Lo único y lo individual tienen grandes diferencias. Lo único es aquello que no tiene copia ni comparación, es aquello que es, como su propio nombre indica, único. Uno y no más. Lo individual es lo propio de un individuo. Yendo más allá, es lo que corresponde a una persona de las que forman una comunidad. No tiene que ser único, vale con que sea propio, con que sea de un individuo. Son dos conceptos que no son exactamente antitéticos, pero que de cierta forma acaban excluyéndose. Lo único no puede ser lo individual, ya que lo único es ciertamente lo que no tiene más representantes de su especie. Sí puede haberlos en lo individual, que tiene como norma que eso pertenezca a una sola persona. Lo individual remite al individuo. A la persona. Algo que tiene que ver con un hombre. La unicidad, sin embargo, remite a la única representación de algo en su especie. En los últimos tiempos hemos sufrido un cambio social que ha trasladado el centro del universo de un término a otro. Aunque tal vez hayamos de remontarnos más atrás para tener mayor base comparativa y obtener una visión más universal y uniforme. A principios de los años veinte del pasado siglo, se hablaba del hombre-masa, del hombre que estaba dividido, que estaba subsumido en la masa. Este hombre-masa carecía de rasgos propios, de rasgos individuales, se comportaba como un todo con su comunidad social. A raíz de los movimientos sociales propiciados por los sindicatos, por la creación de la cadena de montaje y por la difusión cada vez más rápida de ideas que iban siendo admitidas como universales y ciertas, el hombre pasó de ser un individuo a ser una masa, a ser un colectivo. Este hombre colectivo se movía en grupo. Tenía un pensamiento colectivo. Tenía una forma de ser, de vestir, de leer y de entender colectiva. El grupo lo era todo. La comunidad generaba la personalidad que era igual para todos. Era la inmensa mayoría que triunfó en los totalitarismos del siglo pasado y que tan mal resultado dieron. De ahí se pasó al hombre individual. Al hombre que pensaba por sí mismo. Que se distinguía de los demás por un rasgo. No dejaba de existir la comunidad que era la que irradiaba un comportamiento estándar, un comportamiento base sobre el que cada hombre creaba el individuo. Esta personalidad individual se creaba a través de pequeños matices que realzaban la realidad de cada uno, la personalidad de cada uno. El individuo se podía crear a sí mismo. Podía distinguirse del vecino. Pero podía también sentirse uno dentro de un todo. Conocía las normas y las leyes y las respetaba pues sabía que fuera de la norma estaba el pecado y por lo tanto el castigo. Sabía que todos los hombres son iguales en ciertos aspectos y que se diferencian en ciertos rasgos individuales, pero que hay cuestiones universales para todos. Pero el hombre individual fue fracasando por su deseo de más y se ha ido imponiendo la unicidad. Desde el mismo nacimiento se impone al niño la idea de que ha de ser único. De ahí la proliferación de nombres extraños, dado que esa persona debe ser única, ha de ser la única en el mundo que tenga ese nombre. Ante tal imposición, el hombre único reclama en cada aspecto de su comportamiento su unicidad. Si se es único las leyes universales no tienen validez y es el propio hombre único el que se impone sus normas. De ahí que las existentes sean cada vez menos respetadas. Costumbres y normas que han acompañado a la humanidad desde sus inicios, que están en todos los códigos morales, se van perdiendo en torno a este hombre único que como único que es no puede atenerse a las leyes de todos los hombres. Las suyas han de ser leyes únicas, particulares. Por eso su falta de respeto a las normas fijadas: respeto a los mayores, respeto al más listo, o al más fuerte, comportamientos antisociales, etc. El comportamiento del hombre único irá en consonancia con su idea de unicidad. Tratará de tener un vocabulario único, una forma de expresarse única, una forma de divertirse única. Pero nada saciará a ese hombre único en su camino a la unicidad. En todo ha de distinguirse de los demás y no distinguirse será particularmente lo que más daño le hará, lo que más le frustrará y le llevará hacia caminos violentos. Esa norma tampoco es suya, por lo tanto puede romperla. El hombre único no puede crear normas. O no más que normas propias que además podrá romper a cada momento ya que su unicidad se lo permite. Cabría pensar que un hombre único sería irrepetible, pero la proliferación de estos hombres únicos, su multiplicidad y número cada vez mayor provoca a la postre un problema social. Todos han de distinguirse del resto, todos han de ser únicos. El futuro del hombre único debería hacerle retornar a la masa, ya que pretender la unicidad ha sonado siempre a idea absurda. Todos conocemos a alguien que ya ha hecho lo que podemos hacer nosotros. Pero su falta de normas y de percepción de la realidad, a la que ve como hecha a su medida, hecha para que él se pueda desarrollar como elemento único, hace difícil que este hombre pueda volverse e identificarse con la masa o a volverse en un individuo dentro de un todo.
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miércoles, 3 de agosto de 2011
domingo, 3 de julio de 2011
CREATURA 66. JULIO 2011. CULPA.
A ti no te importa. Pero es culpa mía. No es la misma culpa. No es esa culpa. Pero es culpa mía. Buscaba excusas para calmarme. Para huir. Pero era la culpa. Ya te conocía a ti. Aquella mujer era pequeña. Mucho más que tú. Podía cogerla en brazos fácilmente. La asomaba al espejo. Cogida de mis brazos. La minifalda se le subía y ella la bajaba de una manera estúpida porque en unos minutos su sexo y mis manos y mi boca y mi sexo se iban a mezclar. Yo me desnudaba rápidamente y dejaba la ropa tirada en la cama. Ella hacía lo mismo, pero su ropa siempre acababa en el sillón que había al lado de la cama. Tenía muchos peluches alrededor. Yo le regalé alguno de aquellos peluches. No quería que me quisiera. Sólo que me perdonara. Mi ropa luego se quedaba perdida entre las sábanas y tardaba un rato demasiado largo en encontrarla. Cuando ella me abría su puerta yo era un hombre feliz. La besaba tiernamente en los labios durante mucho rato. Ella, después, en la habitación, me decía que le había encantado la manera en que le había mordido el labio inferior. Que le había gustado mucho ese beso. Aún estaba vestida. Cuando acababa me pedía que me quedara dentro de ella. Abrazado a ella. Y yo me quedaba pegado a ella durante un rato. Entonces la culpa crecía y crecía en mi interior. Y mi sexo empequeñecía. Menguaba y menguaba en su interior. Buscaba mi ropa con la mirada mientras mi oreja estaba pegada a su pecho. La oía respirar. Oía su corazón latir todavía muy rápido. Me acariciaba el pelo. Yo buscaba la salida. Empezaba a buscar excusas. Palabras convincentes que taparan mi huida. Mentiras. Pensaba en el siguiente peluche que compraría. A veces pensaba en ti. Pero a ti no te importa. Porque la culpa es mía. Esa culpa no te incumbe. Ninguna culpa. Y no es la misma culpa. En mi casa, después de una despedida demasiado larga en la que había mentido demasiado bien para ser yo, demasiado bien para ser el hombre que presumo ser, buscaba la forma de quitar de mi mano el olor de su sexo. Pero no había manera de quitarlo. Ese olor permanecía. Llamaba y daba una excusa. Voy a tardar más en llegar. Inventaba una mentira. Lavaba mis manos del olor y de la culpa. Pero el olor se me pegaba aún más. Pero ese olor a culpa seguía ahí cuando llegaba al bar y te encontraba, rodeada ya de gente. Entonces tenía dos motivos de culpa. Tú y el olor. La mentira y el olor. Y escondía todo el tiempo mis manos. Y buscaba una excusa que no iba a necesitar porque a ti no te importaban mi olor o mis manos. Esa noche no podía dormir tranquilo y soñaba con que te buscaba y no te encontraba. Siempre sueño eso cuando me siento culpable. Pero a ti no importa. Y no es esa culpa. Y tampoco es la misma culpa. Cuando mi semen resbalaba por su cara yo cerraba los ojos fuerte para que esa imagen no se quedara grabada en mi memoria. Pero fracasaba. Y mi semen resbalando por su cara y su risa tonta mientras intentaba limpiarse con la mano se han quedado en mi memoria más fijamente que la primera vez que te vi. Que la primera palabra que te dije. Entonces también soñaba que te buscaba sin encontrarte. Pero entonces no sabía lo que significaba. Lo supe después. Cuando entendí la otra culpa. A ti tampoco te importa. No te importan ninguna de mis culpas. Porque es culpa mía. Es culpa mía que no me quieras. Es culpa mía. No es culpa tuya. No tiene que ver contigo. Es culpa mía. Siempre es culpa mía. No es culpa de tus pies. No es culpa de tu cuerpo ni de tus brazos. Es culpa mía. Es culpa de mis pies. Es culpa de mi cuerpo y de mis brazos. Es culpa de mi manera tan terca de ser. De mi manera tan estúpida de querer. Fue culpa mía otras veces y también lo es esta y lo será después. Porque siempre es culpa mía. Todo es culpa mía. El olor en mis manos. El semen que resbala. Las mentiras para huir. Mirarte a los ojos y negar. Quererte. Y que tú no me quieras. Eso sí que es culpa mía. Esa es mi culpa. A ti no te importa. Pero es culpa mía.
sábado, 7 de mayo de 2011
UN POETA, UN POEMA. LUIS CERNUDA. CREATURA Nº 64.
Luis Cernuda es un poeta de la Generación del 27, esa generación rota por la guerra y que siempre se estudia en el colegio o en el instituto y de la que realmente se sabe muy poco. Poeta sevillano, de clase acomodada, Cernuda representa muy bien el espíritu burgués de la generación. También encaja en su generación por el hecho de haber cursado estudios universitarios y haberlo hecho en Madrid. Al estallar la Guerra Civil Cernuda tuvo que exiliarse en América. México fue el destino del poeta sevillano. Allí escribió alguno de sus mejores poemas. Frente a otros compañeros de generación, Cernuda siempre fue un poeta poeta, es decir, no fue profesor universitario, no fue novelista o dramaturgo. Su ocupación única fue la poesía. Dejemos de lado a los Formalistas rusos y su idea de que el poema o la obra literaria habla por sí misma y no es necesario conocer el contexto de producción de la obra o del autor. Esa información puede en ocasiones no ser útil, pero en otras podrá explicar muchas cosas. Es evidente que en ocasiones nos excedemos a la hora de relacionar vida y obra de un autor, que no es necesario conocer su lista de la compra. Pero no podemos negar que muchas veces su biografía nos aporta datos útiles a la hora de entender su obra. Cernuda era homosexual. Tenía fama de ser un tanto afeminado. Pensemos ahora en lo que dice el poema. “Si el hombre pudiera decir lo que ama”. Habla el poeta de la libertad de hablar. Tiene la libertad de obra y la de pensar pero no la hablar, que es la más dura en un poeta. Su amor es tal que justifica su existencia, pero no puede decirlo, no puede ponerle palabra. He aquí un tema fundamental en la poesía, la palabra y su capacidad liberadora, creadora. “En el principio era la palabra...” comienza diciendo San Juan en su evangelio. Y así es. Todo se hace con la palabra y mediante la palabra. Y así lo cree también el poeta que quiere hacer su amor más cierto, más verdadero pudiendo decirlo. Pero no puede hacerlo. Pero tiene que esconderlo. No puede apelar a la libertad que le exalta, a la del amor que vive y que no puede, pese a todo declarar. Cernuda titula uno de sus libros La Realidad y el Deseo. Y de eso se trata aquí. De la realidad de un amor que existe y del deseo de contarlo. Pero de la confrontación entre ambos. De la lucha entre el deseo de decirlo y la imposibilidad de que ese amor, por su índole, pueda ser libremente declarado. La realidad truncando el deseo una vez más. Pero volvamos al tema de la palabra. La libertad para contar lo que se siente y lo que se piensa está, ha estado y estará constreñida en muchos sitios, en muchos momentos, por muchas razones. Y la expresión de ese sufrimiento es lo que expresa este poema. No poder decir lo que un hombre ama. Qué mayor desgracia. No poder declarar el amor que se desea y que se disfruta. Amor, palabra, deseo, libertad, temas universales que están en la obra de Cernuda y que vemos reflejados en este poema que tiene también una gran capacidad de identificación y un gran trabajo en la forma: ritmo, sonoridad y lenguaje.
jueves, 7 de abril de 2011
BLOQUEADO. CREATURA Nº 63.
Estoy bloqueado. Tengo que escribir mi artículo en Creatura. Pero estoy bloqueado. Así que no escribo. No me gusta escribir. Pero escribo. No dejo de escribir. Mantengo una relación confusa con la escritura. No me gusta escribir. Pero escribir, en ocasiones, me hace feliz. Escribir no me parece necesario. Puedo no escribir. Pero hace mucho que no dejo de escribir, que no pasa un solo día sin que escriba algo. Y sin que eso que escribo sea visto, sea público. No me gusta escribir. Pero escribo. Estoy bloqueado. Así que no escribo. Estoy bloqueado. Que es lo mismo que decir que estoy cabreado. Conmigo. Porque no hago lo que pido a los demás que hagan. Paseo por la habitación dando vueltas. Apoyo la frente en la mesa. Busco las palabras. No me gusta escribir. Miro por la ventana. Pasa una mujer. Está divorciada. Tiene dos hijos. Pienso en su marido. La realidad está llena de literatura. Esa mujer está llena de historias. Pero yo no puedo escribir. Pasa un coche. Se oye el ruido de un avión. El mundo está lleno de gente (¿Demasiada gente?) con historias más interesantes de las que yo puedo contar. No debería escribir. Ni aunque me lo pidan. Ni cuando tú me lo pedías. Pero lo hacía. Y lo escrito ya no puede borrarse. Ni romperse. (¿Dónde estará todo aquello que te escribí? ¿Lo guardarás? Realmente no me importa. Era mentira). Paseo por la habitación pensando en cosas que podría contar, en palabras que podría decir. Pienso en todo lo que he ido contando últimamente. Es como una novela inconexa, donde aparecen episodios aislados. Palabras comunes. Situaciones que están ligadas. Que son las mismas. Camas que han estado siempre vacías, pero de las que he ido expulsado a todas las mujeres que se acercaban. O que se podrían haber acercado. Sé que todo eso ha sido falso. No porque haya o no sucedido. No porque no haya sido posible. Es falso porque ha sido escrito igual que escribo ahora. Escribiendo lo que no quiero escribir. Escribiendo sin escribir. Mintiendo demasiado. Es el 21 de diciembre. La fiesta de Navidad. Mónica Perales y yo hablamos apartados de los demás. Me río cuando Mónica dice la palabra chingar. Es una palabra infantil. Sin darme cuenta he dicho una verdad. No se ha dado cuenta de que lo he hecho. Pero lo he hecho. Cuando bajo de la banqueta me siento mareado. Tengo ganas de vomitar. Bebo agua. Respiro lenta y profundamente. La sensación va pasando. Espero. Respiro. Nos vamos. Mario y Fran mean en una esquina. Espero. Seguimos esperando. Odio esperar. Nos vamos. Tengo ganas de vomitar. Desde entonces toda va mucho peor. Me abruma tu literatura. Tu forma de ver la realidad. Eso era antes. Ahora ya no. Ya no hay realidad. Ya no puedo contar nada. Sólo que estoy sentado en ese taburete del Callejón. Mientras hablo con Mónica Perales. Ese es el momento. No hay otros. Ese es el que quiero contar. El que intento contar. Pero no hay manera de convertirlo en nada. No puedo contarlo. No tiene palabras. Es un momento vacío. Es un momento sin significado y sin sentido. No es nada. Por eso no puedo contarlo. Pero quiero contarlo. Y no puedo. Desde entonces todo va aún peor. Por eso ahora apoyo la cabeza encima de la mesa esperando una palabra que no encuentro. Y lo único que se me ocurre es pensar en ti. Pero como pensar en ti me aburre abro google y escribo jizz. Tres mil vídeos me abruman tanto que no soy capaz de decirme. Me visto para salir a correr. Sudar. Respirar. Tal vez pensar. Pero no salgo. Intento escribir un mensaje. Pero estoy bloqueado. Últimamente no puedo escribir mensajes. Ni correos. Ni privados. Los escribo y los reescribo. Equivocándome. Diciendo lo que no quiero. Lo que no debo. Me rindo y definitivamente pienso en ti. En tu pelo y en tu nariz. Y pienso en tus pechos. Y no pienso nada más. Porque la fantasía requiere narración y estoy bloqueado. Eyacular ayudaría a pensar. Pero me bloqueo en otro momento vacío. Y no puedo continuar. Me miento a mí mismo. Empiezo a escribir. Palabras. Forman una historia. Otra vez conduzco. O me ducho. Sé que relación tiene eso conmigo. Sé que eso me ayuda a pensar. Otra vez hay una mujer que está a mi lado durmiendo. Y otra que es su antagonista. Pero en realidad no hay ninguna mujer. Es mentira. La literatura es sólo mentira. Me río de mí mismo. Yo no hago literatura. Pero sí miento. Me gusta mentir. Todo el tiempo. A todo el mundo. Sigo escribiendo sin sentido una historia que no es ni será cierta. Las frases llenas de palabras con sentido a veces me sorprenden. Soy un mentiroso. Un buen mentiroso. Mónica Perales ya no está sentada a mi lado. Pero lo estará dentro de un rato. Cuando llegue al final de la página y vuelva a leer todas las mentiras que he escrito. Y me sorprenda de eso que he escrito. Porque no lo he pensado demasiado. Porque no tiene sentido. Porque no me gusta. Porque es mentira. Y Mónica o ese recuerdo o la falsificación de ese recuerdo volverá siempre que escriba. Porque no podré nunca contar ese momento. Ni ningún otro que deba contar.
lunes, 7 de marzo de 2011
LA REALIDAD Y EL PORNO. CREATURA 62.
lunes, 21 de febrero de 2011
MEMORIA. CREATURA Nº 61
No podría decir la razón pero últimamente todo me vuelve a ti. Y eso siempre es lo peor. No saber la razón de las cosas. Desde que empecé a acostarme con ella, a saber que la quiero, que estoy enamorado de ella ha aparecido tu recuerdo. Deberías saber que he estado mucho tiempo sin pensar en ti, que ni siquiera cuando me hablaban de ti pensaba en ti. Era como si hablaran de otra persona distinta, de una persona que yo había conocido y que tenía tu nombre, una persona que estaba en los mismos escenarios y con los mismos personajes que tú, pero no eras tú exactamente. Había conseguido sustituirte por otra, por una mujer que no eras tú, una mujer que tenía tu cuerpo, tus palabras, pero que no eras tú. Había conseguido eliminar lo esencial de ti en ese recuerdo. Supuse durante ese tiempo que todo lo había creado yo de alguna manera. Que no habían sucedido las cosas tal y como las recordaba. Y que por eso todo pasaba de ese modo. Por eso te podían mencionar sin que yo pensara nada. Sin que yo pensara en ti. Pero desde que ella está en mi vida tú estás empeñada en volver. Una imagen en una revista. Una mujer fuma. Su escote es pronunciado y parece mínimo. Su muñeca baja con displicencia mientras sujeta el cigarrillo. Los ojos son grandes. El pelo parece negligentemente peinado. Esa misma pose la tenías tú mientras fumabas. Tiene incluso el mismo escote mínimo e insinuante al que me asomaba. Se me ocurren las mismas palabras que entonces yo te decía al oído. Las mismas palabras sobre tu sujetador. Sus muslos blancos y mates aparecen entre la sábana. Ni tus muslos ni los de las chica de la imagen serán tan mates ni tan blancos. Todo parece ahora irreal. Las palabras en tu oído. Tus miradas. Tus escotes insinuantes. Tus preguntas. Tu cigarro. Nada de eso parece haber sucedido. En ese tiempo yo recreaba un futuro que nunca podría existir. Incluso entonces lo sabía. Y tú mejor que yo. Aunque siempre estuvieras poniéndome a prueba. Aunque siempre pareciera un aspirante al que tú examinabas. En ese futuro tú estás en mi cama como no lo estuviste nunca, en mi cama como sí lo está ella. Tus muslos desnudos y seguramente no tan mates como los suyos eran los que se aparecían entre las sábanas probablemente más lujosas, más sedosas que estas que nos resguardan ahora a ella y a mí. Caminamos por la calle mientras tú me coges del brazo y yo protesto una vez más, pero me miras y te ríes y yo me río y te aprietas aún más contra mí y no puedo evitarlo y no puedo protestar si quiera y te quedas ahí agarrada. Ella nunca se agarra a mi brazo y por eso la quiero tanto. Nuestra casa es grande y luminosa y no está aquí donde vivo yo. No está con la gente que quiero estar. Está lejos de todo lo que siempre he conocido y amado. Lejos de ella, por supuesto. Pero estás tú cada vez que me asomo al jardín o cada vez que voy a salir de casa y te doy un beso aunque esté tan enfadado contigo que en realidad te odio casi con todo ese odio que sólo tengo guardado para mí. Y tenemos lugares habituales y gentes que me saludan con la mano y me preguntan por ti. Y voy a sitios que no son míos sino que son nuestros. Me agobia tanto este pensamiento que tengo que girar la cabeza hacia esos muslos blancos y mates. Mis manos se acercan y los acarician una vez más como lo haría si fueras tú y ese el futuro. Pero no lo es. A pesar de que aparezcas una y otra vez con una insistencia que no comprendo. Este juego de mi mente es absurdo porque no llevará a ningún lado. Porque no podré pagarlo con nadie. No podré pagarlo con ella que duerme ahora mientras yo miro a la pared. Tú te hacías pequeña a mi lado. Me lo decías continuamente. Me siento pequeña contigo. Ella se agiganta y es más de lo que parece. A mí me da mucho miedo. Porque estoy condenado a perderla. A ti no te perdí. Las otras siempre me dieron igual. Las eché. Otras han pasado, por un rato, por mi cama. Más parecidas a ti que a ella. Más pequeñas. Con unos senos mínimos e insinuantes. No lo digas. No te intentaba sustituir. Nunca te amé. No necesité ocupar tu espacio. Otras pasaron por mi cama y ninguna me hizo pensar en ti. Ninguna me recordó el deseo que tenía de ti. Pasaban y las echaba. Ninguna dormía como duerme esta ahora a mi lado. No sé si a ti te hubiera echado. No sé si lo hubiera hecho como lo hice con ellas. A esta mujer de ahora no puedo echarla. Porque el vacío que deja es más grande que todo el espacio que necesito. Por eso sus muslos tan blancos y tan mates están ahora en mi cama mientras ella duerme y yo no. Tú estarás persuadiendo a alguien de algo. Seduciendo a alguien. Haciéndote la posible. Como esa mujer que fuma en la fotografía. La memoria de los últimos días permanece en mi memoria. Me dijiste que te gustaba la realidad que yo inventaba para ti. Para ella no tengo que inventar la realidad. Con ella me basta con vivirla. Espero que a ella también. Esa memoria permanece. Algo tendré que hacer para borrarla.