menos que yo, amor mío?” o “En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se las puede prender fuego.” o “Sólo una tonta podría dedicar su vida a la soledad y al amor.”
Para quitar ese buen mal sabor de boca que dejan estas citas acabemos con una de amor sincero, pues las hay y muchas en la obra de Sabines: “No es nada de tu cuerpo, ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre, […] Es sólo este lugar donde estuviste, estos mis brazos tercos.”
Rubén Bravo.

viernes, 16 de marzo de 2007

Miguel Gila sin teléfono. Creatura nº 8.

Miguel Gila sin teléfono.

Miguel Gila no nació como él tantas veces nos ha intentado hacer creer un día que no había nadie en su casa. Tampoco es cierto que su padre estuviera en la cárcel y que escapara y se hiciera pasar por un taxi para ir a verle a él, recién nacido. No. Miguel Gila nació en Madrid el 12 de Marzo de 1918, su padre se llamaba Miguel y su madre Jesusa. Para más datos su padre era carpintero y que sepamos no visitó nunca la cárcel. Gila no fue muy dado a los estudios y menos cuando a sus 18 años estalló la Guerra Civil y le pilló de lleno. De esa experiencia nacen sus tragicómicas historias de guerra. Después se hizo mecánico, locutor de Radio Zamora y por fin se decidió a dedicarse al humor. Pero no como actor, sino como dibujante. En 1945 entra como dibujante en La Codorniz con el significativo pseudónimo de XIII. Sus dibujos eran muy del gusto de la revista ya que se pueden emparentar con los de Tono y con los de Enrique Herreros. Son unos dibujos deshumanizados con hombres de grandes narices, tan grandes casi como su cabeza. Además sus personajes son casi todos iguales y uno de los que aparece en escena suele ir apoyado en otro mucho más bajito que le sirve de bastón. A Herreros se parece en el trazo: oscuro, grueso, de formas redondeadas. A Tono se parece en los textos: infantiles, absurdos, antitópicos, antirrealistas, deshumanizados. Sirva como ejemplo esta viñeta:
Vemos la actualización de una frase hecha y como juega con los tópicos lingüísticos. Típicamente codornicista: anticonvencional, sorprendente, absurdo, antirrealista… Después Gila comenzó a escribir textos: cuentos y novelas. Entres sus obras destaca El capitán que se estableció por su cuenta novela difícil de leer, no por su complicación intelectual, sino por lo difícil que es encontrarla hoy en día siquiera en las librerías de lance. Tanto en esta como en las otras obras escritas Yo muy bien ¿y usted? o Encuentros en el más allá, ya de sus últimos años, sigue practicando el humor absurdo, ingenuo y tierno con un extraño punto de crueldad que siempre le caracterizó y que tanto practicaron los de La Codorniz.
Sin embargo como todos sabemos, Gila abandonó su labor de dibujante (aunque la recuperó a finales de los 90 en el Periódico de Cataluña) y de literato por la de actor cómico o de caricato como gustaba de llamarlos Miguel Mihura. Pese a ello los textos que utiliza para todo (dibujos, novelas, actuaciones) son muy parecidos, sólo que en los escenarios él mismo representaba los textos que escribía y se servía de su conocidísimo teléfono únicamente como instrumento útil para hacer factible sobre el escenario los diálogos que había en sus novelas y en su cuentos.
Tuvo mucho éxito con este número del teléfono, tanto que lo repitió durante casi cuarenta años. De hecho su éxito fue tan exagerado que a finales de los años 50 hubo de exiliarse en Buenos Aires ya que su primera mujer, de la que se había separado para vivir con otra, le reclamaba a la justicia como huido del hogar familiar. Dejó así sus tertulias en Richmond con Mingote, Tono, Azcona y los demás, sus actuaciones y su todo y se marchó a Buenos Aires, de donde, afortunadamente, pudo un día volver para seguir con su labor de humorista con o sin teléfono.



Bibliografía:

Gila, Miguel, El Capitán que se estableció por su cuenta, Taurus, Madrid, 195?.

Gila, Miguel, Yo muy bien, ¿y usted?, Temas de hoy, Madrid, 1994.

Gila, Miguel, Encuentros en el más allá, Temas de hoy, Madrid, 1999.

Gila, Miguel, Encuentros en la tercera edad, El Periódico, Barcelona, 2000.

VV.AA.. Antología del humor español, Taurus, Madrid, 1957.

VV.AA., La Codorniz, Antología 1941-1978. EDAF, Madrid, 1998.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Mingote narrador. Creatura nº 10.

Mingote, narrador.

Ángel Antonio Mingote Barrachina (Sitges, Barcelona, 1919) es universalmente conocido por su labor de humorista gráfico, que ha desarrollado en prestigiosas publicaciones tales como La Codorniz, Don José (fundada por él mismo en 1951) y sobre todo por su viñeta diaria en ABC. Pero Antonio Mingote es mucho más que un simple viñetista, que un dibujante, es ante todo un humorista y ha desarrollado su profesión con todos los medios que han estado a su disposición: con sus dibujos, con sus relatos, con sus novelas, con sus obras teatrales y sus guiones televisivos, con sus propias apariciones televisivas.
Vamos hoy a dar un breve repaso a su vida y su producción fijándonos sobre todo en las partes menos conocidas de su obra.
Hijo de militar, pese a nacer en Cataluña Mingote siempre es tenido como aragonés, dada su ascendencia y a que muy pronto pasó a vivir a esta región. Aunque si hay algún lugar que ha marcado su vida y su obra es Madrid. En Madrid, siendo todavía militar con graduación, capitán de carros de combate en concreto, entró gracias a su talento a formar parte de los colaboradores asiduos de La Codorniz con su conocido personaje del enterrador. Pronto deja el ejército y ya a partir de 1945 su trabajo es fundamentalmente el de colaborador en esta revista ya bajo la dirección de Álvaro de Laiglesia, pero aún bajo la influencia, sobre todo en su caso, de los Tono, Mihura y compañía. De hecho es considerado el heredero de esa conocida Otra generación del 27, por su humor de carácter más poético y fantástico (no es este, precisamente, el que practica en su colaboración diaria en ABC).
Casi a la vez que su labor de humorista gráfico comienza su labor de novelista de humor, su primera novela Las palmeras de Cartón aparece en 1947 editada por una pequeña librería, la Librería Clan de Madrid y causó gran impacto sobre todo en la crítica. Joaquín de Entreambasaguas la eligió en su selección de Las Mejores Novelas Contemporáneas de esa época junto con novelas como Nada o narraciones de Ana María Matute.
Esta novela es la principal muestra de humorismo de la segunda generación de humoristas narradores de la literatura española. Si el principal representante hasta ese momento había sido Enrique Jardiel Poncela, en la segunda generación y gracias a esta novela Mingote se pone en cabeza de toda una generación que, desgraciadamente, no seguirá su camino (el camino de la generación anterior, de los Neville, López Rubio y el propio Jardiel) de un humor antirrealista, poético, vanguardista y con un punto de melancolía. A diferencia de Mingote el resto de narradores (Óscar Pin, Remedios Orad, Evaristo Acevedo, Álvaro de Laiglesia…) seguirá una línea más realista, alegre, irónica y tradicional. Desgraciadamente Mingote no seguirá escribiendo más que pequeños relatos para La Codorniz o Don José y algunas pequeñas novelas publicadas en colecciones de novela corta similares a las colecciones de principios de los años veinte tales como La Novela Semanal. Entre estas obras destacamos suLos revólveres hablan de sus cosas o La última aventura de Tarzán. Son estas novelas menores tanto en su extensión como en sus pretensiones humorísticas.
Para encontrar una nueva novela de gran vuelo y extensión hemos de esperar hasta 1991 (¡44 años!) con Adelita en su desván estupenda parodia de las novelas sentimentales y los cuentos de hadas.
La narrativa de Mingote se caracteriza por su búsqueda de lo insólito y la mezcla de diversos mundos, el real y el irreal, en la narración. No encontramos los típicos chistes fáciles ni la inquina, la ironía ni el ácido del sarcasmo. Es un humorismo limpio, con tendencia a lo fantástico y buscando un lado divertido sin buscar la herida, buscando un lado amable y en muchas ocasiones melancólico.
Además, dentro de la obra de Mingote podemos destacar obras de teatro como El bombón del Peluquín en colaboración con Tono y Jorge Llopis o guiones de televisión, como los que preparó para la serie Este Señor de Negro para Televisión Española.
Como podemos observar hay más en Mingote de lo que muestra cada mañana en ABC, tanto, que su valía le ha llevado a ser desde 1988 miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Rubén Bravo.

Bibliografía:


- Acevedo, Evaristo, Treinta años de risa, Vol. 1, Editorial Magisterio Español, Madrid, 1973.

- Mingote, Antonio, Las Palmeras de Cartón, Librería Clan, Madrid, 1947; Editorial Cremades, Tetuán, 1958.

- Mingote, Antonio, Los revólveres hablan de sus cosas, “La Novela del Sábado”, Madrid, 1953; Luca de Tena Editores, Madrid, 2004.

- Mingote, Antonio, Adelita en su desván, Planeta, Barcelona, 1991.

- Mingote Antonio, De muerte natural, Espasa Calpe, Madrid, 1993.

- Mingote, Antonio, Obra Escrita, ed. de María Luisa Burguera Nadal, Madrid, 1996.

- VV.AA, La Codorniz, Antología 1941 – 1978, EDAF, Madrid, 1998.

lunes, 12 de marzo de 2007

Vivir con un músico. Creatura nº 9.

¡Qué bonita es la música! ¡Y qué estupendos son los músicos! ¡Cómo nos hacen disfrutar! ¡Cómo marcan tendencias! ¡Cómo los admiran las niñas y los niños, los abuelos y las abuelas! Pero, claro, ¿Se imaginan ustedes cómo debe ser vivir en casa de Mick Jagger? Sí, no mientan, se lo imaginan: piscinas, mayordomos, camas de 3 X 3 (sí, las de 2 X 2 son como de estrellas del rock pobres), cócteles, fiestas, cambios continuos de ropa, un médico pendiente de uno 24 horas al día, etc. Y, claro, ustedes que son unos ilusos se imaginan esto porque no viven ustedes con un músico. No estoy hablando de Mick Jagger, que al fin y al cabo es un músico de los que menos molesta porque no toca ningún instrumento y se dedica únicamente a hacer inocuos gorgoritos, sino que estoy hablando de los más pesados de todos los músicos: los guitarristas.
Un guitarrista es el ser más pesado del mundo. Coge su guitarra por la mañana, pongamos que a las 12, porque los guitarristas no gustan mucho de madrugar, y comienzan a hacer sus escalas de calentamiento. Por supuesto en ese momento no molesta demasiado, mira que bien do-re-mi-fa-sol-la-si-do. 45 minutos más tarde se da cuenta de que puede, y debe, hacer la escala al revés do-si-la-sol-fa-mi-re-do. Encuentras agradable el cambio porque el locutor del partido de baloncesto que estás viendo por la tele ya te estaba sonado a escala cromática y policrómica o cómo demonios se llame. Además habías percibido en las animadoras una tendencia extraña a bailar inarticuladamente, como siguiendo la dichosa escala. Así que el cambio te parece bien. 45 minutos más tarde ya tiene las manos calientes y es hora de empezar con ejercicios más difíciles. Si nuestro guitarrista es un guitarrista flamenco, repetirá la entrada de las sevillanas durante 15 minutos. Notas que el gato mira raro y que tu hermana, que siempre ha sido una cursi, trata de mover los brazos como cogiendo manzanas (que así te han dicho siempre que se bailan las sevillanas y así te imaginas Sevilla, llenita hasta arriba de plantaciones de manzanos) pero no lo consigue. Pasado el tiempo de hacer la entrada se da cuenta de que ya puede tocar el primer compás y entonces sí tu hermana hace lo de los brazos y por un momento te confundes y piensas que le quiere quitar el robote a Carlos Jiménez. “Es un ilusa” piensas y le das una patada al gato que ya te está fastidiando con la mirada rara. Si por el contrario es un guitarrista pop, arranca con el ritmo básico, dos rasgueos abajo, uno arriba, uno abajo, uno arriba y vuelta a empezar. Este ejercicio le lleva al guitarrista no menos de 50 minutos y si es un guitarrista con alma se pondrá a cantar. Si en el colmo de los colmos se vive con un guitarrista heavy sacará la púa y la calibrará para ver si está bien compensada, una vez hecho esto comenzará a aporrear la guitarra, porque no nos engañemos él dice que toca y que suena armónico y melódico y jónico, dórico y corintio pero eso suena como si fuera el gato el que estuviera tocando o como cuando tu hermana, que es una cursi pero muy bestia, le pega a la puerta del baño con el gato porque no la dejas peinarse.
Tres horas más tarde, sea el guitarrista del tipo que sea, de lo único que se tiene ganas es de matar al guitarrista o en su defecto cortarle una mano, pero conociéndole, seguro que es capaz de tocar con sólo una mano así que se concluye que lo mejor es aprovechar que este dormido y tirarle encima una estantería, pero se desiste de la idea ya que seguro que sobrevive y hace de esto una canción. Descorazonado ya, la única opción, dado que el guitarrista seguirá tocando durante al menos 5 horas más, es irse a pasear al gato, que no quiere salir de casa pero que es mejor opción que pasear a tu hermana.
Esto mismo es aplicable a flautistas, pianistas, bateristas, clarenitistas, saxofonistas, trapecistas, y demás terroristas.
Por eso el consejo que queremos dar a los padres consumados o a los futuros padres es que no compren un instrumento a su hijo, que no le conviertan en un músico. Es mucho mejor que le animen a hacerse judoka, baloncestista o malabarista, actividades todas ellas que se tienen que realizar fuera de casa.
Tampoco es mala idea que se dediquen a la filología, la filosofía o la arqueología que son actividades silenciosas.
Si, angustiados por su educación, quieren que su hijo o similar tenga una instrucción más profunda dedíquenle a la pintura, a la escultura, a la arquitectura, a la fabricación de castillos de arena, a la lectura (sí, angustiados amigos, la lectura es buena idea) o déjenles ver la tele hasta que se harten que seguro que tarde o temprano y pese a que ya no salgan Epi y Blas algo aprenderán, aunque sea cómo hacerse rico dando gritos o patadas siendo tertuliano o futbolista.
Pero, por favor, por su tranquilidad y la de los suyos, por su buena salud mental no deje que su hijo se haga músico. Con el tiempo lo agradecerá.

Dedicado a Maite, por todo lo que está haciendo por mí, y por todo lo que ha aguantado, aguanta y tendrá que aguantar.

viernes, 9 de marzo de 2007

Yo no soy underground. Creatura nº 13.

Yo no soy underground.
- ¡Tenemos que ser más undergroud!– Me despertó mi primo con su grito. Había vuelto a dormirme en otra de las reuniones de redacción. Él me había llevado a aquella revista más que nada por pena y porque mi madre le había insistido tanto que ni él ni yo pudimos negarnos. Así empecé a trabajar en esa revista que por lo que gritaba ahora mi primo debía ser de otra forma distinta a lo que era. O más de lo que era. No lo sé. Tal vez tenga cierto retraso mental, pero tardo bastante en enterarme de las cosas cuando los otros me las dicen. Por otra parte las palabras de mi primo habían tenido gran acogida entre la redacción y pensé que estaba en lo cierto, que teníamos que ser más eso que él había dicho, fuera lo que fuera.
Lo primero que hice fue enterarme de lo que había dicho, así que me fui hacia Sara que es la que me cuenta las cosas de forma que yo las entienda. También es mi novia. Tal vez por eso me explica las cosas. Tal vez así aprovecha para hacer lo que ella quiere de mí. No lo sé.
- Tu primo quiere que seamos más underground.
- ¿Más qué?
- Más UN-DER-GRO-UND.
- Vale. Lo tengo. Deletréamelo.
Y me lo deletreó. Cuando no me entero bien de las cosas aunque Sara me las explique acabo por apuntarlas y luego me busco la vida por mi cuenta.
- No te has enterado, ¿verdad?

La asquerosa me conocía bien.
- No, no mucho, pero tranquila, que ya me enteraré, ya sabes que sólo me hace falta un diccionario o algo así.
- Vale, tú mismo, si ves que no sacas nada me lo dices. Anda dame un beso.
Le di un beso administrativo y mecánico porque estaba pensando en eso que mi primo había dicho.
La verdad es que él era un tío muy listo. Ya desde pequeño era el primero de la clase y mi madre siempre me decía que tenía que ser como él era:
- A ver si te fijas en José Manuel y eres más como él.
- ¿Más bajito?
- No, hijo, ¿cómo vas a ser más bajito si sólo mides 1,80?
- Pero soy más alto que él.
- Él mide 1,90.
- ¿Y eso no es menos que lo mío?
- No, hijo, no. Anda ve con él y a ver si se te pega algo.
Efectivamente se me pegaron muchas cosas de él. En primer lugar me pegó varias enfermedades, mononucleosis infecciosa incluida, aunque nunca me enteré bien de cómo me infecté precisamente de esa. Además me pegó un deje raro en el hablar que nos hace parecer andaluces de Jaén aceituneros altivos. También me pegó la afición por la música clásica checa, razón por la cual puedo hablar con cualquiera de Dvórak sin temor a hacer el ridículo que hago cuando intento hablar de otras cosas como la reglamentación del tráfico en las ciudades de más de quince mil habitantes. También me pegó la afición por el fútbol y, cosa rara, por el ciclismo y digo cosa rara porque nunca he sido capaz de montar en bici, impedido por un problema crónico de equilibrio que también me impide practicar el sexo encima de los árboles, aunque bueno, tampoco a Sara le entusiasma la idea. Su inteligencia en cambio no se me pegó. Nunca saqué más de un bien en ninguna asignatura del instituto, ni ningún notable en mi carrera de filología y no como él que se licenció con matrícula en Geografía. Por eso es capaz de saber cual es la capital del Chad sin tener que mirarlo en internet.
Está bastante claro que mi primo es mi ídolo, bueno él y Lee Alexander, aunque este por razones distintas. Por eso me tomé en serio eso de que debía ser más underground, fuera lo que fuera, y me puse a investigar.
Lo primero que averigüé es que underground significa debajo de la tierra, pero me di cuenta de que por ahí no iba a sacar nada, ya que él no iba a querer que fuésemos o estuviésemos debajo de la tierra como los morloks o los topos. Después descubrí que Underground es el nombre que recibe el metro en Inglaterra y Estados Unidos. Muy lógico, pensé, si va por debajo de la tierra, llamarle por debajo de la tierra y no como aquí que se llama Metropolitano, sin saber por qué o por qué no y que parece el nombre de un niño raro “¿Cómo te llamas bonito?- Metropolitano como mi tío Joaquín.” También descarté que mi primo nos pidiera que fuésemos más como el metro, porque ninguno de nosotros tenía raíles. O eso creo.
Después encontré la definición que parecía la buena: forma de cultura moderna que huye de lo tradicional, con formas y expresiones artísticas propias. Como éramos una revista de albañilería artística pensé que lo quería mi primo era eso. Pero no sabía cómo conseguirlo, así que fui a verle a su despacho:
- ¿Qué quieres? - No sé cómo ser underground.
- Claro, tú eres un tipo tradicional, con tu novia de toda la vida, tu María Moliner en la estantería, tus discos de Ella, Sarah y Concha Piquer…
- ¿Eso quiere decir que a los underground no os gustan los diccionarios, ni la copla, ni mi novia?
- Tu novia no le gusta a nadie. Y lo otro menos.
- ¿Por qué?
- No lo sé, pero eso es muy burgués. No nos gusta lo burgués, lo clásico, lo tradicional.
- ¿Y qué os gusta?
- Se supone que no nos gusta nada, aunque ya sabes que a mí me gusta mucho Kate Moss.
Entonces cerré la puerta de un portazo y comprendí que mi primo era mi superior en todos los aspectos menos en ese de Kate Moss. También comprendí que no soy ni podré ser underground, que yo ya era todo lo que podía ser en la vida: gilipollas.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Un poeta, un poema. Luis Rosales, Autobiografía. Creatura Nº 12

Un poeta, un poema. Luis Rosales, Autobiografía.

AUTOBIOGRAFÍA.
COMO EL NAÚFRAGO METÓDICO QUE CONTASE LAS OLAS QUE LE BASTAN PARA MORIR,
Y las contase, y las volviese a contar, para evitar
Errores,
Hasta la última,
Hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre
La frente,
Así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo
De cartón en el baño,
Sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
Sino en las cosas que yo más quería.

El poeta.
Luis Rosales (1910 – 1992) es un poeta granadino de la llamada Generación del 36 (en otro momento, con más calma, hablaremos de la gratuidad con que se emplea el término “generación” en los estudios de literatura) junto a otros poetas de parecido estilo y tendencia: Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o Luis Felipe Vivanco. Sería posible mencionar también dentro o cerca de este grupo a José García Nieto o incluso a Germán Bleiberg.
Rosales comienza su obra poética en 1935 con el libro Abril, pegado aún a la estética y la temática clásica que marca la obra de todo el grupo mencionado.La poesía de estos autores está muy influida por Garcilaso y el resto de la lírica clásica española, así como por Pedro Salinas, revitalizador de la obra y la idea poética de Garcilaso en la literatura española del siglo XX.
Entre el resto de su producción podemos destacar Rimas (obra a la que pertenece este poema), La casa encendida o Diario de una resurrección.
La publicación de Rimas le valió la concesión del Premio Nacional de Poesía en 1951. Tal vez los más escépticos pongan en duda la validez de este premio dada la situación de la cultura y la política española en el momento y teniendo en cuenta la propia situación de Luis Rosales, falangista militante y convencido (participó desde el comienzo de la Guerra Civil en el aparato de propaganda de la Falange), pero la autenticidad de este premio es indudable una vez es observado objetivamente el poemario. No nos detendremos ahora a glosar la compleja relación entre política, posicionamiento y literatura, sobre todo en tiempos tan turbulentos como los mencionados. Trataremos de abordar el tema en el futuro.
La obra de Rosales a partir de Rimas va alejándose de los modelos clásicos y va tomando un rumbo prosaico, que le lleva a abandonar las formas poéticas tradicionales y a escribir poemas sin rima (tendencia iniciada precisamente en un libro titulado Rimas) y con predilección a la simplificación, a la expresividad más cercana y asimilable por el lector.
El poema.
Autobiografía es el título de este poema que abre la mencionada obra Rimas publicada como ya hemos indicado en 1951, cuando el autor cuenta con 41 años.
En el poema el autor echa una mirada a su vida, a lo que ha sido hasta ahora, a lo que está siendo y a lo que será. De ahí el título tan significativo con que lo dota el poeta.
En el poema Rosales trata de explicar, de explicarse a sí mismo, en que ha consistido su vida, tal vez de explicar de un modo más amplio en que consiste la vida en general. ¿Cuál es la visión que de la vida tiene el poeta? No parece muy optimista “Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir […] así he vivido yo…” Es decir, la vida no es más que esperar la muerte, contar cada instante que falta para morir. El hombre no es más que un náufrago, un ser perdido, solo ante el mundo.
En eso centra el poeta la primera parte del poema, en la que nos indica qué es la vida, cómo la concibe, qué espera de ella. En la segunda parte señala como ha vivido él su propia vida, que ha hecho de su tiempo, de su contar olas y olas. Dice ahora claramente “así he vivido yo…”. ¿Cómo ha vivido el poeta, aparte de esperando la muerte en cada ola? Lo ha hecho de manera prudente. Es destacable el uso de la palabra “prudencia” pues no es de las mejores ni las más lucidas a la hora de contar una vida. No parece precisamente la mejor manera de vivir. Además un tipo de
prudencia muy concreta “…vaga prudencia de caballo de cartón en el baño…” es decir que el poeta ha vivido con el miedo de ser tan quebrable como el cartón, con el miedo de haber vivido rodeado de peligro, del peligro constante de ser mojado y deshacerse y morir. En un poema de su madurez escribirá el poeta “Hay personas a las que el miedo no les da nunca cesantía”.
Termina el poema con una sentencia categórica llena de seguridad y a la vez de una inseguridad latente que proviene de la idea de que todo lo que ha querido lo ha perdido por su propia incapacidad “..sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería.” Una frase que todos podríamos firmar, casi una verdad absoluta que todos hemos percibido alguna vez como cierta a la hora de hacer examen de conciencia. Entra el poema en esa zona de la poesía que no se ocupa de transmitir la belleza de la realidad, sino la propia percepción de la realidad, la verdad al fin y al cabo, aunque sea la verdad propia, siempre tan inútil por lo personal, única e indemostrable que es. Tal vez sea esa la mejor zona que ha transitado la poesía española en el siglo XX, la de la verdad propia que nos ha transmitido cada poeta. Volveremos convenientemente sobre el tema de los diversos caminos que toma la poesía.
Hemos de prescindir, a nuestro pesar, del análisis de la forma y las fuentes del poema, imposible por falta de espacio. Rubén Bravo.

Dedicado a Ana, Ana, Cristina y Zaira, por traerme a la memoria este y otros poemas casi ya olvidados.

martes, 6 de marzo de 2007

13 X 21
Ana la yelera.

Ana la yelera no tenía una caperuza roja. Ni siquiera tenía caperuza de color alguno. Tampoco tenía ricitos de oro. Ni tenía rueca con la que pincharse un dedo. Pero pese a ello y debido a su curioso nombre y a quién sabe qué otra razón Ana la yelera se sentía un personaje de cuento. A ella le hubiera gustado ser un personaje de cuento de amor: una Cenicienta, una Bella Durmiente, una Blancanieves, o algo parecido. Pero Ana la yelera no tenía suerte. Nunca tuvo una madrastra que la tuviera todo el día revolcándose entre la ceniza, ni una bruja la hechizó para que durmiese durante años y años (con lo que le gustaba a ella dormir eso hubiera estado bien y no como ahora que apenas si dormía seis horas) ni comió nunca una manzana envenenada, si bien alguna de las que había comido tenían gusano o estaban extremadamente ácidas. De verdad de verdad, lo que le hubiera gustado a Ana es que un príncipe hubiera venido a rescatarla cada vez que se metía en un problema. O aunque no se metiera. Así, cada vez que sonaba el despertador para ir a trabajar Ana se decía (porque pese a tener esas ilusiones Ana es una persona como nosotros y gusta mucho de hablar consigo misma):
- Si tuviera yo un príncipe se iba a levantar a trabajar la ratita presumida.
Pese a todo Ana se levantaba como una campeona del mundo, es decir, como todos aquellos que han de levantarse siendo aún de noche, mientras nosotros, vagos consumados,
seguimos durmiendo y soñando como degenerados.
Por todas partes adonde iba, Ana quería ver si podía al fin convertirse en protagonista de un cuento. Tenía la deliciosa ilusión de que su nombre fuera el título de un cuento y que los papás cursis le contaran su historia a las niñas pesadas antes de dormir:
“Érase una vez, en un pequeño pueblo, un chica muy guapa que se llamaba Ana, Ana la yelera…”
Así, Ana solía hacer cosas típicas de los cuentos, tiraba miguitas de pan tras de sí para no olvidar el camino y para ver si tras alguna esquina aparecía un ogro o una aventura (sí, queridos niños Ana era una temeraria así que no hagáis vosotros lo mismo, por favor). También salía a pasear con una cestita llena de queso y miel camino de la casa de su abuelita. Y cuando llegaba a la casa de su abuela le decía:
-Abuelita, que ojos más grandes tienes.
A lo que su abuela respondía:
- Cállate, tonta, que son unas gafas de sol nuevas que me he comprado en el rastrillo.
Nada le salía bien a Ana. No obstante no dejaba de intentarlo y comía con fruición las manzanas que en el mercadillo de su pueblo vendía una señora mayor con una verruga en la nariz y con un cierto aire a Doña Rogelia.
También gustaba Ana de frecuentar los animalitos de las granjas.
- No estaría mal – pensaba- hacer un viaje como el pequeño Nils o hacerme amiga de los tres cerditos.
Pero los animales se empeñaban en no hablarle y en morderle el bajo de los pantalones.
Ana se iba haciendo mayor y empezaba a tener dudas acerca de sus posibilidades de hacerse protagonista de un cuento. Le fue tomando manía a algunos de los protagonistas de esos cuentos, como a Juan sin miedo, mira que era idota ese Juan. O a los siete cabritillos, cuya historia le daba repelús, no por ser comida por un lobo, sino por lo mal que se tenía que pasar encerrada en el estómago de un lobo con siete imbéciles tan grandes como los cabritillos aquellos. Al que más manía tenía era al flautista de Hamelín, y no sólo porque no le gustasen los ratones y las ratas, sino porque aquel tipo era muy siniestro, y un malandrín de cuidado dejando caer por el precipicio a todos los estúpidos niños aquellos, que tal vez lo merecieran, vale, pero era muy exagerado cuando les podía haber hecho otra cosa como haberles enseñado a tocar la flauta que es mucho más molesto para los padres que lo otro.
Ana, para matar el tiempo, empezó a salir con un chico. No era un príncipe, ni tampoco azul, aunque era mejor que no lo fuera, porque tener un novio azul, como los pitufos, iba a ser un poco raro y muy difícil de explicar. El novio no era ni bueno ni malo. No se transformaba en lobo, ni tenía joroba, ni caballo, ni era una bestia encantada o similar. No estaba mal, aunque claro, Ana hubiera preferido otra cosa.
- El mundo es conformarse. Le decía su hermana mayor.
Y Ana se empezaba conformar. Para distraerse y no pensar más en los cuentos Ana se hizo shopping adicta. Se compró collares que le daban al menos tres vueltas al cuello, con pendientes a juego, por supuesto; zapatos a mogollón: blancos, rojos, negros, sandalias, botas, muy parecidos algunos a los de los toreros. También se compró un surtido de diademas de goma partidas en dos por arriba. Al ponérselas se hacía a veces la ilusión de que se ponía una corona de princesa.
Un día estando con su novio en un bar perdió la diadema pero no se dio cuenta. Un joven, tal vez apuesto tal vez no, yo no lo sé porque soy muy despistado y no me he fijado, la encontró y corrió hacia Ana, pero Ana ya se había marchado. Pero el joven la buscó por todo la comarca hasta que la encontró y le puso su diadema en el pelo. Entonces Ana besó al joven que la había buscado, que no era un príncipe pero que acertó un día una primitiva. Y se casaron y vivieron felices y comieron perdices. Y me pagaron por escribir este cuento llamado Ana la yelera.

Rubén Bravo.

Dedicado a Soriano, eximio creador de nuestros días. Y a Ana la yelera, por supuesto.

Comentarios, sugerencias: rbr33@hotmail.com