jueves, 30 de diciembre de 2010

AQUEL DICIEMBRE. CREATURA Nº 59

No sé si puedo contarlo bien, porque no recuerdo bien las cosas. En realidad no sé si puedo contar nada. No sólo porque no recuerdo bien las cosas. También porque muchas veces tengo la sensación de que no estoy realmente recordando nada, sino de que estoy inventando. De que estoy inventando no tanto un relato como mi propia memoria. No sé si puedo contar nada sin correr el riesgo de estar mintiendo y de estar mintiéndome. Todo me parecía y me sigue pareciendo irreal. Tengo la sensación de que las cosas no pasan realmente, la sensación de que las invento o alguien las inventa para mí, la sensación de que hay un tipo metido en mi cabeza empeñado en crear una realidad que seguramente no existe. Recuerdo cosas y no tengo muy claro que hayan sido ciertas. Recuerdo por ejemplo un atardecer en la playa. No es posible que haya mucho error en mi memoria porque no he pasado muchos días en la playa. Pero no parece un recuerdo mío. Parece que lo he visto en una película. O que tal vez lo he soñado. Y se ha quedado ahí guardado como cierto. Mi memoria, mi cerebro al fin y al cabo, no puede decidir si es cierto o es falso ese atardecer. Y creo que cada vez le añade más detalles, más cosas. Elimina gente, porque es un atardecer en la playa perfecto y sin embargo no hay nadie alrededor. Estoy solo como en tantos y tantos recuerdos perfectos. Aunque realmente los recuerdos que mi mente perfecciona son los tuyos. Por eso empecé a anotar las cosas, para ver si mi cerebro me estaba engañando y me estaba engañando tanto como yo sospechaba. Y empecé además a ir hacia atrás y a preguntarte a ti y a otros que andaban por allí si realmente las cosas sucedieron como yo recuerdo o si sucedieron de otra manera. Por eso no sé si puedo contarlo bien, no sé si puedo contar nada. Al anotar las cosas y confrontarlas con mi propia memoria las cosas fueron quedando más claras. Por un momento temí mentir también por escrito, estar escribiendo más una novela que mis recuerdos. Pero dejé de dudar de eso. No puedo dudar absolutamente de todo, me dije. De algo tengo que fiarme. Y decidí que sería de esas cosas que iba apuntando. Sólo las que empiezan en la primera entrada de ese diario. Sólo a partir de aquel diciembre. Sé que no recuerdo bien las cosas porque cuando hablamos tú me dices, no, eso no fue así. Por lo tanto es cierto que no puedo contarlo bien. Pero creo que es necesario que lo cuente, o al menos que me lo cuente a mí. Creo que hay algo de reafirmación de mí mismo en eso, algo de salir de la irrealidad que siento a veces. (Aunque no lo creas cuando a veces alargo la mano y te toco no es tanto por tocarte a ti, sino por saber que yo soy de verdad y que puedo tocar cosas. Lo tangible ha de ser cierto. Y si puedo tocarte es que yo soy cierto. Tiene además la ventaja de que me cercioro de que tú también eres cierta.) Si tengo una historia que contar, si voy protagonizando sucesos, sucesos en los que además apareces tú, fuente de realidad, es que soy real y significa que de una manera u otra todo eso que voy contando va sucediendo. Por eso a veces dejo el diario como olvidado por ahí. Para que tú lo leas y puedas saberlo. Y veas lo que estoy contando. Y sea todo más cierto. Y puede que un día me digas, no, eso no fue así. No sé si puedo contarlo bien, porque no recuerdo bien las cosas, pero lo voy a contar tal y como lo recuerdo. Recuerdo que lloré. Tu cuerpo estaba desnudo y las sábanas eran blancas. Eran las sábanas más blancas que he visto jamás. Tu cuerpo desnudo también era blanco. Sé que aquí hay algo de mentira porque te recuerdo más perfecta de como eres realmente. Hace un momento te he vuelto a ver desnuda. Y sé que tus piernas son más gordas. Que tienes pequeños granitos en algunas partes que en mi recuerdo no aparecen. Que tu piel es más mate de como mi mente dice. Pero recuerdo que lloré y que tú estabas desnuda y boca abajo en las sábanas blancas de una cama que era enorme. Esa fue la primera vez que te toqué para comprobar la veracidad de lo sucedido y sobre todo para comprobar que tú y yo éramos ciertos. Al notar mi mano tú giraste la cabeza, despertaste y sonreíste. Me dijiste ¡tonto! Y a mí me dio mucha vergüenza estar llorando allí mientras tú sonreías. Acabábamos de acostarnos por primera vez, pero esas lágrimas me parecían mucho más íntimas que toda la desnudez y el sexo, que todos los intercambios que habíamos tenido, que todas las palabras que tú y yo habíamos dicho y que diríamos en mucho tiempo. Dijiste ¡tonto! muy alegre, como tantas veces me lo habías dicho y como tantas veces me lo has repetido después. Y me viste llorando. Pero no te asustaste, creías que sabías lo que sucedía, así que levantaste la cabeza de la almohada y me besaste. No pasa nada, no es nada, ya nos apañaremos, dijiste. Pensaste que sabías por qué lloraba. Y aunque yo no te mentí, no te dije la verdad. No te dije que lloraba por lo mismo que sigo llorando a veces cuando no me ves, no te dije que lloraba de miedo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DOS HÉROES. CREATURA 58.

Dentro del amplio mundo del cómic hay un gran número y tipo de héroes. Desde los héroes que lo son a su pesar (recordemos los personajes de Luis Durán) hasta los que quieren serlo sin tener para ello cualidades o especiales habilidades (El búho Nocturno de Wachtmen). Pero quizá la pareja más contraria y destacable de superhéroes la encontramos en Superman y Spiderman.
Tenemos en ellos dos tipologías de héroes absolutamente contrarias. Desde la misma forma de conseguir sus poderes hasta la influencia que estos tienen en ellos son diferentes, y pese a ello, son tal vez los dos héroes más famosos de la historia del género.
Superman recibe sus poderes desde su misma llegada a la tierra, lo que equivale a decir que nace con ellos. Es decir que le son consustanciales, no puede quitárselos, no puede obviarlos, está acostumbrado a ellos y se ha preparado para ejercer su papel de héroe desde que llegó a la tierra. De hecho su mayor esfuerzo lo realiza en hacerse otro, en disimular su poder.
Spiderman sin embargo consigue sus poderes cuando ya es casi un hombre adulto. Su personalidad ya está formada, sus valores, su moral, su inteligencia. Además estos le llegan desde un accidente, no los merece, no los espera, le son otorgados y tiene que acostumbrase a ellos. Tal vez en la película de Sam Raimi esto se vea mejor. Vemos a Peter Parker intentando aprender a usar sus poderes, y fallando, hiriéndose en el intento. No imaginamos a Superman haciendo prácticas. Él ya sabe lo que tiene entre manos.
Otra importante diferencia entre ambos es su propia personalidad. Mientras que Superman es el héroe perfecto, el chico guapo y alto del campo que representa todos los valores perfectos del sueño americano, el ganador, Spiderman es un perdedor, un inadaptado social que perfectamente podría protagonizar un episodio de Big Bang. Spiderman está acostumbrado a que los matones le persigan, está incluso perseguido por su propio trabajo de superhéroe, siempre en el punto de mira de la ciudad como personaje ambivalente, donde unos le ven como causante de los males y otro como hombre que los resuelve. Spiderman es un perdedor, y tal vez ahí esté el gran acierto de su creador. Construye un personaje que gana sus poderes, pero es un perdedor, una rata de laboratorio, como lo son millones de lectores de cómics en todo el mundo. El proceso de identificación con Spiderman es evidente, es uno de los nuestros, sin embargo ¿quién se identifica con Superman? Es un extraterrestre, un hombre de acero, ajeno a todo lo humano. Vemos que mientras Superman representa todos los valores americanos, Spiderman puede presentarse como un héroe global. De hecho vive en la ciudad mundial, Nueva York, en la más cosmopolita de todas, en la que todo el mundo parece estar representado. Mientras tanto Superman aparece enarbolando la bandera de Estados Unidos en una foto que podría firmar cualquier presidente republicano. He ahí la segunda diferencia, el ganador y el perdedor.
Tal vez de ahí venga la tercera, la forma de actuar en materias heroicas de ambos héroes. Mientras Superman parece estar por encima de las cosas dado que estas no le afectan, Spiderman es un héroe al que siempre le cuesta ejercer su heroísmo. Siempre acaba cobrando, recibiendo. Un hecho más para hacer que Peter Parker nos sea cercano. Es humano, falla, se equivoca, pierde. De hecho su lema es “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” porque muchas veces querrá no ser un héroe, no detentar la responsabilidad. Nunca veremos a Superman fallar. De hecho es necesario crear un objeto que hiera a Superman para hacerle batible. Spiderman no tiene criptonita. Todo le hiere. Es como un lector más. Una bala puede matarle. Nada hiere a Superman. Spiderman se divierte haciendo lo que hace. Sin embargo Superman lo toma como su trabajo diario. No hay ironía en sus palabras. Ni diversión. Sabe que finalmente acabará ganando. Sea como sea. Spiderman en cambio se sabe humano, se sabe mortal y afronta sus proezas con disfrute. O lo que es lo mismo, Superman es perfecto, Spiderman imperfecto. Superman es un objetivo, algo a lo que aproximarse, Spiderman está ahí, es uno de los nuestros. De ahí que, una vez más, todos soñemos con ser Superman, pero nos veamos como Spiderman.
Y la última diferencia que destacaremos es su papel como hombres. Spiderman es un hombre y lo seguirá siendo, sin embargo los principales problemas de Superman le vienen cuando se siente un hombre y quiere ser como los demás, sabiendo que es imposible. Ese es el gran drama de Superman, no poder ser humano. No poder ser como el resto, amar y sentir como el resto. En el otro lado el humanísimo Spiderman, enamorado, azotado por el desamor y la pérdida y el dolor, como uno de nosotros.

jueves, 4 de noviembre de 2010

18 DE AGOSTO DE 2010. CREATURA 57. DELIRIO VANO È QUESTO!

8 de Agosto de 2010. Conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida. Conducir ha producido en mí, al fin, ese efecto sedante que ya no esperaba encontrar. Semanas después oiré una frase similar - cuando me canso de todo salgo a conducir - de la boca de una mujer a lo que unos minutos más tarde besaré, de una boca que minutos más tarde y de una forma accesoria y poco edificante, poseeré. Poco después, cuando su cuerpo haya ya cumplido su función, la presencia de esa mujer se me hará insoportable y buscaré una excusa para que se vaya de mi lado. La mujer perfecta es aquella que sigues amando después de eyacular. Mandaré ese mensaje para culminar una conversación que tendré días antes de la cita y que sólo en ese momento podré rematar. La idea habrá estado vagando por mi cabeza y ver salir a aquella mujer de mi casa y sonreírme mientras avanza hasta su coche hará que pueda, al fin, ponerla en palabras. No la despediré con un beso. Me zafaré de ella sin ese compromiso. El coche de esa mujer tendrá, al irse, problemas al arrancar y por un momento temeré que tenga que quedarse conmigo más tiempo. Al tercer intento arrancará y desaparecerá de mi vida. En ese momento desearé que para siempre, pero no me engaño, cuando nadie más me haga caso volveré a llamarla y volveré a sentir esa repulsión por mí mismo que siento ahora, aquí, pensando en ella y en ese momento. Pero conducir ha producido en mí ese efecto sedante que ya no esperaba encontrar. Las últimas semanas no he conseguido encontrar la calma más que en algunas costumbres. Debajo del chorro de agua de la ducha todo se ve, por momentos, claro. El frío del agua me estimula y me da la impresión de que mi cuerpo es fuerte y de que controlo las situaciones, como controlo ahora el coche que conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida. Esta calma repentina e inesperada que he hallado sin buscar conduce al fin con rigor mis pensamientos. El coche circula a menos de la velocidad permitida, pero mis pensamientos alcanzan tanta velocidad que por momentos no termino de entender yo mismo a dónde voy a ir a parar. Así que no puedo evitar que mis pensamientos lleguen al final a ti. A la mujer que quiero creer será perfecta, a la que al final seguiré queriendo después de eyacular. Todo el resto de intentos han sido vanos. Mejores o peores, más o menos innobles, más o menos ridículos. O simplemente he sentido miedo y los he dejado pasar, por si ocurría, por si finalmente sucedía que una mujer pudiera seguir a mi lado después y no tuviera ganas de que se fuera, de expulsarla, que tuviera miedo a tener que seguir viéndola todo el rato, miedo a tener que verla y sentir hacia ella necesidad e incluso amor. Al pensar esa palabra la he pronunciado en voz muy baja y sin darme cuenta. Creo que por primera vez soy consciente de que puedo sentir amor, y me siento en peligro y frágil y siento que puedo estar condenado a huir para siempre o a estar pegado a algo de una forma irremediable. Mi sensación de libertad será en ese momento más falsa que nunca, más falsa aún que mientras conduzco por la autovía a menos de la velocidad máxima permitida sabiendo que lo hago por el camino que hay, no por el que quiero conducir. Sonrío al comprender mi gran capacidad para mentirme. Bajo el espejo del quitasol para comprobar que estoy sonriendo, y es cierto, estoy sonriendo. La sonrisa no se me borra en un buen rato. Lo sé porque noto una sensación extraña en los músculos de la cara. Incluso algo dolorosa. Seguramente es la falta de costumbre. La repentina fragilidad de mi vida, de mi libertad, saber que no sólo estoy sometido al deseo, sino también a realidades menos comprensibles y tangibles, me produce un desasosiego repentino, el mismo que tendría si ahora se acabara la carretera y no hubiera lugar donde dar la vuelta. Pero acelero, y el efecto sedante que conducir ha producido en mí sigue ahí. El desasosiego va desapareciendo y transformándose en otra cosa que no puedo identificar ni definir. Sé que tengo muchas ganas de llamarte, pero sé que no tengo nada que decir, así que si lo hago me quedaré un rato en silencio al otro lado del teléfono sin nada que decir, sólo intentando controlar mi respiración agitada. Meses después este hecho sucederá. Y al no saber qué decir no diré nada, ni siquiera la verdad, ni siquiera te echo de menos, o me gusta pensar en ti. No diré nada y me sentiré derrotado y ridículo una vez más, como cuando he terminado de usar un cuerpo y no quiero verlo más. Y entenderé entonces no sólo que puedo sentir amor, sino que lo siento. Pero ahora conduzco por la autovía antes de que todo esto pase, antes de ser consciente del amor y la fragilidad y la falta de libertad. Y el efecto sedante se me antoja que es en realidad felicidad.

jueves, 30 de septiembre de 2010

CREATURA Nº 56. EL VIAJE

Fue a mediados del siglo XIX cuando el viaje se estableció como elemento de ocio en la sociedad moderna. Empezó siendo un elemento de lujo, sólo disponible para unos pocos privilegiados, pero con la aparición de la Agencia Cook, poco a poco el privilegio llegó cada vez a más y más personas que demandaban el producto como un elemento más de la sociedad de ocio y consumo que se iba construyendo entorno a la base de la oferta y la demanda capitalista. Los viajeros de la Agencia Cook podían aparecer en cualquier lado del mundo. Los destinos exóticos eran los favoritos de estos. Egipto, África, España, lugares ignotos y con resonancias aventureras en las mentes de los viajantes. Los viajeros de la Cook fueron mil veces parodiados en obras literarias. Eran viajeros cotillas que aparecían en cualquier momento sin que nadie lo esperara y que se comportaban como si estuvieran en el portal de su casa. Era el nacimiento del turista.

¿Qué diferencia a un turista de un viajero? El turista viaja por placer, el viajero tiene más intereses para hacerlo. La proliferación del viaje conllevó una explosión de la literatura de viaje, que si bien existía desde, al menos, la Edad Media, sufrió un importante crecimiento. Además supuso el nacimiento de las guías de viaje. Con esta proliferación y la entrada en el mercado de consumo del viaje nació algo más, nació la necesidad del viaje. Como artículo accesible se volvió no sólo deseable, sino necesario. Y en torno al viaje se creó toda una mitología, toda una publicidad positiva que hizo del viaje una experiencia vital absolutamente imprescindible en la vida de una persona. Así, poco a poco se ha ido articulando una teoría del viaje como elemento básico no sólo en el ocio de una persona, sino en su formación intelectual y social, en su formación básica. Se habla del viaje como elemento indispensable. No como opción, sino como obligación.

¿Dónde has estado?” No parece que la respuesta pueda ser en ningún sitio. Sólo los incapaces permanecen quietos. Ahora bien, ¿qué hay de cierto en esa necesidad creada, en esas expectativas que vertemos sobre el viaje? ¿Realmente forma la persona? ¿Forman la capacidad crítica? ¿La comprensión? ¿Nos forma el viaje? El planteamiento inicial dice que sí, que ver otras culturas, otras gentes, oír otras lenguas, probar otros sabores forma nuestro espíritu. Si bien este hecho es discutible (¿por qué debemos aprender sólo cuando vemos o probamos como si fuéramos Tomás apóstol? ¿no sirve el conocimiento previo de la alteridad para saber que hay otros y que los otros no son en todo, aunque sí en lo básico y humano, como nosotros?) parece uno de los tópicos generalmente aceptados por todos: alguien viajado será mejor. Pero no parece que sea siempre así. Parece más bien que se ha invertido la polaridad y que sucede lo contrario. Que la gente pasa por los sitios, pero que los sitios no pasan por la gente. El nacimiento del turismo como negocio contribuyó a la facilidad de ocupar los sitios, de visitar lugares, de que sean accesibles. De esta forma pasa la gente por los sitios como quien pasa por un catálogo. Parece que el gran objetivo del viaje es tachar de la lista un lugar, poder decir “yo he estado allí”. Como quien ama a una mujer para poder contarlo después, para poder decir ella estuvo un día en mi cama.

El lema es: “Juan estuvo aquí”. Poder escribir ese letrero es el objetivo. Abundan los viajes organizados donde cada diez minutos hemos de observar una de las maravillas que guarda la vida local. ¿Qué descubrimiento se hará en la cola de acceso a un monumento? ¿Qué importancia tiene realmente ese monumento? ¿Quién lo estableció como tal? ¿Qué importa? ¿Y aquel museo? ¿Dónde reside el alma de un lugar? ¿Lo captaré de alguna manera? ¿Será esta la de visitar sus lugares marcados en el mapa? La catalogación de lugares parece el primordial de los objetivos del viaje: fotos, vídeos, souvenires que vuelven a decir “Yo estuve allí” “Yo lo he ocupado” “Yo lo he visto”. Y bien, yo estuve allí. ¿Y qué sucedió allí? ¿Se produjo en mí la catarsis anunciada? ¿Comprendí de pronto la realidad? ¿O simplemente abrí la boca y observé lo que me indicaban?

Somos aleccionados para el viaje. Para el de conocimiento y para el de ocio. Estos se nos mezclan, podemos ver cosas y hacer cosas, disfrutar y aprender. Aprender de nosotros mismos. Volver de allí como volver a Ítaca, como el que vuelve a la vida con ojos nuevos. Promesas siempre de mejora vital, no sólo de placer, sino de completar de alguna forma lo que somos. Promesas que esperamos cumplir mientras contamos dónde estuvimos, mientras mostramos las fotos de los lugares que poseímos, que, vini, vidi, vinci, ya hemos conquistado.

domingo, 22 de agosto de 2010

ESCRITOR. DELIRIO VANO È QUESTO! CREATURA Nº 55

De esto también puedes hacer literatura. Yo puedo hacer literatura de todo. Eso dije. De todo. No es cierto. Y es pretencioso. Me daba la mano y me dijo, mira nos reflejamos en el cristal. Pero no nos reflejábamos en el cristal. En medio del cristal nos separaban franjas de metal. Justo a la altura de nuestras manos juntas. Me miraba y sonreía. América está en tu boca es un título estúpido. Absurdo. Me cuentas que has escrito un relato. Literatura. Soy más feliz cuando no escribo. No quiero escribir. Pero escribo. Ahí sí que podía haber literatura. Todo lo puedo convertir en literatura. Salgo a correr.Mis huellas se marcan en la arena. Al volver intento volver a pisarlas. Literatura. Chelo dice: me gusta como escribes. No me conoce. No me lo dice siquiera a mí. Sólo hemos coincidido un breve momento. No nos vimos. Ni una palabra. Tu tenías los píes puestos encima del salpicadero. En su sitio. Dos semanas sin sexo. Literatura. Fran y yo cambiamos ideas. Pretenciosas. Que sólo valen en esta conversación y para nosotros. Literatura. Hablamos un poco como en una novela. Nos reímos de nosotros. Chelo manda un mensaje. Pura literatura. Todo lo estoy inventado yo. En el bar tú y yo cambiamos papeles que vamos rellenando con estupideces. Eso no es literatura. Pero el momento sí. (Es el momento de decir que el deíctico, que “tú”, es universal, que marca a todas las personas de este planeta, incluso a mí. Y vale para todas las personas y no siempre va a ser la misma) Y en ese momento no me interesaba la literatura. Sólo subirte encima de la mesa y que folláramos. Literatura. Me miras. Sonríes. Me mientes. Sonríes. Literatura. Me cuentas historias de tu vida que tienen toda la pinta de ser inventadas. Literatura. Mientes muy bien. Dan ganas de creerte. De quererte. Pero no lo hago. Es pura literatura. No me gusta escribir. Me parece absurdo, tonto. Lo mejor es que nadie lo lee, que a nadie le interesa. Demasiadas letras juntas. Pienso en ti. Eso no es literatura. Tengo una erección. Pienso en ti durante la erección. Pienso en otra. En otras. No me masturbo. Estupidez. Abro un libro y busco una respuesta. Escribo y tengo mil preguntas. Salgo a pasear. Respiro. Pienso. El calor me hace sudar. Mi sudor huele un poco dulce. Sonrío. Vivo. A la mierda la literatura. Me paro delante de una papelería. Miro las nuevas Waterman. Me enamoro de la dependienta que las vende. Más literatura. De esto también puedes hacer literatura. Los vecinos pasan y piensan que somos novios. ¿América está en tu boca? Eso me suena mucho. Nebraska no sirve para nada. El funambulista es un dibujo de Gaspar. Te miro los pechos. Pequeños. Tal vez puntiagudos. Deseo. Literatura. La literatura es deseo y tus pechos son deseo. Luego tus pechos son literatura. Me voy de tu lado. Seguro deque me equivoco. De que debí hacer otra cosa. Pero ¿Ves? Una vez más hago literatura. Escribo el momento. Lo rehago. Tu cigarro en mi mano ha dejado un olor a tabaco que después en casa tardo mucho en borrar. Me lavo las manos. ¿América está en tu boca? En la cama no puedo dormir. Quiero decirte que pienso en ti y no me dejas dormir. Deseo. Literatura. No sé qué cojones pasa. Escribo un mensaje. Yo sólo quiero dormir. Escribir no sirve para nada. Alicia no es Ilsa Lazlo. Luisa no es Dorita. Literatura. La palabra es más fácil. Palabras para ti. No las pronuncies. Deseo. Amor. Literatura. De mi cumpleaños no te olvidarás. Tengo buena memoria. Recuerdo muchas cosas. A ella más que a ti. Cuento mi vida. Tu vida. Odio el drama ¿Ya nos podemos reír de esto? Nos podemos reír de todo. Eres más feliz si eres infeliz. Escribo una declaración de amor. No está escrita para ti. No está escrita ahora (ya era hora de que lo dijera). Conventos. Pueblos abandonados. Ventanas de instituto. Literatura. ¿No sé decir las cosas sin inventarlas? Te miro a los ojos y te insulto. Soy sincero. Literatura. Tiene mi polla en su boca. Esto sí que es literatura. Lo he leído. Y cuando me ha pasado lo he pensado. Literatura. Deseo. No puedo dormir por el calor. Pienso en ti. Y en ella. Y en esa otra. Mi cabeza es un tiovivo. Los nombres llegan y se van a una velocidad que no puedo controlar. Las caras vienen con los nombres. Esta frase sirve para el facebook. Leo a Sabines. Escucho a Gershwin. I wants to stay here. Una mujer que se aupa en unos pies. Hago rabiar a alguien. No entiendo a Mahler. Sentado ante el ordenador. Me masturbo. Y escribo. Es lo mismo. Marco un número de teléfono. Me siento culpable. Resisto la culpa. El domingo por la tarde quiero odiarme. Me gusta más odiarme que odiarte. Odiarte es absurdo. Si me sonríes. Literatura. La terapeuta y los patos. Literatura. Eres más guapa que tu hermana. Yo sé hacer muchas cosas. Sé hacerlas mejor. Pero esta mujer es tan guapa. Tan fotogénica. Te miento. Me mientes. Literatura. Gema María me dice que no le gusta lo último que he escrito. Que no le gustan muchas cosas que escribo. Ya era hora de que alguien lo dijera. Doy vueltas con ella girándome. Puedo hacer literatura también de esto. Pero no quiero. La literatura es una mierda. Y yo no quiero escribir.

miércoles, 21 de julio de 2010

GASPAR NARANJO. CREATURA Nº 54.

La casualidad lleva muchas veces a lugares que no se esperan, a gente que nunca se pensaba. Conocer la obra de Gaspar Naranjo fue fruto de la casualidad. En realidad podríamos decir que todo es fruto de la casualidad, lo que somos y lo que hacemos, que todo podría variar a la mínima. Pero sería, seguramente, una exageración.

No es este el lugar ni tenemos el espacio preciso para contar de qué forma entramos en contacto con la obra de Gaspar Naranjo. Lo dejaremos quizá para un futuro artículo. Hablemos de Gaspar y de su obra.

Es Naranjo un pintor e ilustrador manchego (Calzada de Calatrava), aunque su profesión sea la de farmaceútico. De sus múltiples facetas artísticas da cuenta en un entretenido, variado y actualizado blog llamado Busco besos y sólo encuentro cubitos (http://gasparnaranjo.blogspot.com/). Allí podemos ver campañas publicitarias, colaboraciones en fanzines, dibujos en servilletas y todo lo que a Gaspar le parece oportuno. Pero la faceta artística que vamos a destacar de Gaspar, aún a riesgo de descartar el resto, es el cómic. Dos son los títulos que el autor manchego ha aportado al mundo del cómic: De como te conocí, te amé y te odié, Viaje a Bizancio Ediciones, 2008, y Sexo, Edicions de Ponent, 2009.

En ambos Naranjo se lanza al análisis de las relaciones sociales en su faceta más problemática, la amorosa sexual.

Son sus libros historias de amor, de sexo, de odio, de vida. Historias cotidianas donde no es difícil que podamos reconocernos en el personaje que aparece en la viñeta en cada momento.

Pese a nuestras limitaciones técnicas hablemos por un momento de los dibujos de Gaspar. Son dibujos de trazo simple, casi un poco infantiles, sin fondo, no encuadrados en viñetas, sino expuestos en una página libre, en un fondo blanco, con coloreados que a veces se salen del borde del dibujo. Alguien podría decir que pese a su simplismo son dibujos obscenos. Y podríamos condecerle la razón. Son dibujos explícitos de sexo. De penes. Vaginas. De fantasías y deseos. Y para expresar esas realidades hay que ser explícito, no puede sólo sugerirse. Nos quedaría entonces un vacío de significado que habríamos de rellenar. Y ya se ocupan los dibujos de Naranjo de ese relleno. Son dibujos simples que tratan de llegar a explicar realidades complejas . Hemos de señalar por último que son dibujos mudos, no hay bocadillos, palabras, todo se expresa por el dibujo, mediante el dibujo. Y no se queda corto el dibujo, sino que consigue expresarlo todo, llegar hasta el mismo sitio donde llegaría una palabra, o tal vez muchas palabras.

El título del primero De cómo te conocí, te amé y te odié, marca los pasos de los tres actos en que está divido el libro. El contenido es el evidente. En el primero asistimos al encuentro y enamoramiento de los dos personajes (un hombre y una mujer), en el segundo vemos la plenitud del amor y en el tercero y último el amor acaba. Observamos como el amor nace y como con él viene el deseo. Y vemos como el protagonista hace lo posible para satisfacer su deseo y conseguir a su amada, y vemos sus celos. Y vemos como ella también siente por él lo mismo. Y vemos como triunfa ese deseo finalmente y como tiene que ser. En la segunda parte, la más aburrida para todo espectador pero la mejor si se vive en primera persona, los personajes se entregan el uno al otro: el cuerpo, el corazón, el tiempo, la felicidad, una manzana. Se lo entregan todo. Hasta su tedio, medio dormidos los dos en un sofá con un beso que interrumpe la siesta. Pero todo amor, todo, tiene un final y poco a poco los personajes se van odiando, las exigencias, las trampas que la realidad y nosotros mismos introducimos en las relaciones: como un funambulista al que le disparan desde el otro lado del cable. Así se acaba el amor y se acaban los regalos que acaban siendo arrojados al otro: la felicidad, el corazón, el sexo, la manzana, el salero, todo. Sexo no es como el anterior un libro narrativo. No cuenta una historia, o no sólo una historia, sino que como su nombre sugiere, es un poco promiscuo. Muchas historias de sexo, que van desde el chiste procaz a la reflexión filosófica. De la mujer que pierde el tampón al ser palmeado su trasero, a la mujer que entrega su corazón al hombre que la penetra bruscamente, al hombre que ama y amará siempre por ello. Hay toda una reflexión de cómo el sexo influye en la sociedad, en las relaciones de pareja, en el poder que se reparte en esas relaciones. De la adoración al falo o a la vagina. Todo un descubrimiento de la realidad de la carnalidad humana, de todo lo que se esconde tras nuestros deseos: el poder, el vicio, el otro. Vemos vaginas devorando no sólo penes, sino hombres enteros, vemos mujeres utilizadas, pero penes también utilizados como mero divertimento, vemos hombres tan dominados que son como los perros sacados a pasear por sus dueñas. Un libro que despliega un amplío muestrario de esa realidad humana tan controvertida y tan deseada, tan oculta y que tanto queremos sacar: el sexo.

Dos libros no sólo divertidos, no sólo cómicos, sino que van como todo humor más allá, a la realidad que se esconde en las cosas.

Pese a todo, Gracias, Rocío.

domingo, 27 de junio de 2010

MI ESQUINITA FAVORITA. CREATURA Nº 53 BIZARRO

Tengo tres cosas que contarte. De tres lugares. No quiero que nadie se entere. Te lo digo a ti. Ciego de ti. Iluminado. Lleno de ti. Absurdo y tonto. Como siempre contigo. Por ti. Trato de contarte estas cosas. Trato de decírtelo todo. Trato de decir todo eso. Trato de gritarte ahora que ya estoy aquí. No quiero que nadie me vea contarte. Que nadie me vea como ahora, ciego de ti. Iluminado. Lleno de ti. Sincero por fin. No quiero que nadie más se entere. Ven conmigo. Perdóname. Fue en tres esquinas.


La primera de todas. No lo cuento nunca. Es una de esas cosas que no quiero contar, que no quiero que tú oigas. Que no quiero que tú sepas de mí. Tú que pese a todo me quieres. O que sólo me quieres. Ella también me quiso. El tiempo neesario y justo, el tiempo que le pagué. De sobra sabes que eres la primera. Pero en eso no. Se llamaba Nicole. Muchas veces me la cruzaba cuando iba a casa. Entonces yo ya pensaba en ti. Y quería ser noble. Y bueno. Pero nunca he podido serlo. No tanto como yo hubiera querido. Nicole siempre me hablaba, me llamaba. Tenía un acento bonito. Extranjero. Dulce. Como palabras remojadas en azúcar. En caramelo. Así fueron también sus caricias. No me dejó besarla. No sé si lo sabes, pero casi todas dejan que las beses. Pero Nicole no. Y no era porque no se pagara lo suficiente. Era porque a ella no le gustaban los besos. Ni los de sus hombres de verdad. Eso me dijo. Así que no la besé. Era una esquina oscura. Pasaba por ella todos los días. Y ella me llamaba desde allí. Y un día la ví. Todos los días la miraba. Pero un día la ví. Parada en la esquina oscura y fea y un poco sucia. Y un poco sucio yo también. Y me paré. Y dije, tartamudeando, muerto de frío porque era invierno, dije, “no sé cómo funciona” y ella me dijo “ven” y me fui con ella. No te contaré nada más. No tienes que saber nada más. No sé si me gustó. Le pagué de más.

La segunda se llamaba Mónica, aunque usaba otro nombre. Pero para mí siempre fue Mónica. Su esquina era limpia. Detrás de la Iglesia. Junto a una reja. Junto a una farola. Pequeña. Habladora. Dispuesta. Ella sí me besó. Fue la primera que me besó y que me dijo amor mío. Sí, amor mío. Eso me decía. No quería diferencias con otra mujer cualquiera. Eso me decía. Si las cosas no fueran como son, si yo no necesitara el dinero. Siempre me lo decía. Y me besaba siempre que pasaba por la esquina, aunque fueran dos segundos porque me pillaba de paso. Yo me paraba y la daba conversación. Y me besaba en los labios, despacio y me mordía un poco los labios. Alguna vez, lamento confesarlo, iba a casa y me echaba el más potente colutorio, el que tuviera más alcohol. Quería más borrar el pecado que el sabor. La culpa. Estaba detrás de la Iglesia y decía, Dios mío, Dios mío. Y cuando se desnudó la primera vez yo también lo dije, me acordé de Dios, de lo sagrado, al ver su cuerpo. Su desnudez rotunda y para mí. Para cualquiera que pudiera pagarla.

Y por último te quiero contar de Ana. Era joven y guapa. Demasiado. Su esquina como ella era transparente. Diafana. Elemental. Y me decía, no te preocupes, a mí me encanta. Y también, me decía que era bueno. Muy bueno. Que era demasiado bueno, que tenía que ser malo. En la cama miraba como se aflojaba el preservativo en mi sexo, después del sexo. Y seguía hablando. Y me decía que por qué no me buscaba una novia. No quiero una novia. Tampoco la quise a ella. Siempre te quise a ti. Y en ellas a lo que tenían de ti. Eso de ti que nunca pude alcanzar. En las esquinas estaban. Me esperaban. Me querían. Mientras, yo paseaba la tuya.

miércoles, 26 de mayo de 2010

BESOS DE CROQUETA. CREATURA Nº 52. DELIRIO VANO É QUESTO!

En lo único que podía pensar mientras subía esa escalera era que gracias a Dios sólo eran dos pisos. Menos mal. Sólo dos pisos. Me lo repetía todo el rato. Dos pisos. Dos pisos. Porque si fueran más, si fueran más pisos, llegaría cansado, llegaría sin resuello, llegaría boqueando y no podría hablar y mucho menos podría hacer lo que yo quería hacer. Lo que quería hacer, ¡qué bonito era lo que quería hacer! Lo había visto en todas las películas. Era el momento final. Aunque siempre he pensado ¿qué pasa después? ¿qué hay después de esa imagen, de ese fotograma, de ese segundo, de ese... sí, de ese beso? Porque a lo que yo iba a ese segundo piso era a dar un beso. Por eso pensaba en que si llega a ser en un cuarto, o incluso en un tercero mi plan fracasaría sin remedio, porque llegaría sin aire y no podría hablar, ni dar ese beso, sólo podría echar el bofe, recuperar el aire y, ¿cómo iba a dar un beso así? Así que era una suerte que ella viviera en un segundo piso. Una verdadera suerte. Eso y salir a correr una vez a la semana. Eso me permitía subir esos escalones sin problemas, llegar arriba, decir hola, o no, no decir ni hola, cogerla de los hombros, acercarla y fundido en negro, que suba la música, ese era el momento, ese era el final de la película. A partir de ahí todo habría de ser intuido. Todo se sabía. Perdices y felices. Ella y yo.

Así que subí los dos pisos y no tuve que llamar al timbre. Y eso era malo por un lado y bueno por otro. Porque en mi cabeza la imaginaba abriendo la puerta y yo entrando decidido y adelante, apunta, acércate y cierra los ojos. Así que esa parte no se cumplía. Pero era bueno, porque ella me estaba esperando en el umbral y me hablaba desde la puerta. No tuve que reunir el aire, porque no me faltaba, entré. Ella cerró la puerta. Los vecinos no nos verían. Eso estaba bien. No hacía falta público. Aunque una parte de mí quería que nos aplaudieran al final. Ella hablaba, ¿por qué hablaba? Eso no tenía que pasar, repasé mi fantasía, no, no pasaba eso en mi fantasía. Pero daba igual. Ella hablaba. Le pregunté algo. Ella dijo sí. Sí. Pero me dio igual, la aparté a un lado. Y la música subió. Beso. Acerté y todo en el punto indicado (tuve miedo durante un rato de besarla en un hombro o algo peor). Iba a subir la música cuando, No. No. No. Eso lo decía ella. Soy pesimista, así que me había imaginado este escenario. No pasa nada. No nos va a salir bien a la primera. Siempre se fracasa en el primer intento. Mira los hermanos Wright. Se dieron muchas hostias hasta poder volar. Yo oía un sonido, pero dado el poco éxito de mi operación, o dado que mi operación ya había terminado decidí marcharme. Pero ella no me dejó. Me llevó a la cocina y me sentó en una silla. El sonido que oía era ella. No dejaba de hablar todo el rato. Hablaba y hablaba. A mí me gustaba oírla hablar. De cualquier cosa. Incluso no oírla hablar. A veces sólo me llamaba para bostezar. O para otros ruidos inarticulados. Recuerdo que a veces me hablaba de su pez de colores y que me encantaba que me hablara de ese pez. Hasta me encantaba ese pez. Deje de comer pescado por ese pez. Me gustaba oírla hablar. Y no era por el sonido de su voz. Era por lo que decía. Decía muchas cosas y algunas me parecían muy interesantes. No sé si lo eran. Pero a mí me lo parecían. Toda la vida que me contó, falsa o no, nunca lo supe, me parecía muy interesante. Pero ahora no hablaba de su vida ni de su pez de colores. Ahora hablaba de lo que había pasado. Yo no le daba importancia. Y decía lo que tenía que decir, el otro día me quedé con las ganas de hacerlo. Y he venido hoy y lo he hecho. Si te he molestado lo siento. Pero tenía tantas ganas de hacerlo que no he podido pasar sin hacerlo. Esta mañana iba a trabajar y lo iba pensando y casi tengo un accidente con el coche porque me lo imaginado y he cerrado por un momento los ojos para disfrutar de ese beso. Esto no se lo conté pero lo pensé. Lo pensé. Era ella la que seguía hablando. Me hablaba de muchas cosas. De que era un valiente (me vi a mí mismo lanzándome contra un batallón entero sólo con mi espada desnuda), que nadie nunca había hecho eso por ella. Que ella no sería capaz de hacerlo. Yo sonreí. Creo que sonreí. Estaba sentado en la cocina, mirándola y oyéndola, pero poco. Miraba más sus labios y me preguntaba si realmente lo había hecho. Ella seguía hablando, buscando excusas. No. No. No debiste hacerlo, mira en qué situación estoy, en que situación estás tú. Me dieron ganas de decirle que no me importaba ni su situación ni la mía. Y entonces dijo que cómo se me ocurría hacerlo cuando ella tenía la boca llena de croquetas. No sé por qué lo dijo. Y tantas veces. Ni por qué se quejaba. Si total no había habido beso. No beso, beso. Qué más daba lo que hubiera en su boca. No percibí el sabor a croqueta. Apenas una pizca. El de las croquetas es desde entonces el sabor de la derrota. Por eso las he dejado. Por eso y porque tienen la manía de servirlas ardiendo por dentro y frías por fuera y al final siempre me abraso el paladar. Debería hablar del día siguiente, pero no vamos a volver a enfadarnos.

A todas las croquetas, menos a las de mi madre.

lunes, 12 de abril de 2010

JOSÉ LUIS GARCI. CREATURA 51. ESPECIAL CINE.

La obra de José Luis Garci está enturbiada por los prejuicios y los supuestos. Se supone que Garci es el director de los académicos, el director aburrido, el director de una determinada tendencia política, el director pedante que envuelto en una nube de humo habla de la maravilla de una toma, el director, en fin, que toda una rama cultural ha tomado como blanco de sus críticas, como elemento de broma.

Parece olvidarse que sobre todo de lo que está llena la obra de Garci es de buenos momentos de cine.

Desgraciadamente se hace necesaria una reivindicación de la obra de este cineasta español, el primero en conseguir un Óscar de la academia americana, el autor de películas que iremos repasando, brevemente, en este artículo.

Antes que hablar de su obra parece necesario hablar de Garci como hombre de cine, como divulgador del hecho cinematógrafico en sus programas de televisión, ¡Qué grande es el cine español! Y ¡Qué grande es el cine! él ha ayudado a difundir películas inolvidables, a directores, por desgracia sí olvidados a grandes actores cuyos nombres no sabemos aún pronunciar.

La obra de Garci cubre treinta años de la historia de España. Los treinta últimos, años de cambio social, artístico, cultural, humano. No es el de Garci un cine pegado a su tiempo, es un cine que podría suceder en cualquier lugar, en cualquier tiempo, un cine con un aire universal, de marcadas influencias del Hollywood clásico. Sus historias, escritas casi siempre por él mismo, son historias que se despegan de la historia y van a lo humano, a lo que afecta a todo hombre en cualquier momento de la historia. Lo social, el contexto histórico, es en Garci un marco en el situar su historia, una forma de concretar unos personajes en un lugar. Poco más. Esta desinhibición de lo histórico ha costado mucho a muchos artistas. El olvidar lo concreto y fijarse en lo permanente, en lo que quedará siempre, en lo humano, al fin y al cabo, ha marcado la obra de muchos a partir de la Guerra Civil. Se les llamó evasionistas. También algo de eso hay en la furibunda crítica a Garci. En su obra encontramos temas que son propios de todo momento y todo lugar: el amor, la añoranza, la soledad, el desconsuelo y el desconcierto ante la vida que nos va llevando, etc.

No es el de Garci un cine de género único. Ha visitado muchos de ellos, desde la historia de amor con la que debutó en 1977 Asignatura Pendiente, historia de dos amantes que no encontraron su tiempo para amarse y lo deben encontrar después, en otro momento, en otro lugar, historia de todos y cada uno, que hemos tenido un amor que no se hizo y que siempre, incluso casados como los personajes de la película, querremos hacer. El amor también lo encontramos en una de sus últimas grandes películas Historia de un beso, donde realmente encontramos la historia de tres besos, de seis personajes que se encuentran y se aman. Película donde encontramos uno de los besos más emocionantes del cine español: “¿Cuándo es el mejor momento para visitar París? Cuando tú vengas, ese será el mejor momento...” y el beso que empieza tímido en los ojos de la protagonista y se va haciendo grande y deseado en los ojos del espectador.

También ha tocado Garci el cine negro con dos grandes películas que nos descubrieron a Alfredo Landa como un gran actor, no sólo como un gran cómico. El Crack y su continuación, El Crack dos, cuentan la historia de un detective que busca venganza, una historia filmada y contada de un modo que no nos extrañaría encontrar en clásicos como Ford o Eastwood.

Pero sobre todo habla Garci de lo humano de lo que a todos afecta. La muerte y la añoranza y la esperanza en su película más premiada Volver a empezar. O el desconsuelo de vivir, la tristeza de a dónde nos lleva la vida en Las verdes praderas obra que cuenta la historia de un hombre que se ve empujado a una vida que no quiere, que quiere salir de sí mismo y del círculo que le envuelve y le empuja a ser lo que no quiere ser. Historia que podría ser de todos lo hombres. Y también historia de cómo la destrucción de un sueño, supuesto, es cierto, puede ser un éxito. Y de cómo la aceptación de la verdad, de cómo dejando de engañarnos a nosotros mismos (lo más fácil de todo es mentirnos a nosotros mismos como dice el protagonista de Historia de un beso) puede llevarnos incluso a la felicidad.

miércoles, 17 de marzo de 2010

martes, 16 de febrero de 2010

PROCESOS DE IDENTIFICACIÓN. CREATURA Nº 49

Partamos de una teoría previa: el hombre es un ser narrativo. Es decir, que el hombre está hecho para contar. Su vida, sus mentiras, sus ficciones, su sufrimiento, su alegría, su placer, etc. Es narrativo por definición. Por eso todo el rato nos estamos contando qué hacemos, dónde vamos, qué queremos. Unos a otros. Por eso hay tantos medios de comunicación y se inventan y proliferan otros nuevos: teléfonos, cartas, telegramas, mensajes, internet, MSN, tuenti, y los que vendrán. Sirven para lo mismo, para contarnos y que nos cuenten. Para trasmitir nuestra vida y la de los demás a un público más o menos atento.

Ya sabido esto, vamos con lo que hoy nos ocupa. En toda narración, y no sólo narración, también en casi todas las manifestaciones artísticas, se establece una relación íntima entre el receptor y el emisor. Es decir, que toda actividad artística es un acto comunicativa entre un autor que emite y un receptor que recibe un mensaje. Pero no es una comunicación normal, no es un mensaje de los habituales donde queremos simplemente transmitir un mensaje, una información, queremos algo más, queremos transmitir una sensación.

El receptor de esa sensación la interpreta, pero no sólo eso, la hace suya, la siente, la vive de una manera u otra, en primera persona.

Es decir, se identifica con el emisor. Pongámonos un segundo ante un momento artístico universalmente reconocido: el grito de Edvard Munch. Todos conocemos esa figura, pero ¿quién no se ha visto a si mismo profiriendo ese grito? ¿Quién no se identifica con el dolor de esa figura que pese a todo no parece absolutamente humana, transida, seguramente, por el dolor? Ese proceso se ha producido al mismo tiempo que la comunicación, han dejado de estar uno a cada lado, emisor y receptor, a estar los dos en el mismo lado, los dos como emisor de esa sensación. O lo que es lo mismo, nos hace vivir ese momento, esa historia, ese sentimiento, y nosotros a su vez lo hacemos nuestro, lo hacemos íntimo y propio, nos convertimos en emisores del mensaje que nosotros mismos recibimos. Nos hemos identificado con el artista, con su mensaje, con el protagonista de la representación artística.Hemos dado ahora con una palabra importante, protagonista. La identificación tenderá a ser con el protagonista del acto comunicativo. Cuanto más concreto, más próxima y más certera será esa identificación. Cuanto más abstracto, más lejano a una interpretación personal, más difícil será ese proceso.

Si hay un protagonista, si existe, sea la voz del poeta, sea un personaje que vemos en una película, sea una figura escultórica, podremos identificarnos con él.

De ahí que comenzáramos hablando del hombre como ser narrativo. Si bien estos procesos identificativos se pueden dar en cualquier arte, se dan preeminentemente en aquellos que tengan la facultad de trasmitir una historia, una narración. Así, el hombre como ser narrativo, pretende que los demás se identifiquen con él, no sólo informar de sus hechos, presumir de ellos, también hacer sentir lo que él sintió.

En la narración existirán una serie de personajes. De personas fingidas por así decirlo. Y la posibilidad de identificarnos con ellos, protagonistas, secundarios, malos incluso, es muy fácil, muy primaria.Tomemos cualquier película. ¿Quién no siente los golpes que le dan a Indiana Jones? ¿Y quién no disfruta y sonríe cuando este saca el látigo? O vayamos a una comedia, ¿quién no siente bochorno antes las estupideces del Inspector Crusoe? ¿O ante las meteduras de pata de Ross Geller? Es por el proceso identificativo. Porque nos identificamos, nos sentimos como ellos, ellos al fin y al cabo.

Es un proceso básico en toda narración, hacernos sentir payasos, héroes, amantes, amados, triunfadores, miserables, morir y renacer, y volver a hacerlo muchas veces.

Es el proceso básico que se da en un género tan poco estimado como el porno. ¿Cómo se podría suponer el triunfo de este género sin la suplantación que del protagonista hacen los espectadores? ¿Cómo se explica este éxito si no es porque el espectador se pone en la piel del protagonista de la escena?

He ahí la identificación, ese proceso tan importante en el arte. Tanto que si un protagonista lo consigue, la obra trascenderá.

viernes, 22 de enero de 2010

CUATRO AÑOS. DELIRIO VANO É QUESTO! CREATURA Nº 47 Y 48

Este fanzine cumple cuatro años. En cuatro años, multiplicad, os hemos ofrecido, cuarenta y ocho números. Unas 1.400 páginas. No todas han sido buenas, pero todas tienen la marca Creatura. Todas tienen la intención de divertiros, interesaros, informaros, rogaros, por Dios, que nos leías.

Creatura lo hacemos entre un grupo, más bien pequeño, de gente.

Están los jovencitos, Gabi y Largo. Que siempre andan un poco despistados y que tardan en entregar, pero que lo hacen muy bien y les perdonamos por ello. Y que nos hacen reír. Y si no nos reímos, no somos nadie. No somos humanos.

Están los del final. Pedro y Víctor, que sin quererlo forman algo así como un pareja compacta. Un estilo rock and roll perfecto que nos ha salido sin querer y que nos queda muy chulo, porque nos da una clase y un estilo que ni muertos soñaríamos. Cierran el fanzine, y le ponen el broche perfecto después de tantas cosas raras y burras que hemos dicho los demás.

Luego están las chicas. Que son lo más bonito de Creatura. Y que siempre han sido lo más delicado. Como la rosa entre los cardos, así nuestras chicas entre nosotros.

Noemí que tiene la palabra delicada como esa rosa y que a veces pensamos, ¿qué hace entre estos cardos?

Ana que es la que tiene más talento de todos. Y que si tuviera mala leche nos mandaría a paseo porque no pagamos. O porque hablamos todo el rato de porno. O porque es tan buena que podría hacer lo que ella quisiera.

Y Leticia, que ya no estará más, pero que nos llena de miedo y de ensueños. La echaremos de menos.

Luego está Tais. Que nos cuenta cosas que no sospechábamos. Que nos hizo a todos satánicos aunque fuera sólo un mes.

Están los que vienen nunca. Armando, que viene cuando hace falta, a recitar, y mientras es el poeta oficial de Creatura.

Y Juan Francisco, que dejó de venir porque quiso, como lo hace todo. Y nos cuenta la vida. Porque la vida es un punto de vista. Y eso nos cuenta Juan Francisco, un punto de vista.

Laura no está entre las chicas, porque no está aquí. Está siempre en otro lado. En el lado de allá. Y no sabemos cómo, pero nos hace llegar sus crónicas al lado de acá.

El alma del fanzine es el Kebran. El pone todo lo que tiene. Es nuestro espíritu. Sin él no soplaríamos como lo hacemos. Sin él no nos conocerían más allá de Ugena. Siempre lo pone todo por Creatura. Algún día se lo devolveremos.

Pinky y Julio son también, de cierta forma, una pareja.

El Bar y el Hombre Irónico comparten la misma idea. Y como han crecido juntos en los bares, Pinky y Julio a veces parece que piensan lo mismo.

Pinky vive en la calle. Y se nota en La historia de la gente. Sólo uno de ellos puede contar esa historia.

Julio vive en otro sitio. Como en un punto más alto. Aquello está lleno de cómics y parece que al final se le ha contagiado la mirada.Todo lo ve como una historieta. Con nostalgia. Como un friky. Con ironía. Como en dibujos.

Y están todos los demás.

Los que se fueron. Sobre todos Ángel. El color de Creatura. Las letras de Creatura. Él, como hizo Prometeo con el hombre, nos dio forma. Y nos enseñó el fuego. Y cómo se utiliza. No está con nosotros en persona. Pero su espíritu queda.

Y Marcos, y el Bala, y Javier Menes y Amable, y todos los que han pasado por estas páginas y no han podido quedarse.

También está el futuro de Creatura. Que es un poco Miguel, y sus crónicas, y su forma de ver las cosas. De ahí vendrá el futuro. Lo estamos esperando.

Todos nosotros hacemos Creatura. Y vosotros también. Porque si no nos lee nadie, si nadie mira nuestros dibujos, nuestras chorradas, Creatura está muerto.

Hazlo vivir. No sé si merecemos cuatro años más. Pero lo intentaremos.

A Creatura, y la idea que defiende. Y a todos los que la defienden.